La Poesía

EL QUIJOTE CON ALEGRIA
Foto enviada por ruccio



Lloraba en mis brazos vestida de negro,
Se oía el latido de su corazón,
Cubríanle el cuello los rizos castaños
Y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije " ¡adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
Bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos. ... (ver texto completo)
Cual es la metrica
VI
Es una tarde serena,
Cuya luz tornasolada
Del purpurino horizonte
Blandamente se derrama.
Plácido aroma de flores
Sus hojas plegando exhalan,
Y el céfiro entre perfumes
Mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
Con suave rumor las aguas,
Y las aves en la orilla
Despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
Por el Cambrón y Bisagra,
Confuso tropel de gente
Del Tajo a la Vega baja.
Vienen delante Don Pedro
De Alarcón, Iván de Vargas,
Su hija Inés, los escribanos,
Los corchetes y los guardias;
Y detrás, monjes, hidalgos,
Mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
En la Vega les aguarda,
Cada cual comentariando
El caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
En apostura bizarra,
Calzadas espuelas de oro,
Valona de encaje blanca,
Bigote a la borgoñesa,
Melena desmelenada,
El sombrero guarnecido
Con cuatro lazos de plata,
Un pie delante del otro,
Y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
Le miran de entre las capas,
Los chicos al uniforme
Y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
Y gente que le acompaña,
Entraron todos al claustro
Que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
Cuatro cirios y una lámpara
Y de hinojos un momento
Le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
La cruz en tierra posada,
Los pies alzados del suelo
Poco menos de una vara;
Hacia la severa imagen
Un notario se adelanta
De modo que con el rostro
Al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
A otro lado a Inés de Vargas,
Detrás al gobernador
Con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
La acusación entablada,
El notario a Jesucristo,
Así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana,
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,
¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma,
Y allá en los aires: " ¡Sí, juro!"
Clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
Y una mano desclavada.

Conclusión
Las vanidades del mundo
Renunció allí mismo Inés,
Y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
Dieron de esta escena fe,
Firmando como testigos
Cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
Y una capilla con él,
Y Don Pedro de Alarcón
El altar ordenó hacer,
Donde hasta el tiempo que corre,
Y en cada año una vez,
Con la mano desclavada
El crucifijo se ve.
FIN

Jose Zorrilla

FIN: ... (ver texto completo)
IV
Así por sus altos fines
Dispone y permite el cielo
Que puedan mudar al hombre
Fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
De soldado aventurero,
Y por su suerte y hazañas
Allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores ... (ver texto completo)
III
Pasó un día y otro día
Un mes y otro mes pasó,
Y un año pasado había,
Mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
Oraba un mes y otro mes
Su vuelta aguardando en vano,
Del crucifijo a los pies
Do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
Después de traspuesto el sol,
Y a Dios llorando pedía
La vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
Sin dueña y sin escudero,
En un manto una mujer
El campo salía a ver
Al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
Su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
Que el duelo con que él se abrume
Al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
Preciosos y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos
Que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
Es un consuelo en verdad;
Pero siendo una quimera,
En tan frágil realidad
Quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba,
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar.
En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor,
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
Llorosa y desconsolada;
El padre no respondía,
Que la lengua le tenía
Su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
Mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
Doraba el sol de Occidente
Del Tajo la Vega amena,
Y apoyada en una almena
Miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
Las riberas azotando
Bajo las murallas solas,
Musgo, espigas y amapolas
Ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
Creció entre la hierba blanda
Sobre las aguas tendido
Se reflejaba perdido
En su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
Entre su fresca espesura
Daba al aire embalsamado
Su cántico regalado
Desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
Tornasolada la escama,
Saltaba a besar las flores,
Que exhalan gratos olores
A las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
El torreón se dibuja
Como el contorno redondo
Del hueco sombrío y hondo
Que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
El rigor de su fortuna,
Y así la tarde pasaba
Y al horizonte trepaba
La consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
En confuso remolino,
Vio de hombres tropel lejano
Que en pardo polvo liviano
Dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
Y llegando recelosa
A las puertas del Cambrón,
Sintió latir zozobrosa
Más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
Dejó ver la escasa luz
Por bajo el arco primero
Un hidalgo caballero
En un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
Banda azul, lazo en la hombrera
Y sin pluma al diestro lado,
El sombrero derribado
Tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
Bota de ante, espuela de oro,
Hierro al cinto suspendido
Y a una cadena prendido
Agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
Sobre potros jerezanos
De lanceros hasta siete,
Y en adarga y coselete
Diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
Gritando: " ¡Diego, eres tú!"
Y él viéndola de través,
Dijo: " ¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
Encomendóla a su gente,
Diciendo: "Malditas viejas,
Que a las mozas malamente
Enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
A su potro las espuelas,
El rostro a Toledo dan,
Y a trote cruzando van
Las oscuras callejuelas.

Continua ... (ver texto completo)
A buen juez, mejor testigo
I
Entre pardos nubarrones
Pasando la blanca luna,
Con resplandor fugitivo,
La baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
Juguetona no murmura,
Y las veletas no giran
Entre la cruz y la cúpula. ... (ver texto completo)
Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despiertas el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.

Miguel de Unamuno. ... (ver texto completo)
Se halla con su amante Rosa
A solas en un jardín,
Y ya a su empresa amorosa
Iba tocando a su fin,

Cuando ella entre la arboleda
Trasluce el grupo encantado
En que, en cisne transformado,
Ama Júpiter a Leda;

Y encendida de rubor,
Viendo el grupo repugnante,
Se alza, rechaza al amante,
Y exclama huyendo: ¡Qué horror!

Corrida del mal ejemplo,
Entra a rezar en un templo;
Mas al ver Rosa el ardor
Con que el altar mayor

Una Virgen de Murillo
Besa a un niño encantador,
Volvió en su pecho sencillo
La llama a arder del amor.

¿Será una ley natural,
Como afirma no sé quién,
Que por contraste fatal
Lleva un mal ejemplo al bien
Y un ejemplo bueno al mal?

Ramon de Campoamor. ... (ver texto completo)
¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz,
Los perros ladran, un chico grita
Y una muchacha gorda y bonita
Sobre una piedra, muele maíz.
Un mozo trae por un sendero
Sus herramientas y su morral;
Otro, con caites y sin sombrero,
Busca una vaca con su ternero
Para ordeñarla junto al corral.
Sonriendo a veces a la muchacha,
Que de la piedra pasa al fogón,
Un sabanero de buena facha,
Casi en cuclillas, afila el hacha
Sobre una orilla del mollejón.
Por las colinas la luz se pierde
Bajo del cielo claro y sin fin;
Ahí el ganado las hojas muerde,
Y hay en los tallos del pasto verde
Escarabajos de oro y carmín.
Sonando un cuerno curvo y sonoro,
Pasa un vaquero, y a plena luz
Vienen las vacas y un blanco toro,
Con unas manchas color de oro
Por la barriga y en el testuz.
Y la patrona, bate que bate,
Me regocija con la ilusión
De una gran taza de chocolate,
Que ha de pasarme por el gaznate
Con las tostadas y el requesón.

Ruben Dario ... (ver texto completo)
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.

Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.

Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.

Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.

Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.

Miguel Hernández ... (ver texto completo)
Después que te conocí,
todas las cosas me sobran:
el sol para tener día,
abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar
otro oficio las auroras,
que yo conozco una luz
que sabe amanecer sombras.

Bien puede buscar la noche
quien sus estrellas conozca,
que para mi astrología
ya son oscuras y pocas.

Gaste el Oriente sus minas
con quien avaro las rompa,
que yo enriquezco la vista
con más oro a menos costa.

Bien puede la margarita
guardar sus perlas en conchas,
que buzano de una risa
las pesco yo en una boca.

Contra el tiempo y la fortuna
ya tengo una inhibitoria,
ni ella me puede hacer triste,
ni él puede mudarme un hora,

El oficio le ha vacado
a la muerte tu persona:
basquiñas y más basquiñas,
carne poca y muchas faldas.

Don Melón, que es el retrato
de todos los que se casan:
Dios te la depare buena,
que la vista al gusto engaña.

La Berenjena, mostrando
su calavera morada,
porque no llegó en el tiempo
del socorro de las calvas.

Don Cohombro desvaído,
largo de verde esperanza,
muy puesto en ser gentilhombre,
siendo cargado de espaldas.

Don Pepino, muy picado
de amor de doña Ensalada,
gran compadre de doctores,
pensando en unas tercianas.

Don Durazno, a lo envidioso,
mostrando agradable cara,
descubriendo con el trato
malas y duras entrañas.

Persona de muy buen gusto,
don Limón, de quien espanta
lo sazonado y panzudo,
que no hay discreto con panza.

De blanco, morado y verde,
corta crin y cola larga,
don Rábano, pareciendo
moro de juego de canas.

Todo fanfarrones bríos,
todo picantes bravatas,
llegó el señor don Pimiento,
vestidito de botarga.

Don Nabo, que viento en popa
navega con tal bonanza,
que viene a mandar el mundo
de gorrón de Salamanca.

Mas baste, por si el lector
objeciones desenvaina,
que no hay boda sin malicias,
ni desposados sin tachas.

Quevedo ... (ver texto completo)
Sacudimiento extraño
Que agita las ideas,
Como huracán que empuja
Las olas en tropel.

Murmullo que en el alma
Se eleva y va creciendo
Como volcán que sordo
Anuncia que va a arder.

Deformes siluetas
De seres imposibles;
Paisajes que aparecen
Como al través de un tul.

Colores que fundiéndose
Remedan en el aire
Los átomos del iris
Que nadan en la luz.

Ideas sin palabras,
Palabras sin sentido;
Cadencias que no tienen
Ni ritmo ni compás.

Memorias y deseos
De cosas que no existen;
Accesos de alegría,
Impulsos de llorar.

Actividad nerviosa
Que no halla en qué emplearse;
Sin riendas que le guíen,
Caballo volador.

Locura que el espíritu
Exalta y desfallece,
Embriaguez divina
Del genio creador...
Tal es la inspiración.

Gigante voz que el caos
Ordena en el cerebro
Y entre las sombras hace
La luz aparecer.

Brillante rienda de oro
Que poderosa enfrena
De la exaltada mente
El volador corcel.

Hilo de luz que en haces
Los pensamientos ata;
Sol que las nubes rompe
Y toca en el zenit.

Inteligente mano
Que en un collar de perlas
Consigue las indóciles
Palabras reunir.

Armonioso ritmo
Que con cadencia y número
Las fugitivas notas
Encierra en el compás.

Cincel que el bloque muerde
La estatua modelando,
Y la belleza plástica
Añade a la ideal.

Atmósfera en que giran
Con orden las ideas,
Cual átomos que agrupa
Recóndita atracción.

Raudal en cuyas ondas
Su sed la fiebre apaga,
Oasis que al espíritu
Devuelve su vigor...
Tal es nuestra razón.

Con ambas siempre en lucha
Y de ambas vencedor,
Tan sólo al genio es dado
A un yugo atar las dos.

G. A. Becquer. ... (ver texto completo)
Una mañana de frio de esas que nublan el cielo,
He visto una pequeñita penetrar en el cementerio.
Como era pequeña y sola no me pude contener:
¿Para quién son esas flores, pequeña?, le pregunté.
“Son para mi amada madre que en el cementerio está
Por eso visto de luto, recogida en caridad”.
Se fue al lado de la tumba, de rodillas se postró,
Colocándole las flores, amargamente lloró:
“Madre mía, madre mía, ¿Dónde estas?,
Te busco entre los muertos y no te puedo encontrar.
Anoche soñaba yo que dos negros me robaban
Y eran tus ojitos, madre, que desde el cielo me hablaban.
Madre mía, madre mía, madre mía, ¿donde estás?,
Que te busco entre los mortales y no te puedo encontrar. ... (ver texto completo)
A Felisa (el día de su casamiento)

Aunque a la aurora temores,
Y al mismo sol dés enojos,
Te sientan con mil primores
La languidez en los ojos,
Y en el cabello las flores.

Muestran tantas maravillas
Los diamantes en tu cuello, ... (ver texto completo)
Precioso poema. Gracias por compartirlo.
Te da en la frente el sol de la mañana

Te da en la frente el sol de la mañana
Recién nacido, pálida doncella,
Misteriosa visión, fugaz estrella,
Que te derrites en la luz. Hermana

De la que nace cuando la campana
Tocando a la oración doliente sella
La fatiga de un día más, la mella
Que sume el alma en la mortal desgana.

El alba y el ocaso cruzan manos,
Y así, a la silla de la reina, al día
Ya la noche, rendidos soberanos,

Los llevan a enterrar. Triste sería
Que al despertar de nuestros sueños varios
Luz y sombra lucharán a porfía.

(M. Unamuno) ... (ver texto completo)
A Felisa (el día de su casamiento)

Aunque a la aurora temores,
Y al mismo sol dés enojos,
Te sientan con mil primores
La languidez en los ojos,
Y en el cabello las flores.

Muestran tantas maravillas
Los diamantes en tu cuello,
Las rosas en tus mejillas,
Que con real ornato brillas
Desde la planta al cabello.

Y aunque arreo tan brillante
Dé a tu belleza decoro,
¡Ay, que en tu lindo semblante
Oculta cada diamante,
Bella Felisa, un tesoro!

Vertiendo dulce sonrisa,
No ocultes los ojos bellos,
Porque te dirán con risa
Que ya leyeron, Felisa,
Tus pensamientos en ellos.

Embebecida y errante
Vagas con planta insegura,
Cual si escucharas amante
El céfiro susurrante
Que entre tus bucles murmura.

Ya sé que en este momento
Las niñas en dulce calma
Oyen, con turbado intento,
Cosas que murmura el viento
Y escucha gozosa el alma.

Ya sé que el cielo abandonan
Los ángeles, y que hermosos
De luz su frente coronan,
Y dobles himnos entonan,
De su hermosura envidiosos.

Sé que en sus ojos se encantan,
Y que en torno se revuelven;
Acentos de amor levantan;
Las llaman hermosas; cantan;
Besan su faz, y se vuelven.

Y en ese instante de gloria,
Con recuerdos seductores,
Ya sé que por su memoria
Pasa la amorosa historia
De sus pasados amores.

Por eso. Felisa, errante
Vagas con planta insegura,
Cual si escucharas amante
El céfiro susurrante
Que entre tus bucles murmura.

Dime si tal vez, hermosa,
En esa ilusión tranquila
Probando estás amorosa
La dulce miel que destila
El dulce nombre de esposa.

Di si en tus ojos se encienden
Los ángeles; si contento
Te causa tal vez su acento;
Y si mirándote, tienden
Las blancas alas al viento.

Di si recuerdas, Felisa,
Las canciones que sonaron
En tu calle, y que apagaron;
¡Que por Dios, qué bien aprisa
Siendo tan dulces, pasaron!

Ya no escucharás cual antes,
Allá en las noches serenas,
Sobre los aires flotantes,
Las sabrosas cantilenas
De los rendidos amantes.

Que os es muy grato a las bellas
Al son del arpa importuna
Oír amantes querellas,
Ya al brillo de las estrellas
Ya al resplandor de la luna.

Y os place ver derramados
Cantos de amor por los cielos,
Porque causen acordados
A otras hermosuras celos,
Y a otros galanes cuidados.

Y oís las trovas de amores,
En vuestro lecho adormidas,
Como los vagos rumores
Que hacen al ondear las flores,
De vuestras rejas prendidas.

Y al despertar, con empeños
Tal vez pensáis que, halagüeños
Os dan, cantando, placeres,
Esos dulcísimos seres
Con quien platicáis en sueños.

Mas ¡ah, que ya se apagaron
Aquellos cantos, Felisa,
Que en tu alabanza sonaron!
Y por Dios, qué bien aprisa,
Siendo tan dulces, pasaron.

Pasaron los amadores,
Llevando sus falsas llamas;
Tiempo es que libre de azores
Trate, Felisa, de amores
La tórtola entre las ramas.

Ya no escucharás, cual antes,
Allá en las noches serenas,
Sobre los aires flotantes,
Las sabrosas cantilenas
De los rendidos amantes.

Las rosas que con pasión
Hoy te prendiste galana,
Las últimas rosas son
Que columpió en tu balcón
La brisa de la mañana.

Si ya con plácidas glosas
Tu pecho nunca se embriaga,
Aún hay canciones gustosas,
Con que a las tiernas esposas
El aura nocturna halaga.

Si trovas no están rompiendo
Tus sueños, como hasta aquí,
Los romperá el dulce estruendo
De algún pecho que gimiendo
Esté, Felisa, por ti.

Y unos sones muy callados
Oirás cruzar por los cielos,
Sin que causen, acordados,
Ni a otras hermosuras celos,
Ni a otros amantes cuidados.

Y a cada momento, hermosa,
En grata ilusión tranquila,
Podrás probar amorosa
La dulce miel que destila
El dulce nombre de esposa.

(Ramon de Campoamor) ... (ver texto completo)