El crepúsculo de un ídolo:
Negro panorama de todos los días: no hay trabajo, no hay futuro, no hay salida.
Oigo una risa salvaje, histérica... Y luego un silencio profundo, ininterrumpido. Estás llorando. Sí, ya lo sé, el mundo se manifiesta como el demencial que es. ¡Inocente!: ¿qué te creías, que tú te ibas a librar de la caída, de la defenestración, de la traición que conlleva toda ostentación de poder? Acabarás tan ridículo como Parsifal... Anda, continua esta farsa un poco más. No te apures, asómate a la ventana, siente el palpitar de la ciudad grande, escucha a los árboles macilentos, con sus obscuras ramas gesticulantes, como queriéndote decir algo, mostrar o señalar algo que no has visto y debes ver o saber, árboles sombríos, espectrales en la noche, senderos vacíos, por los que has paseado tan libremente, en tan buena compañía, con tanto garbo y orgullo, senderos hollados por los zapatos relucientes de personajes distinguidos, heroicos, que tú bien conoces, deslumbrantes en su aura y su plática. Pero si alzas un poco más el cuello, también podrás atisbar el banco donde un pordiosero pela una naranja, un hombre hundido en su desgracia, con su aspecto cruel y taciturno. ¡Ah, las ideas manan de mí como sudor, y quiero narrarte! ¡Ah, España y sus mendigos! El último peldaño de la degradación, la lacería.
Algo está ocurriendo, pero carece de sentido. Y, sin sentido, claro está, no hay explicación. Sólo sé que hay gente que vive (gente que no importa, los invisibles), desde hace tiempo, entre los hechos crueles de la vida, tocan el pulso del mundo, una atmósfera de calamidad constante, y, sin rumbo, sin horizonte, se pierden en el sinsentido. La miseria está ahí, dentro, llorando en su delirio, y no hay lugar para otros pensamientos. Es inútil atribuir un poco de dignidad a lo que es vil, ignominioso, ultrajante por naturaleza (nadie piensa, hasta que llega, tener que revolver en la escoria para poder sobrevivir). Si no hubiera intervenido el destino, a lo mejor tú no tendrías ahora esa expresión de sobresalto en los ojos, y mañana, seguramente, podrías seguir danzando en los falsos prados de León
Negro panorama de todos los días: no hay trabajo, no hay futuro, no hay salida.
Oigo una risa salvaje, histérica... Y luego un silencio profundo, ininterrumpido. Estás llorando. Sí, ya lo sé, el mundo se manifiesta como el demencial que es. ¡Inocente!: ¿qué te creías, que tú te ibas a librar de la caída, de la defenestración, de la traición que conlleva toda ostentación de poder? Acabarás tan ridículo como Parsifal... Anda, continua esta farsa un poco más. No te apures, asómate a la ventana, siente el palpitar de la ciudad grande, escucha a los árboles macilentos, con sus obscuras ramas gesticulantes, como queriéndote decir algo, mostrar o señalar algo que no has visto y debes ver o saber, árboles sombríos, espectrales en la noche, senderos vacíos, por los que has paseado tan libremente, en tan buena compañía, con tanto garbo y orgullo, senderos hollados por los zapatos relucientes de personajes distinguidos, heroicos, que tú bien conoces, deslumbrantes en su aura y su plática. Pero si alzas un poco más el cuello, también podrás atisbar el banco donde un pordiosero pela una naranja, un hombre hundido en su desgracia, con su aspecto cruel y taciturno. ¡Ah, las ideas manan de mí como sudor, y quiero narrarte! ¡Ah, España y sus mendigos! El último peldaño de la degradación, la lacería.
Algo está ocurriendo, pero carece de sentido. Y, sin sentido, claro está, no hay explicación. Sólo sé que hay gente que vive (gente que no importa, los invisibles), desde hace tiempo, entre los hechos crueles de la vida, tocan el pulso del mundo, una atmósfera de calamidad constante, y, sin rumbo, sin horizonte, se pierden en el sinsentido. La miseria está ahí, dentro, llorando en su delirio, y no hay lugar para otros pensamientos. Es inútil atribuir un poco de dignidad a lo que es vil, ignominioso, ultrajante por naturaleza (nadie piensa, hasta que llega, tener que revolver en la escoria para poder sobrevivir). Si no hubiera intervenido el destino, a lo mejor tú no tendrías ahora esa expresión de sobresalto en los ojos, y mañana, seguramente, podrías seguir danzando en los falsos prados de León