Hola, amigos. Pues eso es la historia precisamente: que se siga hablando de los muertos. Y se seguirá hablando de Franco, desde luego, mal que nos pese. No tanto por los valores o cualidades del dictador, que no eran muchos, sino porque estuvo al mando de una nación importante dentro de Europa, durante casi 40 años. En ese tiempo sucedieron muchas cosas que poseen indudable interés en el decurso de una nación. Los frutos ahora los estamos viendo. Tras la primavera de la transición, en que dimos lección de convivencia democrática al mundo y se hicieron algunos aportes valiosos para la paz y la democracia, hemos vuelto a la crisis un poco por culpa de todos. En primer lugar, la rémora de esos interminables 40 años de dictadura, que lo fueron de subdesarrollo y atraso económico, social, cultural, político y religioso. Y luego una transformación pegada con babas, porque no afectó a los dueños del poder y del dinero. El poder corrompió a Felipillo, a Aznar, a Zapatero y a Rajoy. Demasiado dinero y demasiado poder para gente tan mediocre y arribista. Incluso el rey, que en su momento tuvo un papel importante en la defensa de la democracia, también la embarró con sus pilatunas, trastadas y aventurillas, que nos han hecho cogerle antipatía a la corona y a sus herederos, para siempre. Yo, por lo menos, a pesar de los momentos amargos que sobrevinieron con la II República, soy partidario de una III, aprendiendo las lecciones que nos dejó la II, como debe ser. Para eso tiene que servir la memoria histórica: para aprender del pasado, corrigiendo los errores y asumiendo los muchos aciertos que también tuvo, con figuras como Besteiro, Ortega, Pérez de Ayala, Marañón, Negrín, Prieto y otros.