No eran "padres de la patria", sino "padrinos de la gran estafa"
española
Llaman "padres de la patria" a los que redactaron la actual Constitución, como si fueran héroes, cuando lo que merecen es la repulsa de los
españoles por haber diseñado un Estado para ladrones, saqueadores y cazadores de privilegios y fortunas. No merecen consideración porque en lugar de redactar una constitución
democrática escribieron un texto trucado en el que se promovía una
dictadura camuflada de partidos y de
políticos prefesionales, sin ciudadanos, sin separación de poderes y sin controles suficientes al poder.
Cuando veo pavonearse a tipos como Alfonso
Guerra, al que
España le debe muchos males y desgracias, un tipo mediocre y nada
democrático al que millones de españoles les rieron su "gracias" totalitarias, me entran ganas de llorar. Aquel "régimen" del 78 fue la sucesión pura del Franquismo, sustituyendo a Franco por una manada de politicastros y al partido único de la dictadura por unas cuantas bandas, a la que llamaron "partidos", para que gestionaran el poder de forma parecida a como lo hacían los franquistas, con la única diferencia de que los anteriores no llegaron tan lejos en ámbitos como el saqueo de la nación, la mentira y la degradación moral.
Si hubieran querido diseñar una
democracia, lo habrían podido hacer sin trabas. El pueblo estaba entregado y deseoso de ingresar en el idealizado club de las democracia occidentales, pero en lugar de perfilar un sistema con separación de poderes, con participación de la ciudadanía, con controles suficientes al poder
político y con leyes justas e iguales para todos, patrocinaron una estafa en toda regla e hicieron pasar por democracia lo que era un sistema diseñado más para el dominio de una casta
política y el saqueo de una nación a la que habían dejado indefensa.
La Constitución del 78 no es ninguna obra digna de encomio ni admiración. La paz que dicen que trajo fue la misma paz que disfrutaron los demás países europeos y la prosperidad de España no fue fruto de aquella carta magna, sino de la prosperidad de Europa y el mundo occidental en la posguerra.
Aquella Constitución encerraba vicios y dramas que ahora están dando la cara, en especial dos de intensa indignidad, generadores de desequilibrios que ahora se están haciendo visibles. El más grave fue el del llamado "Estado de las Autonomías", una diseño de nación que facilitaba el abuso de poder, la germinación de reinos de taifas y satrapías, la
corrupción, el gasto desenfrenado y el independentismo, fruto de la codicia y de las desenfrenadas ansias de poder de una clase política que se fue pervirtiendo y envileciendo al ejercer un poder falsamente democrático, sin controles y basado en el saqueo y el engaño al ciudadano. El otro gran vicio fue la desigualdad y el desequilibrio, que se plasmaban, sobre todo, en una la ley electoral que premiaba los votos nacionalistas y en la persistencia de unos privilegios y fueros que sustentaban la desigualdad.
La Constitución y su posterior desarrollo fueron obras truculentas perpetradas por una clase política vergonzante que ha perdido ya toda capacidad de pudor y vergüenza y que, sin dignidad ni conciencia, es capaz de seguir en el poder, disfrutando de sus privilegios, a pesar de que los ciudadanos les señalan masivamente como uno de los peores problemas y dramas del país, ignorando que el divorcio entre los políticos y los ciudadanos invalida el sistema y lo deslegitima plenamente.
Hoy, las fechorías de los políticos, permitidas por una Constitución que nunca fue democrática, han consumado el desastre de España, un país casi sin retorno cuyos vicios están enquistados y con la corrupción afincada en las instituciones y en el alma del Estado.
¿Quien deshace el entuerto de España? ¿Quien se atreverá a suprimir el cáncer de las autonomías? ¿Quien es capaz de arrebatar a los partidos y a los políticos sus bastardos privilegios y su antidemocracia insultante?
Las cosas han llegado a tal extremo de deterioro de que solo un
dictador o una revolución pueden limpiar tanta basura de la nación hispana.
Hoy, como en los viejos tiempos de la opresión, más que celebrar con gozo el día de los
trabajadores deberíamos dedicar la jornada a fomentar la rebeldía de los ciudadanos frente a los inmensos abusos del Estado y de sus dueños, los políticos.
Francisco Rubiales