¿Verdad o mentira?
Cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) hace acto de presencia en un país, es como si lo visitase uno de los jinetes del Apocalipsis.
A cambio del préstamo que recibe para el pago de su deuda y la reducción de su déficit el Fondo, que opera en beneficio de instituciones crediticias privadas, le impone un plan de austeridad conocido como Programa de Ajuste Estructural (PAE). Lo característico del PAE es que las medidas que dicta siempre van en perjuicio de las clases populares y de los
trabajadores. No es de extrañar si se tiene en cuenta que responde a una filosofía ultraliberal que pone el acento en la flexibilización del mercado laboral, léase abaratamiento del despido y desaparición de la negociación colectiva, y en la reducción del gasto social, que traducido al lenguaje común significa recortar los servicios públicos de
sanidad,
educación,
pensiones, el Estado de bienestar en una palabra, decisivo para la cohesión social e indispensable para las clases más vulnerables del sistema. En suma, que a despecho de lo injusto e inmoral que resulte, el PAE hace recaer invariablemente el peso de la carga de los sacrificios sobre los más débiles económicamente hablando y no sobre los más poderosos.
La realidad de los países subdesarrollados constituye el ejemplo vivo del abismo que media entre los declamados buenos propósitos y la realidad. Se afirma que la gigantesca estructura del FMI alberga una organización dedicada a la usura internacional, en detrimento de las economías menores y en severos perjuicios de los países que al ser "socorridos", caen en la trampa de sus "benévolos y generosos" empréstitos, suscritos con la complicidad de los gobiernos corruptos y sus funcionarios, gerentes locales que colaboran en forma activa y eficaz con el FMI en la consumación de una
política expoliadora.