Sin hacer preguntas y con sus buenos 20 minutos de gloria se fueron a casa los periodistas Carlos Cuesta, María Claver y Albert Castillón, que aceptaron el encargo de leer el manifiesto —un catálogo de oprobios de Sánchez: de traiciones, humillaciones, chantajes, cesiones y puñaladas para arriba— cual militantes de relumbrón catódico. La foto final de familia con Rivera, Casado y Abascal juntos pero no revueltos como cuñados de morros por un problema de lindes de la finca de los mayores, puso punto final al asunto. ¿O será seguido? Bajo el escenario, el Nobel Mario Vargas Llosa parecía calibrar la situación con perfil enigmático. Se especuló hasta última hora con que fuera él el encargado de leer el comunicado y no consta si ese cáliz le fue siquiera ofrecido o fue rechazado gentilmente. Una lástima, en cualquier caso. Otra cosa no, pero ese sí que hubiera sido un relator internacional de campanillas.