Muy a su pesar, Celinda se fue a por el recado de Doña Ortiga, su madre, a por sal gorda. Celinda sabía que en realidad no era madre suya pero no podía hacer nada al respecto. Y si no obedecía la avergonzaría delante de sus amigos. Ellos también sabían lo duro que era para su amiga la convivencia. Y Celinda, a su vez, también sabía que en cuanto volviera le iban a contar de qué iba el cuento.
También pensó al marchar que quizás la esperarían y que la la abuela de Jacinto lo contaría mas tarde. Total que iba la niña con esas cavilaciones cuando de repente se le cayó la moneda al suelo y empezó a rodar y rodar hasta llegar a una alcantarilla.
- ¿y ahora la sal? ¡Ay que mala suerte la mía! Me pondrá a tonta que no podré resistirme.
Tengo que pensar algo. Ya está. Iré de todas formas a la tienda y le pediré la sal a la tendera. Ya se la pagaré mañana con mi propio dinero que tengo algo ahorrado. Total por una miserable moneda no me va a amargar el regreso.
Y Celinda volvió a casa con el recado de Doña Ortiga.
-Tome la sal, madre.- y se fue a sentarse con sus amigos a ver por donde iba el cuento.
También pensó al marchar que quizás la esperarían y que la la abuela de Jacinto lo contaría mas tarde. Total que iba la niña con esas cavilaciones cuando de repente se le cayó la moneda al suelo y empezó a rodar y rodar hasta llegar a una alcantarilla.
- ¿y ahora la sal? ¡Ay que mala suerte la mía! Me pondrá a tonta que no podré resistirme.
Tengo que pensar algo. Ya está. Iré de todas formas a la tienda y le pediré la sal a la tendera. Ya se la pagaré mañana con mi propio dinero que tengo algo ahorrado. Total por una miserable moneda no me va a amargar el regreso.
Y Celinda volvió a casa con el recado de Doña Ortiga.
-Tome la sal, madre.- y se fue a sentarse con sus amigos a ver por donde iba el cuento.