EN PRIMERA FILA.
Triste privilegio para Anguita.
¿Necesita más consuelo el ciudadano que conoció al líder comunista por televisión que el familiar de un fallecido?
Ana I. Sánchez.
Actualizado: 18/05/2020 23:39h.
Dudo que a Julio Anguita le hubiera gustado la privilegiada despedida que recibió el domingo en las calles de Córdoba. El exdirigente de IU fue uno de esos pocos políticos que vivió toda su vida de manera acorde con sus ideas comunistas, sin alejarse ni un milímetro de ellas. Otras cosas podrán reprochársele, pero no la incoherencia que gastan a menudo sucesores suyos como Pablo Iglesias o Alberto Garzón. Sin embargo, el «califa rojo» recibió lo que ningún otro puede estos días: el respeto de casi medio millar de simpatizantes reunidos en la calle para darle su último adiós. Las autoridades competentes hicieron la excepción cuando cualquier otro fallecido dentro de una ciudad en fase 1, como Córdoba, solo puede contar con un acompañamiento de 15 personas máximo al aire libre.
A Anguita pudieron homenajearle vecinos que ni siquiera le conocieron, pero muchos nietos no pueden dar una última despedida a sus queridísimos abuelos. ¿Cuál ha sido el criterio para permitir una despedida multitudinaria en la calle? ¿Acaso es mayor la necesidad de consuelo de un ciudadano que ha conocido a su ídolo político por televisión que la que tenga el familiar de un fallecido? ¿O es que por ser político y comunista no se le aplican las mismas normas que al resto?
Además de privilegiado, el último tributo a Anguita acabó convertido en una aglomeración de esas que hoy son un peligro para la salud porque no todos respetan el protocolo de distancia física. La culpa del episodio no es de la familia del político cordobés que mantuvo escrupulosamente el límite de diez personas que pueden acompañar a un fallecido en el interior del velatorio, sino de la pasividad de las autoridades que permitieron un trato hoy está prohibido al común de los mortales. No me entiendan mal, el «califa rojo» fue una figura política que merecía una despedida con mayores honores que los que recibió. Pero los sacrificios impuestos por el Covid-19 en aras de la salud pública deben ser soportados por todos por igual, sin prerrogativas y mucho menos por razones ideológicas o de profesión. Ni cabe que Mariano Rajoy se saltara la cuarentena para pasear por la calle ni mucho menos cabe una aglomeración para despedir a Anguita.
Curiosamente, esta vez Pablo Echenique no ha dicho esta boca es mía. Ni ha lanzado comentarios burlescos o jocosos contra los cordobeses, ni ha atacado al alcalde de la ciudad por no actuar ante la aglomeración, como sí hace cuando los vecinos de Madrid se manifiestan contra el Gobierno. ¿Acaso piensa el portavoz de Podemos que es lícito que cientos de personas se junten en la calle para rendir homenaje a un comunista, pero que es ilícito que lo hagan para despedirse de sus familiares o para protestar contra el Ejecutivo socialista? ¿En un caso no hay atentado contra la salud pero en los otros dos sí? Seamos serios, por favor.
El funeral del histórico Anguita sirvió, a fin de cuentas, para demostrar que quienes hoy gobiernan España se consideran una «casta» merecedora de prerrogativas que extienden a sus más afines. En un momento en que la labor de los políticos vuelve a estar cuestionada, la despedida del comunista cordobés era una oportunidad inmejorable para demostrar que no se consideran con privilegios respecto al resto de ciudadanos. Anguita lo habría tenido claro. Pero su despedida ha sido un ejemplo de privilegio. Así que no, no creo que ese homenaje le hubiera gustado.
Ana I. Sánchez.
Corresponsal.
Triste privilegio para Anguita.
¿Necesita más consuelo el ciudadano que conoció al líder comunista por televisión que el familiar de un fallecido?
Ana I. Sánchez.
Actualizado: 18/05/2020 23:39h.
Dudo que a Julio Anguita le hubiera gustado la privilegiada despedida que recibió el domingo en las calles de Córdoba. El exdirigente de IU fue uno de esos pocos políticos que vivió toda su vida de manera acorde con sus ideas comunistas, sin alejarse ni un milímetro de ellas. Otras cosas podrán reprochársele, pero no la incoherencia que gastan a menudo sucesores suyos como Pablo Iglesias o Alberto Garzón. Sin embargo, el «califa rojo» recibió lo que ningún otro puede estos días: el respeto de casi medio millar de simpatizantes reunidos en la calle para darle su último adiós. Las autoridades competentes hicieron la excepción cuando cualquier otro fallecido dentro de una ciudad en fase 1, como Córdoba, solo puede contar con un acompañamiento de 15 personas máximo al aire libre.
A Anguita pudieron homenajearle vecinos que ni siquiera le conocieron, pero muchos nietos no pueden dar una última despedida a sus queridísimos abuelos. ¿Cuál ha sido el criterio para permitir una despedida multitudinaria en la calle? ¿Acaso es mayor la necesidad de consuelo de un ciudadano que ha conocido a su ídolo político por televisión que la que tenga el familiar de un fallecido? ¿O es que por ser político y comunista no se le aplican las mismas normas que al resto?
Además de privilegiado, el último tributo a Anguita acabó convertido en una aglomeración de esas que hoy son un peligro para la salud porque no todos respetan el protocolo de distancia física. La culpa del episodio no es de la familia del político cordobés que mantuvo escrupulosamente el límite de diez personas que pueden acompañar a un fallecido en el interior del velatorio, sino de la pasividad de las autoridades que permitieron un trato hoy está prohibido al común de los mortales. No me entiendan mal, el «califa rojo» fue una figura política que merecía una despedida con mayores honores que los que recibió. Pero los sacrificios impuestos por el Covid-19 en aras de la salud pública deben ser soportados por todos por igual, sin prerrogativas y mucho menos por razones ideológicas o de profesión. Ni cabe que Mariano Rajoy se saltara la cuarentena para pasear por la calle ni mucho menos cabe una aglomeración para despedir a Anguita.
Curiosamente, esta vez Pablo Echenique no ha dicho esta boca es mía. Ni ha lanzado comentarios burlescos o jocosos contra los cordobeses, ni ha atacado al alcalde de la ciudad por no actuar ante la aglomeración, como sí hace cuando los vecinos de Madrid se manifiestan contra el Gobierno. ¿Acaso piensa el portavoz de Podemos que es lícito que cientos de personas se junten en la calle para rendir homenaje a un comunista, pero que es ilícito que lo hagan para despedirse de sus familiares o para protestar contra el Ejecutivo socialista? ¿En un caso no hay atentado contra la salud pero en los otros dos sí? Seamos serios, por favor.
El funeral del histórico Anguita sirvió, a fin de cuentas, para demostrar que quienes hoy gobiernan España se consideran una «casta» merecedora de prerrogativas que extienden a sus más afines. En un momento en que la labor de los políticos vuelve a estar cuestionada, la despedida del comunista cordobés era una oportunidad inmejorable para demostrar que no se consideran con privilegios respecto al resto de ciudadanos. Anguita lo habría tenido claro. Pero su despedida ha sido un ejemplo de privilegio. Así que no, no creo que ese homenaje le hubiera gustado.
Ana I. Sánchez.
Corresponsal.