HISTORIA DE LAS FALLAS
Siguen las fiestas religiosas cuyo origen se nos pierde entre las brumas de los tiempos. Aún no se han apagado los ecos del Carnaval, que ya tenemos a San José, el 19 de marzo, dando entrada a la primavera. En todo el mundo se conocen las fallas de Valencia, que cuentan entre las más grandiosas fiestas del fuego que celebra la humanidad. Valencia se ha hecho con la antorcha del fuego y de los claveles: una conjunción prodigiosa. Otros pueblos toman la antorcha sagrada de los grandes ritos de dolor y muerte; otros cumplen con el sagrado deber de conservarnos los ritos iniciáticos, otros los funerarios.
Y como ocurre con multitud de fiestas, aparecen y desaparecen como el Guadiana. Hay largas épocas de la historia en que parece que se las haya tragado la tierra para no volver a aflorar; pero resurgen con nueva vida. Eso ha ocurrido con las Fallas, que como tales apenas cuentan con un par de siglos de antigüedad.
Y volvemos a los antiquísimos ritos de purificación con los que se preparaba el resurgir de la vida. El vigoroso marzo tenía que ser precedido por un enérgico februario, el mes de la poda, la limpieza de los campos, de los corrales, de los animales, de las casas e incluso de uno mismo. Y en los conceptos de limpieza, bueno y oportuno es recordarlo precisamente ahora que nos amenaza una terrible epidemia ganadera que algo tiene que ver con prácticas alimentarias gravemente desviadas; en los conceptos de limpieza, digo, entraban también las estrictas normas sanitarias, que había que ejecutar en forma de rituales religiosos.
Entre estas normas de purificación antes de que llegase empujando con fuerza la vida de los animales y de las plantas, estaba el precepto de quemar todo lo viejo, todo lo que pudiera estar contaminado. Hemos de tener presente que nuestros antepasados eran mucho más vulnerables a las epidemias; ellos y sus animales. Por eso se debió convertir en ineludible deber religioso quemar todo lo que se había sacado de la limpieza, cuanto más, mejor. Esas hogueras profilácticas se conservan por todo el mundo. Lo de quemar trastos viejos en las grandes fiestas del fuego es un ritual que encontramos repetido en todo el mundo. Y dicen que fueron los carpinteros en Valencia, que tenían por patrón a San José, los que en la vigilia de su fiesta juntaban grandes pilas con los trastos viejos y restos de madera que se iban amontonando a lo largo del año, y con ellos hacían grandes hogueras con las que honraban a su santo patrono. Es una hipótesis muy verosímil, pero nada más que hipótesis.
Eso en cuanto a las hogueras; por lo que respecta a los muñecos (ninots) vuelve a ser una constante de multitud de fiestas del fuego en todo el mundo: ya que se hace la hoguera y se queman los trastos viejos, se aprovecha para quemar en ella también a los demonios que han atormentado al pueblo durante el año, o que le han incitado al mal. Hay muchos pueblos en que el motivo central de las fiestas del fuego es la quema del demonio. Nada tendría de extraño que la singularidad de las fallas, en que desaparece la hoguera propiamente dicha para convertirse los demonios en hoguera, provenga precisamente de un rito de estas características, cuya perfecta continuidad sería la sátira y la crítica hechas combustible y finalmente fuego.
A finales del siglo XVIII se tienen las primeras noticias escritas sobre el germen de las fallas. En el XIX se representa una especie de auto sacramental satírico con los muñecos a los que luego se condena a la hoguera. Excepto el indultado. En 1886 casi desaparecieron las fallas, que a partir de ahí consiguieron superar incluso la guerra civil, pero renunciando a la sátira y pasando a ensalzar los nuevos valores nacionales. Y hasta hoy, todo fue seguir creciendo.
Siguen las fiestas religiosas cuyo origen se nos pierde entre las brumas de los tiempos. Aún no se han apagado los ecos del Carnaval, que ya tenemos a San José, el 19 de marzo, dando entrada a la primavera. En todo el mundo se conocen las fallas de Valencia, que cuentan entre las más grandiosas fiestas del fuego que celebra la humanidad. Valencia se ha hecho con la antorcha del fuego y de los claveles: una conjunción prodigiosa. Otros pueblos toman la antorcha sagrada de los grandes ritos de dolor y muerte; otros cumplen con el sagrado deber de conservarnos los ritos iniciáticos, otros los funerarios.
Y como ocurre con multitud de fiestas, aparecen y desaparecen como el Guadiana. Hay largas épocas de la historia en que parece que se las haya tragado la tierra para no volver a aflorar; pero resurgen con nueva vida. Eso ha ocurrido con las Fallas, que como tales apenas cuentan con un par de siglos de antigüedad.
Y volvemos a los antiquísimos ritos de purificación con los que se preparaba el resurgir de la vida. El vigoroso marzo tenía que ser precedido por un enérgico februario, el mes de la poda, la limpieza de los campos, de los corrales, de los animales, de las casas e incluso de uno mismo. Y en los conceptos de limpieza, bueno y oportuno es recordarlo precisamente ahora que nos amenaza una terrible epidemia ganadera que algo tiene que ver con prácticas alimentarias gravemente desviadas; en los conceptos de limpieza, digo, entraban también las estrictas normas sanitarias, que había que ejecutar en forma de rituales religiosos.
Entre estas normas de purificación antes de que llegase empujando con fuerza la vida de los animales y de las plantas, estaba el precepto de quemar todo lo viejo, todo lo que pudiera estar contaminado. Hemos de tener presente que nuestros antepasados eran mucho más vulnerables a las epidemias; ellos y sus animales. Por eso se debió convertir en ineludible deber religioso quemar todo lo que se había sacado de la limpieza, cuanto más, mejor. Esas hogueras profilácticas se conservan por todo el mundo. Lo de quemar trastos viejos en las grandes fiestas del fuego es un ritual que encontramos repetido en todo el mundo. Y dicen que fueron los carpinteros en Valencia, que tenían por patrón a San José, los que en la vigilia de su fiesta juntaban grandes pilas con los trastos viejos y restos de madera que se iban amontonando a lo largo del año, y con ellos hacían grandes hogueras con las que honraban a su santo patrono. Es una hipótesis muy verosímil, pero nada más que hipótesis.
Eso en cuanto a las hogueras; por lo que respecta a los muñecos (ninots) vuelve a ser una constante de multitud de fiestas del fuego en todo el mundo: ya que se hace la hoguera y se queman los trastos viejos, se aprovecha para quemar en ella también a los demonios que han atormentado al pueblo durante el año, o que le han incitado al mal. Hay muchos pueblos en que el motivo central de las fiestas del fuego es la quema del demonio. Nada tendría de extraño que la singularidad de las fallas, en que desaparece la hoguera propiamente dicha para convertirse los demonios en hoguera, provenga precisamente de un rito de estas características, cuya perfecta continuidad sería la sátira y la crítica hechas combustible y finalmente fuego.
A finales del siglo XVIII se tienen las primeras noticias escritas sobre el germen de las fallas. En el XIX se representa una especie de auto sacramental satírico con los muñecos a los que luego se condena a la hoguera. Excepto el indultado. En 1886 casi desaparecieron las fallas, que a partir de ahí consiguieron superar incluso la guerra civil, pero renunciando a la sátira y pasando a ensalzar los nuevos valores nacionales. Y hasta hoy, todo fue seguir creciendo.