CONTINUACIÓN
Y de nuevo hacia el Sur, hacia
Granada.
Mi España tiene muchos símbolos
Un de ellos, la Alhambra, aquí en Granada
Entre mirtos, cipreses, entre acequias, sigues,
Alhambra,
aguardando en vano... Federico no vuelve, lo mataron.
Ya nunca más de amor, Generalife, oirás vibrar tus fuentes.
Solamente Granada monta guardia y el Albaicín te vela.
Dice un cartel al entrar:
“Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser ciego en Granada...”
Andares de gitanos, cuevas del Sacromonte,
y plazas negras de toros
con rastros de una “sangre derramada...”
Un autobús me lleva, me aleja del embrujo y me detiene
en un pueblo cercano.
Pobre. Quieto. Me miran.
¿Me controlan...? ¿Me vigilan...?
(“Mal presagio... Callaos! ¿Una turista aquí?
¿¡En Fuentevaqueros...!? ¡Seguid vuestro trabajo...!
Que si busca huellas de Federico, solo se lleve el silencio...”)
parece que dijeran... Y desvían sus ojos al pasado.
“Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo,
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste:
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas...”
Una noche y un carmen. Cerca, el Darro...
Recortada, y al fondo está la Alhambra.
Una plaza y el Cristo
con sus cuatro farolas...
Mi adiós... mi despedida.
Lo vi todo en los ojos de un poeta,
fue Rafael Guillén, inolvidable,
que entre tasca y tasca, dejó dos humoradas:
“los españoles son los Estradivarius de la blasfemia.
Y los 'tacos', sumamente barrocos,
hasta llegan a ser churriguerescos...”
(Rafael: esa noche te dije solo “ ¡gracias!”,
porque... no encontré ya palabras:
solo esa. Acaso cuando vuelva...)
Huelva
podría ser tan solo un puerto -el de Palos-
y un destino sin nombre que era América.
Las Carabelas... ¡el Descubrimiento...!
Pero hay un pueblo blanco
donde el trote de un burrito será eterno.
La plaza y la Iglesia... ¡Giraldilla...!:
“La torre de la Iglesia de Moguer, vista de cerca, es como la Giralda, vista de lejos...”
Ahí cerca, nomás, el Cementerio: una gran placa gris, sobre la tierra:
ZENOBIA – JUAN RAMÓN
y mucho más allá está Fuentepiña y aquel pino redondo
que cubre con su sombra
tu “descompuesto corazón, Platero...”
Fuiste “pequeño y peludo y suave...”
y aún vas por los caminos moguereños,
confundido entre flor y mariposa
“Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando
y se quedará mi huerto, con su verde árbol
y con su pozo blanco...”
Y de nuevo hacia el Sur, hacia
Granada.
Mi España tiene muchos símbolos
Un de ellos, la Alhambra, aquí en Granada
Entre mirtos, cipreses, entre acequias, sigues,
Alhambra,
aguardando en vano... Federico no vuelve, lo mataron.
Ya nunca más de amor, Generalife, oirás vibrar tus fuentes.
Solamente Granada monta guardia y el Albaicín te vela.
Dice un cartel al entrar:
“Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser ciego en Granada...”
Andares de gitanos, cuevas del Sacromonte,
y plazas negras de toros
con rastros de una “sangre derramada...”
Un autobús me lleva, me aleja del embrujo y me detiene
en un pueblo cercano.
Pobre. Quieto. Me miran.
¿Me controlan...? ¿Me vigilan...?
(“Mal presagio... Callaos! ¿Una turista aquí?
¿¡En Fuentevaqueros...!? ¡Seguid vuestro trabajo...!
Que si busca huellas de Federico, solo se lleve el silencio...”)
parece que dijeran... Y desvían sus ojos al pasado.
“Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo,
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste:
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas...”
Una noche y un carmen. Cerca, el Darro...
Recortada, y al fondo está la Alhambra.
Una plaza y el Cristo
con sus cuatro farolas...
Mi adiós... mi despedida.
Lo vi todo en los ojos de un poeta,
fue Rafael Guillén, inolvidable,
que entre tasca y tasca, dejó dos humoradas:
“los españoles son los Estradivarius de la blasfemia.
Y los 'tacos', sumamente barrocos,
hasta llegan a ser churriguerescos...”
(Rafael: esa noche te dije solo “ ¡gracias!”,
porque... no encontré ya palabras:
solo esa. Acaso cuando vuelva...)
Huelva
podría ser tan solo un puerto -el de Palos-
y un destino sin nombre que era América.
Las Carabelas... ¡el Descubrimiento...!
Pero hay un pueblo blanco
donde el trote de un burrito será eterno.
La plaza y la Iglesia... ¡Giraldilla...!:
“La torre de la Iglesia de Moguer, vista de cerca, es como la Giralda, vista de lejos...”
Ahí cerca, nomás, el Cementerio: una gran placa gris, sobre la tierra:
ZENOBIA – JUAN RAMÓN
y mucho más allá está Fuentepiña y aquel pino redondo
que cubre con su sombra
tu “descompuesto corazón, Platero...”
Fuiste “pequeño y peludo y suave...”
y aún vas por los caminos moguereños,
confundido entre flor y mariposa
“Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando
y se quedará mi huerto, con su verde árbol
y con su pozo blanco...”