¿Qué es la eternidad?
En la Vida Eterna los hombres llegarán a la consumación de lo que han vivido y practicado en la tierra.
Dice el poeta sobre la caducidad de la vida:
“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando,
como se pasa la vida,
como se viene la muerte, tan callando”.
(Me encantan estos versos...) La vida de los humanos pasa volando, se escapa de las manos como el agua en una cesta de mimbre. ¿El pasado? Ya pasó. ¿El futuro? Quién sabe si llegará. Sólo cuenta el momento presente, lo que se vive en cada instante para construir la eternidad. Pues nadie tiene seguro que estará vivo el día de mañana. Y llegada la muerte, el hombre no se lleva consigo a la eternidad nada material. ¿De qué sirven riquezas, honores, dinero, cuando todos los hombres terminan igual? Dentro de 50, 80, 100 años, ¿qué diferenciará al hombre más rico de la tierra del más miserable pordiosero? ¿Qué se pesará en la balanza para saber su valor? No sus riquezas, ciertamente, sino sus buenas obras y el tamaño de su corazón. Ésa será la moneda para entrar en la eternidad.
En la vida eterna los hombres llegarán a la máxima felicidad (si ellos quieren), a la consumación de lo que han vivido y practicado en la tierra. Quien haya vivido aburrido, con un corazón pequeño, agostado, encerrado en su propio caparazón, esto cosechará. Quien, por el contrario, haya vivido entusiasta, con un corazón lleno de amor, expansivo, entregándose a los demás, alegre a pesar de posibles sufrimientos físicos o morales, vivirá en la plenitud el amor y la felicidad.
Un filósofo medieval decía que la eternidad es la posesión de la vida toda, perfecta, simultánea e interminable. Ni más ni menos. No es un eterno presente, como algunos se imaginan, pues el presente se da en el tiempo. No, la eternidad no es tiempo. Es otra cosa.
Ya dijo un santo que ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman. Eso es la eternidad.
Hay que vivir con los pies en la tierra y la mirada fija en el cielo.
Enrique
En la Vida Eterna los hombres llegarán a la consumación de lo que han vivido y practicado en la tierra.
Dice el poeta sobre la caducidad de la vida:
“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando,
como se pasa la vida,
como se viene la muerte, tan callando”.
(Me encantan estos versos...) La vida de los humanos pasa volando, se escapa de las manos como el agua en una cesta de mimbre. ¿El pasado? Ya pasó. ¿El futuro? Quién sabe si llegará. Sólo cuenta el momento presente, lo que se vive en cada instante para construir la eternidad. Pues nadie tiene seguro que estará vivo el día de mañana. Y llegada la muerte, el hombre no se lleva consigo a la eternidad nada material. ¿De qué sirven riquezas, honores, dinero, cuando todos los hombres terminan igual? Dentro de 50, 80, 100 años, ¿qué diferenciará al hombre más rico de la tierra del más miserable pordiosero? ¿Qué se pesará en la balanza para saber su valor? No sus riquezas, ciertamente, sino sus buenas obras y el tamaño de su corazón. Ésa será la moneda para entrar en la eternidad.
En la vida eterna los hombres llegarán a la máxima felicidad (si ellos quieren), a la consumación de lo que han vivido y practicado en la tierra. Quien haya vivido aburrido, con un corazón pequeño, agostado, encerrado en su propio caparazón, esto cosechará. Quien, por el contrario, haya vivido entusiasta, con un corazón lleno de amor, expansivo, entregándose a los demás, alegre a pesar de posibles sufrimientos físicos o morales, vivirá en la plenitud el amor y la felicidad.
Un filósofo medieval decía que la eternidad es la posesión de la vida toda, perfecta, simultánea e interminable. Ni más ni menos. No es un eterno presente, como algunos se imaginan, pues el presente se da en el tiempo. No, la eternidad no es tiempo. Es otra cosa.
Ya dijo un santo que ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman. Eso es la eternidad.
Hay que vivir con los pies en la tierra y la mirada fija en el cielo.
Enrique