RECUERDOS II
Salimos de Málaga un 28 de Diciembre en un viejo camión de mudanzas con mi padre, mi abuela y mis cuatro hermanos. Hacía un frío de no te menees pulguita y recorrimos los 101 Km. que separan Málaga de Motril en el tiempo que hoy se emplearía para ir de Huelva a Barcelona. La carretera, pegada al mar, a veces bordeaba precipicios que daban miedo. Vélez Málaga, Torrox, Nerja, Almuñecar, Salobreña, fueron quedando atras hasta llegar a nuestro destino en plena noche.
Nos acomodamos lo mejor posible bajo el mando de la cascarrabias de mi abuela y dormimos como pudimos,
A la mañana siguiente, bien temprano nos despertaron los gritos de los arrieros con su hato de burros, y! Oh casualidad! todos ellos nombraban a sus animales con unos largos arre querioooooo, arre sevillanoooo.
Mi abuela, como no podía ser de otra forma, se puso como loca.
-Yo me quiero ir a El Ronquillo, esta gente son gitanos.
Mi padre y mis hermanos mayores se mondaban de risa. Mi hermano que le tenía casi odio, le hacía gestos de burla, haciendo como que arreaba a los burros. Esto no era nuevo. Ya en Málaga había creado un estribillo:
El tren está pitando y una vieja no se quiere ir. Pero en Motril no había tren. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la nueva vida y a conocer a nuestros vecinos. La gran mayoría gente de campo. Con un léxico al principio casi indescifrable para nosotros. Pronunciaban la e en lugar de la a en la mayoría de los casos y las eses se habían esfumado de sus gargantas.
Al poco tiempo regresó mi madre del entierro de mi abuelo paterno en
San Juan de Aznalfarache y mi padre y hermano comenzaron a trabajar en la fábrica azucarera San Fernando. Hay como dos años en blanco en mi memoria hasta que a los ocho comencé a ir al colegio con un maestro llamado José Muriel, llamarlo colegio es una manera de decir. Se trataba de un gran salon lleno de desconchados en el primer piso de una casa de vecinos que según dicen en tiempos lejanos habia sido un palacio donde vivió Eugenia de Montijo, aquella dama granadina que fue Emperatriz de Francia de la mano de Napoleón III.
Ya tenía un grupo de compañeros de juego y casi todos los días nuestro refugio eran las ruinas de un antiguo templo dedicado a San Sebastián.
Llegaron los veranos y los baños en las azules aguas del Mediterráneo y a la vista 60 Km. al Norte de los altos picos de Sierra Nevada.
Poco a poco me fui apartando del barrio. Había cambiado de escuela y de maestro que ahora era Antonio Ayudarte Rodriguez un señor con ínfulas de escritor que había publicado una novela La señorita vestida de rosa, de la que con sus hojas amarillentas sus nietos deben estar haciendo barquitos de papel o usándolos para otros menesteres. Me inscribí en Falange porque allí se podía jugar al parchís, ajedrez o pimpón y una vez por semana asistir a las reuniones que podríamos decir que eran una introducción a la política, también asistiamos gratis a los partidos de fútbol del equipo local, en regional primero y en tercera división después.
Después llegó el tiempo de radio, estudiando y practicando radiofonía en la emisora escuela local. Mi ilusión era seguir siendo radiofonista cosa que me apasionaba pero el destino tenía caminos distintos. El mar sería la via para cambiar la residencia y la forma de vida. Cádiz fué el puesto de salida. Buenos Aires la entrada a un nuevo mundo.
Esto forma parte de mi historia. Hasta ahora escribí unos 14 artículos que comienzan en Málaga, ya que de Sevilla solo la conozco por películas, menos un día de paso para El Ronquillo el pueblo de mi abuela donde estuve 6 meses, viaje a América, Luna de miel en Uruguay, un viaje a Venezuela y alguna que otra cosa más.
Salimos de Málaga un 28 de Diciembre en un viejo camión de mudanzas con mi padre, mi abuela y mis cuatro hermanos. Hacía un frío de no te menees pulguita y recorrimos los 101 Km. que separan Málaga de Motril en el tiempo que hoy se emplearía para ir de Huelva a Barcelona. La carretera, pegada al mar, a veces bordeaba precipicios que daban miedo. Vélez Málaga, Torrox, Nerja, Almuñecar, Salobreña, fueron quedando atras hasta llegar a nuestro destino en plena noche.
Nos acomodamos lo mejor posible bajo el mando de la cascarrabias de mi abuela y dormimos como pudimos,
A la mañana siguiente, bien temprano nos despertaron los gritos de los arrieros con su hato de burros, y! Oh casualidad! todos ellos nombraban a sus animales con unos largos arre querioooooo, arre sevillanoooo.
Mi abuela, como no podía ser de otra forma, se puso como loca.
-Yo me quiero ir a El Ronquillo, esta gente son gitanos.
Mi padre y mis hermanos mayores se mondaban de risa. Mi hermano que le tenía casi odio, le hacía gestos de burla, haciendo como que arreaba a los burros. Esto no era nuevo. Ya en Málaga había creado un estribillo:
El tren está pitando y una vieja no se quiere ir. Pero en Motril no había tren. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la nueva vida y a conocer a nuestros vecinos. La gran mayoría gente de campo. Con un léxico al principio casi indescifrable para nosotros. Pronunciaban la e en lugar de la a en la mayoría de los casos y las eses se habían esfumado de sus gargantas.
Al poco tiempo regresó mi madre del entierro de mi abuelo paterno en
San Juan de Aznalfarache y mi padre y hermano comenzaron a trabajar en la fábrica azucarera San Fernando. Hay como dos años en blanco en mi memoria hasta que a los ocho comencé a ir al colegio con un maestro llamado José Muriel, llamarlo colegio es una manera de decir. Se trataba de un gran salon lleno de desconchados en el primer piso de una casa de vecinos que según dicen en tiempos lejanos habia sido un palacio donde vivió Eugenia de Montijo, aquella dama granadina que fue Emperatriz de Francia de la mano de Napoleón III.
Ya tenía un grupo de compañeros de juego y casi todos los días nuestro refugio eran las ruinas de un antiguo templo dedicado a San Sebastián.
Llegaron los veranos y los baños en las azules aguas del Mediterráneo y a la vista 60 Km. al Norte de los altos picos de Sierra Nevada.
Poco a poco me fui apartando del barrio. Había cambiado de escuela y de maestro que ahora era Antonio Ayudarte Rodriguez un señor con ínfulas de escritor que había publicado una novela La señorita vestida de rosa, de la que con sus hojas amarillentas sus nietos deben estar haciendo barquitos de papel o usándolos para otros menesteres. Me inscribí en Falange porque allí se podía jugar al parchís, ajedrez o pimpón y una vez por semana asistir a las reuniones que podríamos decir que eran una introducción a la política, también asistiamos gratis a los partidos de fútbol del equipo local, en regional primero y en tercera división después.
Después llegó el tiempo de radio, estudiando y practicando radiofonía en la emisora escuela local. Mi ilusión era seguir siendo radiofonista cosa que me apasionaba pero el destino tenía caminos distintos. El mar sería la via para cambiar la residencia y la forma de vida. Cádiz fué el puesto de salida. Buenos Aires la entrada a un nuevo mundo.
Esto forma parte de mi historia. Hasta ahora escribí unos 14 artículos que comienzan en Málaga, ya que de Sevilla solo la conozco por películas, menos un día de paso para El Ronquillo el pueblo de mi abuela donde estuve 6 meses, viaje a América, Luna de miel en Uruguay, un viaje a Venezuela y alguna que otra cosa más.
ANTONIO, me gusta tu forma de escribir, veo que pones Recuerdos II.. ¿Has puesto en algún otro apartado la parte I?.
Saludos.
Saludos.