Celia estaba muy triste y llorosa; sentada en su mecedora balanceándose suavemente pero por inercia. Cuando iba a empezar un nuevo llanto se paró y vio entrar a Celinda radiante, como era ella, como una llama encendida que daba alegría donde quiera que estuviera la niña.
- ¿Qué te pasa, abuela Celia, por qué lloras si hace un día precioso?. Ven, vamos al jardín y te cuento un cuento que nos ha contado la abuelita de Jacinto, Práxedes.
Y la abuela salió del brazo de la niña y fue ella quien que le dijo lo que le pasaba.
-Dice tu madre que te va a llevar a un colegio, a otra ciudad. Y yo no me imagino qué voy a hacer entonces sin ti, mi nietecilla del alma. Dice que quiere que estudies y seas una mujer con futuro el día de mañana. Y yo creo que puedes serlo mejor aquí con nosotros. No entiendo a tu madre.
- ¿Qué te pasa, abuela Celia, por qué lloras si hace un día precioso?. Ven, vamos al jardín y te cuento un cuento que nos ha contado la abuelita de Jacinto, Práxedes.
Y la abuela salió del brazo de la niña y fue ella quien que le dijo lo que le pasaba.
-Dice tu madre que te va a llevar a un colegio, a otra ciudad. Y yo no me imagino qué voy a hacer entonces sin ti, mi nietecilla del alma. Dice que quiere que estudies y seas una mujer con futuro el día de mañana. Y yo creo que puedes serlo mejor aquí con nosotros. No entiendo a tu madre.