OPINIÓN.
Los «hijos» de la «ley Celaá» aceptarán las partes de su cuerpo aunque no sabrán cómo se llaman en castellano.
El texto de algunas de las enmiendas votadas durante una jornada maratoniana en el Congreso rezuman ideología e, incluso, sectarismo.
S. S.
MADRID. Actualizado: 13/11/2020 19:02h.
La «ley Celaá» promoverá que los niños «conozcan y acepten» su cuerpo aunque no sepan castellano ni cómo llamar a las partes de su cuerpo. Suena ridículo, pero es lo que desde hace horas andan votando los parlamentarios recogidos en la Comisión de
Educación del Congreso en una jornada maratoniana. Sin ser conscientes (o siéndolo, que sería algo mucho peor) están decidiendo (con las maletas bajo la mesa, que es viernes) el futuro de miles de
españoles, de la generación venidera y lo hacen, sin paños calientes, sin tener en muchos casos un fin sectario e ideologizante. Porque poco se puede suavizar el hecho de que los dos partidos que sostienen el
Gobierno se hayan propuesto el destierro del castellano y de la
religión como única meta de esa reforma educativa tan crucial en
España. Lo hacen, eso sí, salpicados y contagiados por la necesidad de ceder ante los socios nacionalistas; que han regado de enmiendas ridículas la sesión de hoy.
Para el Gobierno de coalición es imprescindible que los niños reciban educación sexual desde los 6 años. En esos talleres, los niños tal vez no sepan cómo pronunciarlo o llamarlo en su idioma, pero será vital que, en base a la enmienda promovida por Unidas Podemos y que ha recibido el visto bueno de la Comisión, «respeten las diferencias, afiancen los hábitos de cuidado y
salud corporales (lo que en tiempos de pandemia, por otra parte, no viene mal) e incorporen la educación física y la práctica del deporte». Los parlamentarios deben dar mucha más importancia a «valorar la dimensión humana de la sexualidad en toda su diversidad (guiño a l colectivo transexual de la ministra Irene Montero, con su "ley trans" por bandera) o valorar críticamente los hábitos sociales relacionados con la salud, el consumo, el cuidado, la empatía y el respeto hacia los seres vivos, especialmente los
animales, y el
medio ambiente», los «seres sintientes» como lo llaman en las enmiendas los diputados de Junts per Catalunya, a valora a ese otro ser y desarrollar empatía con un cristiano. Lo que en román paladino se ha llamado pedir respeto sin respetar.
En concreto, piden los miembros de Junts que el niño «aprenda a vivir con el planeta y sus habitantes: todos los seres sintientes». Dejando fuera del planeta y de esos seres que sientan quienes no estén de acuerdo con esta ley, claro.
Pedir respeto sin respetar.
Y es que de principio a fin, una buena parte de las más de mil enmiendas que han llegado a la Comisión de Educación del Congreso son una cesión constante a las peticiones nacionalistas (ocurre con el destierro del castellano como lengua vehicular para satisfacer a Gabriel Rufián, de ERC) y a la ideología biensonante de la diversidad sexual que proclama cada vez que puede la ministra de Igualdad. En suma, en el articulado de buena parte de esos textos encontramos trufado el ideario y también la agenda impuesta por Podemos que la búsqueda de una ley educativa que mejore la formación de nuestros menores (futura generación de españoles, y votantes, a la postre).
Prueba de ello es la
guerra soterrada a la Religión. La solidaridad con el prójimo parecen cultivarla algunos más hacia un
animal o «ser sintiente», con todos sus derechos, como recoge otra enmienda, que hacia la cultura y creencias seculares de otros. Conceptos como «catedral» o «catequesis y bautizo» van a quedar también marginados y fuera de las aulas, gracias a este pacto de la izquierda parlamentaria en el Congreso; pero los niños tendrán que enfundarse todos los días la «samarreta» de su «casteller» particular, por obligación.
La libertad de elección que preconiza la izquierda para la lengua no es compatible con la elección de centro y eliminan el derecho a «la demanda social» que favorece la opción de los
colegios concertados o la educación especial. A quien diferencie por sexos, capón del Gobierno; a quien favorezca la
enseñanza de un niño con necesidades especiales, también capón; a quien opte por un
colegio más próximo pero con subvención pública a uno público 100%, también capón. Lo que se concoe como libertad, en una palabra.