Los escritores antiguos dicen que los íberos se señalaban entre los demás pueblos antiguos por su seriedad y moral. La misma “Dama de Elche” aparece con la cara y el cuello cubiertos con paños, trasmitiendo una imagen de nobleza, pudor y belleza.
Sea por esto o por otras causas, a los pocos años de predicarse el Evangelio en España, ya había en nuestra patria muchísimos cristianos. Es seguro que estuvo en España el apóstol San Pablo, que en una de sus cartas anuncia que piensa venir a España. También se cree que estuvo en España el apóstol Santiago, a quien, según tradición muy antigua, se apareció la Virgen María sobre el Pilar de Zaragoza.
Cuando España se hace presente por primera vez fuera de sus fronteras, por otros países, sus primeras acciones son para defender la fe o para propagar la fe. Uno de estos defensores fue el obispo Osio, famosísimo obispo de Córdoba. Era un hombre fuerte y sabio que llegó a alcanzar un gran influjo sobre el emperador romano Constantino, y consiguió de este que, al fin dejara en libertad a la iglesia de Cristo.
Hasta ese momento, los cristianos habían tenido que reunirse bajo tierra, en las catacumbas, lo que siendo desagradable, aseguró en cambio la pureza de la doctrina, que, transmitida por pequeños grupos, no podía variarse ni equivocarse. Y los que se unían a ella, era siempre gente firme y segura, puesto que sabían que se jugaban la vida.
Una vez que Constantino permitió el cristianismo, muchos acudían a la iglesia dispuestos a tomar y dejar de su doctrina lo que les convenía, a su antojo. De aquí nacieron las herejías, o sea, errores que se querían hacer pasar por la verdadera doctrina de Cristo. La principal entre estas herejías fue la de los arrianos, que sostenía que Jesucristo no era Dios, sino un simple hombre.
Fueron enormes las discusiones entre cristianos y arrianos. Todavía en lenguaje vulgar, para significar un gran alboroto, se dice: “Se armó la de Dios es Cristo”.
Fue nuestro obispo Osio quien se alzó contra los arrianos. A iniciativa suya se celebró en la ciudad de Nicea, en Asia, el primer Concilio, año 325.
Los obispos del mundo reunidos, quedaron asombrados de la sabiduría de nuestro obispo Osio. Como conclusión del Concilio, Osio escribió un resumen, sin palabra de más ni de menos, este resumen es lo que llamamos el Credo, que desde entonces se reza o se canta en todas las misas del mundo.
De modo que, en todos los minutos del día, se está celebrando misa en alguna parte de la Tierra, desde hace muchos siglos, proclamando la fe con las palabras de un obispo español.
Sea por esto o por otras causas, a los pocos años de predicarse el Evangelio en España, ya había en nuestra patria muchísimos cristianos. Es seguro que estuvo en España el apóstol San Pablo, que en una de sus cartas anuncia que piensa venir a España. También se cree que estuvo en España el apóstol Santiago, a quien, según tradición muy antigua, se apareció la Virgen María sobre el Pilar de Zaragoza.
Cuando España se hace presente por primera vez fuera de sus fronteras, por otros países, sus primeras acciones son para defender la fe o para propagar la fe. Uno de estos defensores fue el obispo Osio, famosísimo obispo de Córdoba. Era un hombre fuerte y sabio que llegó a alcanzar un gran influjo sobre el emperador romano Constantino, y consiguió de este que, al fin dejara en libertad a la iglesia de Cristo.
Hasta ese momento, los cristianos habían tenido que reunirse bajo tierra, en las catacumbas, lo que siendo desagradable, aseguró en cambio la pureza de la doctrina, que, transmitida por pequeños grupos, no podía variarse ni equivocarse. Y los que se unían a ella, era siempre gente firme y segura, puesto que sabían que se jugaban la vida.
Una vez que Constantino permitió el cristianismo, muchos acudían a la iglesia dispuestos a tomar y dejar de su doctrina lo que les convenía, a su antojo. De aquí nacieron las herejías, o sea, errores que se querían hacer pasar por la verdadera doctrina de Cristo. La principal entre estas herejías fue la de los arrianos, que sostenía que Jesucristo no era Dios, sino un simple hombre.
Fueron enormes las discusiones entre cristianos y arrianos. Todavía en lenguaje vulgar, para significar un gran alboroto, se dice: “Se armó la de Dios es Cristo”.
Fue nuestro obispo Osio quien se alzó contra los arrianos. A iniciativa suya se celebró en la ciudad de Nicea, en Asia, el primer Concilio, año 325.
Los obispos del mundo reunidos, quedaron asombrados de la sabiduría de nuestro obispo Osio. Como conclusión del Concilio, Osio escribió un resumen, sin palabra de más ni de menos, este resumen es lo que llamamos el Credo, que desde entonces se reza o se canta en todas las misas del mundo.
De modo que, en todos los minutos del día, se está celebrando misa en alguna parte de la Tierra, desde hace muchos siglos, proclamando la fe con las palabras de un obispo español.