Masacres de la Guerra Civil: terror en los burladeros de la Plaza de Toros de Badajoz (1/2)
La columna de la muerte de los sublevados arrasó en agosto de 1936 con los republicanos en Extremadura pero la historiografía franquista siempre negó los sucesos
Franco borró Badajoz dos veces. La primera el 14 de agosto de 1936, cuando la columna que comandaba el teniente coronel Yagüe rebasó la resistencia republicana y entró a sangre y fuego en la ciudad. La segunda, cuando se echó el telón a lo que fueron dos días de asesinatos en masa entre el 14 y el 15 de agosto del verano del 36. Sencillamente, hicieron como si no hubiera existido nunca, como en aquel capítulo de 'Cien años de soledad' de Gabriel García Márquez. Pero como en la novela, el olvidó no anuló los hechos. Tampoco era la primera vez. Las columnas que desde Andalucía había improvisado el general Queipo de Llano para controlar primero y reprimir después a los desafectos al alzamiento nacional ya habían hecho de las suyas. [Las sangrientas checas de Madrid] Desde que triunfara el golpe en Sevilla, el general se dedicó a sofocar los últimos bastiones republicanos y a pasar por las tapias y cunetas a todos los que consideró enemigos. Fueron muchos, en todos los pueblos de la provincia que ya controlaban, más los que cayeron en el avance hacia Madrid. De todos ellos, Mérida y Badajoz, se presentaban como dos baluartes republicanos antes de llegar a la capital. Un lugar especial para los derechistas por los efectos de la reforma agraria de la Segunda República. Les costaría caro. Queipo había estado calentando los ánimos en sus periódicas emisiones radiofónicas que incitaban directamente a la represalia pura y dura
Mientras, Queipo había estado calentando los ánimos en sus periódicas emisiones radiofónicas que incitaban directamente a la represalia pura y dura, incluso en los pueblos donde realmente no había habido ningún conato de violencia contra los simpatizantes de derechas. El historiador Paul Preston explica que las arengas del genereral se conservan sólo en parte, censuradas por la brutalidad de las mismas, en las selecciones de ciertos párrafos que la prensa rebelde publicaba.
Lo que se sabe de estos discursos radiofónicos de Queipo de Llano nos ha llegado a través de las crónicas que ofrecía al día siguiente la prensa escrita o de las notas que tomaban los oyentes. El cotejo de ambas fuentes, en los casos en los que resulta posible, sugiere que los textos que ofrecía la prensa eran un pálido reflejo del discurso original. Los editores de los periódicos no se atrevían a reproducir las escandalosas incitaciones a la violación y el asesinato, y lo cierto es que empezaba a cundir la preocupación, entre los rebeldes, por el hecho de que los excesos de Queipo pudieran dañar la imagen de la causa en el extranjero.
El carnicero de Badajoz
En consecuencia, esta autocensura instintiva de la prensa escrita se reforzó el 7 de septiembre, cuando el comandante José Cuesta Monereo redactó una serie de instrucciones detalladas en las que se aludía a la sensibilidad internacional. La mayoría de sus catorce puntos eran rutinarios y tenían por objeto evitar la publicación de información militar delicada. "El mito de Badajoz es un mito y por ello afirmo que si Yagüe en Asturias es intachable es imposible que en dos años sufra un cambio tan brutal" Sin embargo, entre ellos se ordenaba expresamente la purga de la versión impresa de las emisiones radiofónicas. Antes de todo eso, Franco encomendó el mando conjunto de las tres columnas a un africanista feroz, el teniente coronel Juan Yagüe Blanco. Ramón Serrano Suñer lo describía como: "Corpulento, alto, con melena aleonada y mirada de animal de presa —un animal de presa miope—, era un hombre inteligente pero conducido —y a veces obnubilado— por su temperamento. Rebelde y jaque, sufría sin embargo unas depresiones cíclicas —quizás debidas a un trauma físico mal compensado— que quitaban continuidad, firmeza y coherencia a sus actitudes" (Paul Preston - 'El holocausto español').
La columna de la muerte de los sublevados arrasó en agosto de 1936 con los republicanos en Extremadura pero la historiografía franquista siempre negó los sucesos
Franco borró Badajoz dos veces. La primera el 14 de agosto de 1936, cuando la columna que comandaba el teniente coronel Yagüe rebasó la resistencia republicana y entró a sangre y fuego en la ciudad. La segunda, cuando se echó el telón a lo que fueron dos días de asesinatos en masa entre el 14 y el 15 de agosto del verano del 36. Sencillamente, hicieron como si no hubiera existido nunca, como en aquel capítulo de 'Cien años de soledad' de Gabriel García Márquez. Pero como en la novela, el olvidó no anuló los hechos. Tampoco era la primera vez. Las columnas que desde Andalucía había improvisado el general Queipo de Llano para controlar primero y reprimir después a los desafectos al alzamiento nacional ya habían hecho de las suyas. [Las sangrientas checas de Madrid] Desde que triunfara el golpe en Sevilla, el general se dedicó a sofocar los últimos bastiones republicanos y a pasar por las tapias y cunetas a todos los que consideró enemigos. Fueron muchos, en todos los pueblos de la provincia que ya controlaban, más los que cayeron en el avance hacia Madrid. De todos ellos, Mérida y Badajoz, se presentaban como dos baluartes republicanos antes de llegar a la capital. Un lugar especial para los derechistas por los efectos de la reforma agraria de la Segunda República. Les costaría caro. Queipo había estado calentando los ánimos en sus periódicas emisiones radiofónicas que incitaban directamente a la represalia pura y dura
Mientras, Queipo había estado calentando los ánimos en sus periódicas emisiones radiofónicas que incitaban directamente a la represalia pura y dura, incluso en los pueblos donde realmente no había habido ningún conato de violencia contra los simpatizantes de derechas. El historiador Paul Preston explica que las arengas del genereral se conservan sólo en parte, censuradas por la brutalidad de las mismas, en las selecciones de ciertos párrafos que la prensa rebelde publicaba.
Lo que se sabe de estos discursos radiofónicos de Queipo de Llano nos ha llegado a través de las crónicas que ofrecía al día siguiente la prensa escrita o de las notas que tomaban los oyentes. El cotejo de ambas fuentes, en los casos en los que resulta posible, sugiere que los textos que ofrecía la prensa eran un pálido reflejo del discurso original. Los editores de los periódicos no se atrevían a reproducir las escandalosas incitaciones a la violación y el asesinato, y lo cierto es que empezaba a cundir la preocupación, entre los rebeldes, por el hecho de que los excesos de Queipo pudieran dañar la imagen de la causa en el extranjero.
El carnicero de Badajoz
En consecuencia, esta autocensura instintiva de la prensa escrita se reforzó el 7 de septiembre, cuando el comandante José Cuesta Monereo redactó una serie de instrucciones detalladas en las que se aludía a la sensibilidad internacional. La mayoría de sus catorce puntos eran rutinarios y tenían por objeto evitar la publicación de información militar delicada. "El mito de Badajoz es un mito y por ello afirmo que si Yagüe en Asturias es intachable es imposible que en dos años sufra un cambio tan brutal" Sin embargo, entre ellos se ordenaba expresamente la purga de la versión impresa de las emisiones radiofónicas. Antes de todo eso, Franco encomendó el mando conjunto de las tres columnas a un africanista feroz, el teniente coronel Juan Yagüe Blanco. Ramón Serrano Suñer lo describía como: "Corpulento, alto, con melena aleonada y mirada de animal de presa —un animal de presa miope—, era un hombre inteligente pero conducido —y a veces obnubilado— por su temperamento. Rebelde y jaque, sufría sin embargo unas depresiones cíclicas —quizás debidas a un trauma físico mal compensado— que quitaban continuidad, firmeza y coherencia a sus actitudes" (Paul Preston - 'El holocausto español').
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