- ¡Uf! Qué peso me he quitado de encima- exclamó Solimán, el caracol rayado.
-Por fin voy a tumbarme un ratito bajo este árbol, que estoy agotado con tanto peso como tenía encima. Don Cancionero, el sapo, debía creerse que iban en un mercedes venga acelerar mi casita, y yo, sudando como un pato mareado. El sapo, a su vez desde el árbol no paraba de gritar y pedir ayuda. Y Solimán le oía, pero muy lejano. No sospechaba siquiera que fuera el que tanto le había hecho sudar.
A tal tiempo pasó una ardilla corriendo y le dijo:
-Hay alguien colgado en ese árbol. Mira a ver si le puedes ayudar, bonita.
-Por fin voy a tumbarme un ratito bajo este árbol, que estoy agotado con tanto peso como tenía encima. Don Cancionero, el sapo, debía creerse que iban en un mercedes venga acelerar mi casita, y yo, sudando como un pato mareado. El sapo, a su vez desde el árbol no paraba de gritar y pedir ayuda. Y Solimán le oía, pero muy lejano. No sospechaba siquiera que fuera el que tanto le había hecho sudar.
A tal tiempo pasó una ardilla corriendo y le dijo:
-Hay alguien colgado en ese árbol. Mira a ver si le puedes ayudar, bonita.