En la madrugada del 11 de agosto de 1936 era asesinado a manos de falangistas Blas Infante, Don Blas, el notario de Isla Cristina, el pueblo de mi abuela. Don Blas, el padrino de su boda. Don Blas, el culto, el místico amigo de mi abuelo Antonio Caballero.
Notario, historiador, antropólogo, musicólogo, escritor, periodista y gran conferenciante. El padre de la Patria Andaluza.
El 5 de julio de 1936 se le aclamó como presidente de honor de la futura Junta Regional de Andalucía. A los pocos días, tras el golpe militar que inició la Guerra Civil Española, varios falangistas le detuvieron en su casa de Coria del Río y fue asesinado, sin juicio ni sentencia, junto a otros dos detenidos, el 11 de agosto, en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona.
Cuatro años más tarde el Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado después de la guerra, le condenó a muerte y a sus herederos a una multa económica, según el documento de 4 de mayo de 1940 escrito en Sevilla:
“… porque formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz.”
79 años después, esa condena a muerte, injusta e ilegal sigue vigente para vergüenza de todos.
Su asesinato 8 días antes que el de Federico, fue un mazazo que mi abuela nunca superó. El del poeta fue la puntilla, el principio del miedo que no la abandonaría nunca.
Notario, historiador, antropólogo, musicólogo, escritor, periodista y gran conferenciante. El padre de la Patria Andaluza.
El 5 de julio de 1936 se le aclamó como presidente de honor de la futura Junta Regional de Andalucía. A los pocos días, tras el golpe militar que inició la Guerra Civil Española, varios falangistas le detuvieron en su casa de Coria del Río y fue asesinado, sin juicio ni sentencia, junto a otros dos detenidos, el 11 de agosto, en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona.
Cuatro años más tarde el Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado después de la guerra, le condenó a muerte y a sus herederos a una multa económica, según el documento de 4 de mayo de 1940 escrito en Sevilla:
“… porque formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz.”
79 años después, esa condena a muerte, injusta e ilegal sigue vigente para vergüenza de todos.
Su asesinato 8 días antes que el de Federico, fue un mazazo que mi abuela nunca superó. El del poeta fue la puntilla, el principio del miedo que no la abandonaría nunca.