Adiós a Eduardo Fajardo, galán de la posguerra que se casó cuatro veces.
El actor, perfecto villano, falleció a los 94 años en México.
Manuel Román-2019-07-08.
El jueves 4 moría Arturo Fernández a los 90 años y ese mismo día fallecía a los 94, a miles de kilómetros de aquí, en México, otro galán inolvidable, Eduardo Fajardo, el perfecto villano de muchas películas de la posguerra, quien llegó a rodar exactamente ciento ochenta y tres. Los cinéfilos que conozcan la historia del cine español han de recordarlo, pues su presencia en la pantalla, época de la productora Cifesa a mitad de los años 50, fue muy importante. En cuando a su vida privada la preservó a la curiosidad pública, de la que aquí damos algunos datos.
Siempre se le creía gallego. De nacimiento lo fue, en Meis, junto a Mosteiro, provincia de Pontevedra, en donde vino al mundo el 14 de agosto de 1924. En las enciclopedias cinematográficas, erróneamente hemos comprobado que figura como nacido en 1918. A los siete días de abrir los ojos sus padres se trasladaron a un pueblecito de La Rioja. El futuro actor vivió luego la adolescencia en Santander y después no siguió la tradición familiar para dedicarse al comercio sino que se hizo actor de doblaje, cuando en España, al inicio de la dictadura franquista, se impuso que las películas extranjeras tuvieran voz en la lengua española. Con el tiempo, Eduardo Fajardo llegaría a doblar la de Orson Welles en Macbeth, entre otras muchas ocasiones con estrellas internacionales. Y es que, además de su apostura física, el gallego-riojano poseía una voz preciosa, que modulaba a la perfección, vocalizando sin mácula alguna, no como muchos actores jóvenes de hoy a los que apenas se les entiende lo que pronuncian.
Ya oficiando de galán debutó en la pantalla en 1946 con Héroes del 95, que recreaba la hazaña española en la guerra de Filipinas, y en La dama de armiño, al lado de los mejores actores de la época, que eran entre otros Alfredo Mayo, Jorge Mistral y Fernando Sancho. Fue en adelante, en plena postguerra cuando en la productora más importante, radicada en Valencia, Cifesa, fue antagonista de títulos históricos: Locura de amor, La duquesa de Benamejí, Agustina de Aragón, De mujer a mujer, Balarrasa, La reina de Castilla, Alba de América, Gloria Mairena, etc. La mayoría de ellas ambientadas en el siglo XV de la Historia de España, y en otras del género de la comedia costumbrista. Tuvo a su lado a las más hermosas actrices de la época como Amparo Rivelles, Ana Mariscal, Lina Yegros e incluso a una gran figura de la copla, Juanita Reina. En Cifesa era uno de los mejor pagados: cobraba seiscientas mil pesetas anuales. Lo curioso es que sus papeles eran los de villano, es decir, en la jerga común "el malo de la película". Un contraste con su verdadero carácter, el de una persona afable, cariñoso y pleno de bondad como lo reconocimos en el trato que tuvimos con él ya en los años 70. Recibíamos tarjetones en fechas navideñas, o utilizaba el teléfono para desearnos lo mejor. Esa cortesía de la que hablaba Arturo Fernández y como también mostró Eduardo Fajardo toda su vida, que ahora parece haberse perdido en la relación entre actores y periodistas.
Eduardo Fajardo se marchó a México en 1953 y allí continuó realizando una intensa carrera en el cine y la televisión. Volvió a España en 1963, contratado para la película "La ciudad no es para mí", donde desempeñó el personaje del hijo de Paco Martínez Soria, en una de las películas más taquilleras del cine español que constantemente se programa en algunas televisiones. También volvió a pisar un escenario para representar junto a María Dolores Pradera, en la despedida teatral de ella, Cándida, de Georges Bernard Shaw. Y ya a partir de entonces Eduardo se integró de nuevo en la rueda de la cinematografía hispana, cuando en Almería comenzaron a rodarse cintas del género denominado spaghetti western, emulando a las legendarias del Oeste americano. Posteriormente intervino en series muy populares de Televisión Española, a saber: La barraca, Tristeza de amor, Los gozos y las sombras (en el papel de un fraile gallego). Sus últimas apariciones, ya fugaces en la gran y pequeña pantalla fueron a finales de la década de los 80, aunque alguna vez hizo alguna colaboración en décadas siguientes, cuando ya se consideraba un jubilado, pero sin perder del todo su esencia artística, con un envidiable físico que disimulaba su verdadera edad.
Se había instalado en Almería, donde conoció a una mujer que sería su última compañera. Además, la hermosa capital del Mediterráneo le traía buenos recuerdos de su época de pistolero en Tabernas, el pueblo de esa provincia que fue un auténtico plató en esos filmes de un falso Oeste de Arizona. Lo homenajearían por su vinculación a esa tierra del cine dedicándole la primera baldosa, con las huellas de sus manos a imitación de lo que se conoce en Hollywood, el Paseo de la Fama, en 2012, en la calle del poeta Villaespesa, ante la fachada del teatro Cervantes. Y no sólo eso: en la localidad almeriense de Roquetas de Mar, rotularon una calle con su nombre. A lo largo del tiempo también sería honrado con otras distinciones, porque los almerienses quisieron agradecerle la labor desinteresada que hizo con su proyecto "Teatro sin barreras", consistente en dirigir representaciones escénicas con grupos de aficionados, para personas que se hallaban discapacitadas.
En las referencias necrológicas que he leído se escamotean datos sobre su vida íntima, acaso por ignorarse. La verdad es que Eduardo Fajardo, todo un caballero como también lo fue Arturo Fernández, lo que se ha remarcado tanto a su muerte, fue asimismo muy prudente, se llevó bien con los periodistas, pero no le parecía bien hablar de las muchas mujeres que había conocido. Porque, a su manera, fue un seductor, las damas se enamoraban por su atractivo y desde luego de esa voz cristalina que era de uno de sus resortes para atraerlas también. En México hemos investigado que contrajo matrimonio en dos ocasiones, una de ellas con la actriz Carmelita González, con quien tuvo una hija, Paloma del Río. Luego se casó también otras dos veces, siendo padre de otros hijos, José Antonio, Corazón, Lucero, Dusko, Alma y Eduardo. Siete en total. Cinco de ellos residen en México. Con ellos había ido a pasar una temporada. Y allí le ha sorprendido la muerte. Un maravilloso actor, una gran persona que Dios tenga en la Gloria.
El actor, perfecto villano, falleció a los 94 años en México.
Manuel Román-2019-07-08.
El jueves 4 moría Arturo Fernández a los 90 años y ese mismo día fallecía a los 94, a miles de kilómetros de aquí, en México, otro galán inolvidable, Eduardo Fajardo, el perfecto villano de muchas películas de la posguerra, quien llegó a rodar exactamente ciento ochenta y tres. Los cinéfilos que conozcan la historia del cine español han de recordarlo, pues su presencia en la pantalla, época de la productora Cifesa a mitad de los años 50, fue muy importante. En cuando a su vida privada la preservó a la curiosidad pública, de la que aquí damos algunos datos.
Siempre se le creía gallego. De nacimiento lo fue, en Meis, junto a Mosteiro, provincia de Pontevedra, en donde vino al mundo el 14 de agosto de 1924. En las enciclopedias cinematográficas, erróneamente hemos comprobado que figura como nacido en 1918. A los siete días de abrir los ojos sus padres se trasladaron a un pueblecito de La Rioja. El futuro actor vivió luego la adolescencia en Santander y después no siguió la tradición familiar para dedicarse al comercio sino que se hizo actor de doblaje, cuando en España, al inicio de la dictadura franquista, se impuso que las películas extranjeras tuvieran voz en la lengua española. Con el tiempo, Eduardo Fajardo llegaría a doblar la de Orson Welles en Macbeth, entre otras muchas ocasiones con estrellas internacionales. Y es que, además de su apostura física, el gallego-riojano poseía una voz preciosa, que modulaba a la perfección, vocalizando sin mácula alguna, no como muchos actores jóvenes de hoy a los que apenas se les entiende lo que pronuncian.
Ya oficiando de galán debutó en la pantalla en 1946 con Héroes del 95, que recreaba la hazaña española en la guerra de Filipinas, y en La dama de armiño, al lado de los mejores actores de la época, que eran entre otros Alfredo Mayo, Jorge Mistral y Fernando Sancho. Fue en adelante, en plena postguerra cuando en la productora más importante, radicada en Valencia, Cifesa, fue antagonista de títulos históricos: Locura de amor, La duquesa de Benamejí, Agustina de Aragón, De mujer a mujer, Balarrasa, La reina de Castilla, Alba de América, Gloria Mairena, etc. La mayoría de ellas ambientadas en el siglo XV de la Historia de España, y en otras del género de la comedia costumbrista. Tuvo a su lado a las más hermosas actrices de la época como Amparo Rivelles, Ana Mariscal, Lina Yegros e incluso a una gran figura de la copla, Juanita Reina. En Cifesa era uno de los mejor pagados: cobraba seiscientas mil pesetas anuales. Lo curioso es que sus papeles eran los de villano, es decir, en la jerga común "el malo de la película". Un contraste con su verdadero carácter, el de una persona afable, cariñoso y pleno de bondad como lo reconocimos en el trato que tuvimos con él ya en los años 70. Recibíamos tarjetones en fechas navideñas, o utilizaba el teléfono para desearnos lo mejor. Esa cortesía de la que hablaba Arturo Fernández y como también mostró Eduardo Fajardo toda su vida, que ahora parece haberse perdido en la relación entre actores y periodistas.
Eduardo Fajardo se marchó a México en 1953 y allí continuó realizando una intensa carrera en el cine y la televisión. Volvió a España en 1963, contratado para la película "La ciudad no es para mí", donde desempeñó el personaje del hijo de Paco Martínez Soria, en una de las películas más taquilleras del cine español que constantemente se programa en algunas televisiones. También volvió a pisar un escenario para representar junto a María Dolores Pradera, en la despedida teatral de ella, Cándida, de Georges Bernard Shaw. Y ya a partir de entonces Eduardo se integró de nuevo en la rueda de la cinematografía hispana, cuando en Almería comenzaron a rodarse cintas del género denominado spaghetti western, emulando a las legendarias del Oeste americano. Posteriormente intervino en series muy populares de Televisión Española, a saber: La barraca, Tristeza de amor, Los gozos y las sombras (en el papel de un fraile gallego). Sus últimas apariciones, ya fugaces en la gran y pequeña pantalla fueron a finales de la década de los 80, aunque alguna vez hizo alguna colaboración en décadas siguientes, cuando ya se consideraba un jubilado, pero sin perder del todo su esencia artística, con un envidiable físico que disimulaba su verdadera edad.
Se había instalado en Almería, donde conoció a una mujer que sería su última compañera. Además, la hermosa capital del Mediterráneo le traía buenos recuerdos de su época de pistolero en Tabernas, el pueblo de esa provincia que fue un auténtico plató en esos filmes de un falso Oeste de Arizona. Lo homenajearían por su vinculación a esa tierra del cine dedicándole la primera baldosa, con las huellas de sus manos a imitación de lo que se conoce en Hollywood, el Paseo de la Fama, en 2012, en la calle del poeta Villaespesa, ante la fachada del teatro Cervantes. Y no sólo eso: en la localidad almeriense de Roquetas de Mar, rotularon una calle con su nombre. A lo largo del tiempo también sería honrado con otras distinciones, porque los almerienses quisieron agradecerle la labor desinteresada que hizo con su proyecto "Teatro sin barreras", consistente en dirigir representaciones escénicas con grupos de aficionados, para personas que se hallaban discapacitadas.
En las referencias necrológicas que he leído se escamotean datos sobre su vida íntima, acaso por ignorarse. La verdad es que Eduardo Fajardo, todo un caballero como también lo fue Arturo Fernández, lo que se ha remarcado tanto a su muerte, fue asimismo muy prudente, se llevó bien con los periodistas, pero no le parecía bien hablar de las muchas mujeres que había conocido. Porque, a su manera, fue un seductor, las damas se enamoraban por su atractivo y desde luego de esa voz cristalina que era de uno de sus resortes para atraerlas también. En México hemos investigado que contrajo matrimonio en dos ocasiones, una de ellas con la actriz Carmelita González, con quien tuvo una hija, Paloma del Río. Luego se casó también otras dos veces, siendo padre de otros hijos, José Antonio, Corazón, Lucero, Dusko, Alma y Eduardo. Siete en total. Cinco de ellos residen en México. Con ellos había ido a pasar una temporada. Y allí le ha sorprendido la muerte. Un maravilloso actor, una gran persona que Dios tenga en la Gloria.