Oh amor, vuelve la vista del mar, que nunca cambia,...

Oh amor, vuelve la vista del mar, que nunca cambia, y mira, bajo estas laderas grises, cómo envejece el año, muriendo entre la bruma perfumada de otoño que cubre la hondonada del valle, allí donde los viejos olmos azotados por el viento envuelven la iglesia gris, el amplio granero, el huerto y la morada de tejado rojo; obra esforzada, en días ya muertos, de hombres que hace tiempo murieron.

Ven, oh amor; acaso nuestras manos aún no se encuentren, ya que aún vivimos hoy, olvidando junio, olvidando mayo, creyendo que octubre es dulce. ¡Oh, escucha, escucha! ¡A la tarde, la torre gris repica una extraña y antigua tonada! Dulce, dulce y triste; el último aliento del fatigado año, tan saciado de vida que no se resiste a morir.

Y a nosotros también, ¿no nos resultaría tierno y leve ese descanso de la vida, de la paciencia y el dolor, ese descanso de la dicha que no advertimos al hallar, ese descanso del Amor que nunca alcanza su término? ¡Escucha cómo resuena la tonada, que hace un momento parecía extinguirse! ¡Alza la vista, amor! ¡Abrázame, y no te vayas! ¿Cómo voy a poder saciarme de la vida y del amor