Quiero matizar que era un juego más de los muchos que teníamos. No era una fiesta. No había caramelos ni dulces y en nuestras casas nada de celebraciones. Era un día más como otro, solo que en vez de jugar por el pueblo nos íbamos todos juntos al cementerio contando encima historias para no dormir y os puedo asegurar que llegábamos al pueblo con los pelos de punta y muertos de miedo y de risa, a la vez. Mirábamos y nadie nos perseguía, así que emprendíamos el camino a casa como si nos hubiésemos librado del purgatorio de los muertos vivientes.