De la voz de Galicia
Poco a poco vamos desgranando el significado del concepto de libertad para Isabel Díaz Ayuso. Sabíamos que, por encima de todo, era libertad para tomar cañas, independientemente de los pésimos datos de muertos y contagiados por el covid en la comunidad. Ahora vemos que también es libertad para poner un chiringuito a Toni Cantó pagado por los madrileños; dejar que grandes almacenes y bancos pongan vacunas; cambiar las reglas del juego para tomar el control total de Telemadrid, la cadena autonómica que había dado muestras de una encomiable neutralidad política; cerrar 41 centros de atención primaria; o abrirse a revisar las leyes LGTBI de Madrid que Vox le ha pedido que derogue. Es lógico que en la Hungría gobernada por el ultraderechista Orbán pregunten a Aznar por ella. Por no hablar de la libertad para decir que el rey es cómplice por firmar los indultos a los presos independentistas, declaración anticonstitucional de la cual no se ha retractado, sino que la mantuvo pese a que la llamara al orden su teórico jefe, Pablo Casado. Todo esto, se supone, es «vivir a la madrileña», decir y hacer ella lo que le da la gana sin ningún freno, ya que considera que su espectacular victoria electoral la avala para hacerlo. Es un estilo que conecta con los votantes de la derecha y la extrema derecha madrileñas, que ya en su día apoyaron masivamente a Esperanza Aguirre en las urnas. Siempre con Sánchez como antagonista y representante de todos los males. Su truco ha funcionado: muchos madrileños creen que con Ayuso llegó a Madrid la libertad, de la que en realidad los madrileños hemos disfrutado desde que se reinstauró la democracia, con gobiernos y alcaldes del PP o del PSOE.
Poco a poco vamos desgranando el significado del concepto de libertad para Isabel Díaz Ayuso. Sabíamos que, por encima de todo, era libertad para tomar cañas, independientemente de los pésimos datos de muertos y contagiados por el covid en la comunidad. Ahora vemos que también es libertad para poner un chiringuito a Toni Cantó pagado por los madrileños; dejar que grandes almacenes y bancos pongan vacunas; cambiar las reglas del juego para tomar el control total de Telemadrid, la cadena autonómica que había dado muestras de una encomiable neutralidad política; cerrar 41 centros de atención primaria; o abrirse a revisar las leyes LGTBI de Madrid que Vox le ha pedido que derogue. Es lógico que en la Hungría gobernada por el ultraderechista Orbán pregunten a Aznar por ella. Por no hablar de la libertad para decir que el rey es cómplice por firmar los indultos a los presos independentistas, declaración anticonstitucional de la cual no se ha retractado, sino que la mantuvo pese a que la llamara al orden su teórico jefe, Pablo Casado. Todo esto, se supone, es «vivir a la madrileña», decir y hacer ella lo que le da la gana sin ningún freno, ya que considera que su espectacular victoria electoral la avala para hacerlo. Es un estilo que conecta con los votantes de la derecha y la extrema derecha madrileñas, que ya en su día apoyaron masivamente a Esperanza Aguirre en las urnas. Siempre con Sánchez como antagonista y representante de todos los males. Su truco ha funcionado: muchos madrileños creen que con Ayuso llegó a Madrid la libertad, de la que en realidad los madrileños hemos disfrutado desde que se reinstauró la democracia, con gobiernos y alcaldes del PP o del PSOE.
Vaya visión de futuro para la CAM. Ayuso y la CAM, lo mejorcito de España. Parece que has cambiado, para empeorar España.