Elegía Sencilla a Don Quijote, por
José Antonio Moncada
Luna
Caballero sencillo de ternura orgullosa,
tu congoja infinita con el sueño renace.
Señor de la tristeza que el dolor ha vencido
bajo el peso glorioso de tu angustia implacable.
Oh Solitario amargo de escuálida figura,
Arcángel lacerado sobre la tierra insomne,
definitivamente la dimensión del
hombre.
Oh Don Quijote andante, Oh Caballero eterno,
el valor errabundo despilfarró tu sombra
más allá del olvido, más allá de la muerte
como un perfil antiguo prendido de la aurora.
Caballero que tienes el valor suficiente
para que la derrota ciegamente violenta,
humedezca la harina de todos los silencios
y exprima las esponjas que brotan las tinieblas.
¿Quién podrá compararse con tu inflamado llanto
ni burlar el desvelo de tu sonrisa armada,
con la dulzura herida de pie sobre el escudo
y el estandarte roto cubriendo la esperanza?
Enemigo inclemente de todos los entuertos;
con el ensueño en ristre, de luz casi dolido
venías de la niebla con la edad de la espada
y en tus sienes cruzaron las alas del abismo.
Nada es mayor que tu altivez romántica,
tu singular locura, tu inútil desamparo,
tu castiza armadura de caballero andante,
tu galope atrevido en medio de relámpagos.
Nunca será perfecta la dignidad terrible
con que puedan los
hombres sostener la justicia
si no es con tu palabra, que germina en tus labios
como medida exacta de tu melancolía.
Ni el cansancio ni toda la muralla de espinas
detuvieron tu gesto de infinita nostalgia,
y el delirio fue apenas un lucero monstruoso
que marcó para siempre las rutas de la mancha.
Sobre el tiempo camina tu ilusión taciturna
para llenar de cantos tu rostro insobornable,
y llevas el destino retorcido en tus manos
al trote incontenible que marca Rocinante.
Tras el fulgor herido de sombras repetidas
el horizonte es poco para medir tus puños,
porque estás en el
cosmos donde rueda el vacío,
y porque con tu nombre puedes llenar el mundo.
La vida siempre tuvo esa sencilla forma
para llenar tus días de simples resonancias
y el amor te iba dando sus frutos desmedidos
en imposibles rosas de espinas desbocadas.
Marchabas torturado para que el mundo fuera
una comarca
dulce sembrada de amapolas,
y para que la infamia cerrara sus dinteles
y el hombre reconstruya su porvenir sin sombras.
Iluso combatiente de irreales espejos,
gran herido en la noche por la vida y la fábula,
avanzas arrogante vestido de infortunio
con un gesto terrible que despierta montañas.