EDITORIAL ABC.
La peligrosa inacción del presidente.
El presidente del Gobierno en funciones no quiere implicarse en una estrategia que pudiera restarle votos en Cataluña, y por eso no ha querido ejercer el legítimo control de los Mossos.
ABC.
Actualizado: 21/10/2019 23:09h.
La gestión realizada por Pedro Sánchez para paliar el daño causado por el separatismo en Cataluña es tan ineficaz como temeraria. Durante la última semana, lo único que se conoce de lo realizado por Pedro Sánchez se reduce a contener a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado mientras eran atacados, a no atender las llamadas telefónicas del chantajista Joaquim Torra y a una operación propagandística de lavado de imagen visitando a los agentes heridos en el hospital. Poco más se conoce de por qué el Gobierno no ha actuado con más contundencia, permitiendo durante demasiadas noches el salvajismo batasunizado de miles de individuos que han convertido la destrucción de Cataluña en su única causa. Es cierto que Torra ha perdido toda la dignidad del cargo que representa negándose a condenar la violencia y rechazando desmarcarse del vandalismo de los llamados «comités de defensa de la república». Torra no solo se ha ridiculizado a sí mismo en un sketch semipublicitario para denunciar que Sánchez no atiende sus llamadas, sino que ha perdido la perspectiva y carece de la más mínima autoridad. Se ha convertido en un pelele de la ultraviolencia, capaz de presentarse en público como instigador y víctima a la vez. Sin embargo, Sánchez sí debió atender sus llamadas telefónicas.
El presidente defensor del «diálogo siempre y antes que nada» debería hablar con Torra para decirle que está poniendo en peligro la democracia en Cataluña, que es el primer pirómano, que es un irresponsable político y que Cataluña no merece menos que su dimisión inmediata. Pero Sánchez contemporiza y aparenta. No quiere implicarse en una estrategia que pudiera restarle votos en Cataluña, y por eso no ha querido ejercer el legítimo control de los Mossos, cuando habría sido lo idóneo. Reducir todo lo ocurrido, como ha hecho su ministro del Interior, a una mera cuestión de desórdenes públicos es ridículo. Más aún cuando una casa bien conocida por él, como es la Audiencia Nacional, mantiene imputados por terrorismo a siete miembros de los CDR. No basta con las palabras. No basta con que Sánchez diga que los miembros de las guerrillas urbanas de los últimos días pagarán ante la Justicia. Faltaría más. Han sido miles los causantes de un destrozo material y emocional en Cataluña, y sin embargo los detenidos apenas alcanzan unas decenas. Salvo en cuestiones internas y orgánicas del PSOE, donde es implacable, Sánchez tiene un problema con la autoridad. En Cataluña hay quien incumple la ley de modo sistemático, y con meras advertencias -es a lo más que alcanza Sánchez- no va a conseguir que depongan su actitud insurrecional. Siete días de vandalismo en Cataluña por siete días de pasividad y parálisis de Sánchez. Es hora de que reaccione.
R. 2º.-
La peligrosa inacción del presidente.
El presidente del Gobierno en funciones no quiere implicarse en una estrategia que pudiera restarle votos en Cataluña, y por eso no ha querido ejercer el legítimo control de los Mossos.
ABC.
Actualizado: 21/10/2019 23:09h.
La gestión realizada por Pedro Sánchez para paliar el daño causado por el separatismo en Cataluña es tan ineficaz como temeraria. Durante la última semana, lo único que se conoce de lo realizado por Pedro Sánchez se reduce a contener a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado mientras eran atacados, a no atender las llamadas telefónicas del chantajista Joaquim Torra y a una operación propagandística de lavado de imagen visitando a los agentes heridos en el hospital. Poco más se conoce de por qué el Gobierno no ha actuado con más contundencia, permitiendo durante demasiadas noches el salvajismo batasunizado de miles de individuos que han convertido la destrucción de Cataluña en su única causa. Es cierto que Torra ha perdido toda la dignidad del cargo que representa negándose a condenar la violencia y rechazando desmarcarse del vandalismo de los llamados «comités de defensa de la república». Torra no solo se ha ridiculizado a sí mismo en un sketch semipublicitario para denunciar que Sánchez no atiende sus llamadas, sino que ha perdido la perspectiva y carece de la más mínima autoridad. Se ha convertido en un pelele de la ultraviolencia, capaz de presentarse en público como instigador y víctima a la vez. Sin embargo, Sánchez sí debió atender sus llamadas telefónicas.
El presidente defensor del «diálogo siempre y antes que nada» debería hablar con Torra para decirle que está poniendo en peligro la democracia en Cataluña, que es el primer pirómano, que es un irresponsable político y que Cataluña no merece menos que su dimisión inmediata. Pero Sánchez contemporiza y aparenta. No quiere implicarse en una estrategia que pudiera restarle votos en Cataluña, y por eso no ha querido ejercer el legítimo control de los Mossos, cuando habría sido lo idóneo. Reducir todo lo ocurrido, como ha hecho su ministro del Interior, a una mera cuestión de desórdenes públicos es ridículo. Más aún cuando una casa bien conocida por él, como es la Audiencia Nacional, mantiene imputados por terrorismo a siete miembros de los CDR. No basta con las palabras. No basta con que Sánchez diga que los miembros de las guerrillas urbanas de los últimos días pagarán ante la Justicia. Faltaría más. Han sido miles los causantes de un destrozo material y emocional en Cataluña, y sin embargo los detenidos apenas alcanzan unas decenas. Salvo en cuestiones internas y orgánicas del PSOE, donde es implacable, Sánchez tiene un problema con la autoridad. En Cataluña hay quien incumple la ley de modo sistemático, y con meras advertencias -es a lo más que alcanza Sánchez- no va a conseguir que depongan su actitud insurrecional. Siete días de vandalismo en Cataluña por siete días de pasividad y parálisis de Sánchez. Es hora de que reaccione.
R. 2º.-