ELEGÍA (Gabriel y Galán)
I
No fue una reina
de las de España,
fue la alegría
de una majada.
Trece años cumple
para la Pascua
la cabrerilla
de Casablanca.
Su pobre madre
sola la manda
todas las tardes
a la majada.
Lleva ropilla,
lleva viandas
y trae jugosa
leche de cabras.
Vuelve de noche,
porque es muy larga,
porque es muy dura
la caminada
para un asnillo
que apenas anda.
¡Qué miedo lleva!
Pero lo espanta
con el sonido
de sus tonadas.
Canta con miedo,
de miedo canta.
¡Son tan profundas
las hondonadas
y tan espesas
todas las matas!...
¡Son tan horribles
las noches malas,
cuando errabundas
aullando vagan
lobas paridas
por las cañadas
con unos ojos
como las brasas!...
¡Son tan medrosas
las noches claras
cuando en los charcos
cantan las ranas,
cuando los búhos
ocultos graznan,
cuando hacen sombra
todas las matas
y se menean
todas las ramas!...
Los viejos hombres
de la majada
la quieren mucho
porque es tan guapa,
porque es tan buena,
porque es tan sabia.
Pero a un despierto
zagal de cabras,
que cumple trece
para la Pascua,
no sé con ella
lo que le pasa,
que algunas veces,
al contemplarla,
se pone trémula
su cara pálida
y entre sus párpados
tiemblan dos lágrimas...
Nadie ha sabido
que la regala
dijes y cruces
de Caravaca
de bien pulido
cuerno de cabra.
Cuando ella viene
con la vianda
¡le da más gusto!...
¡Le da más ansia,
le da más pena,
cuando se marcha!...
¡Como que toda
la noche pasa
llorando quedo
sobre la manta
sin que lo sepan
en la majada!
II
¡Ay pobre madre,
cómo gritaba,
despavorida,
desmelenada!
¡Ay los cabreros
cómo lloraban,
apostrofando,
ciegos de rabia!
¡Cómo corrían
y golpeaban
con los cayados
peñas y matas!
¡Y eran muy pocas
todas las lágrimas
que de los ojos
se derramaban!
¡Y eran pequeñas
todas las ansias
y las torturas
de las entrañas!
¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
¡ay!, devorada!
Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!
¡Toda en pedazos
sobre la grava:
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada!...
¡Los zapatitos,
las pobres sayas
todas revueltas
y desgarradas!...
I
No fue una reina
de las de España,
fue la alegría
de una majada.
Trece años cumple
para la Pascua
la cabrerilla
de Casablanca.
Su pobre madre
sola la manda
todas las tardes
a la majada.
Lleva ropilla,
lleva viandas
y trae jugosa
leche de cabras.
Vuelve de noche,
porque es muy larga,
porque es muy dura
la caminada
para un asnillo
que apenas anda.
¡Qué miedo lleva!
Pero lo espanta
con el sonido
de sus tonadas.
Canta con miedo,
de miedo canta.
¡Son tan profundas
las hondonadas
y tan espesas
todas las matas!...
¡Son tan horribles
las noches malas,
cuando errabundas
aullando vagan
lobas paridas
por las cañadas
con unos ojos
como las brasas!...
¡Son tan medrosas
las noches claras
cuando en los charcos
cantan las ranas,
cuando los búhos
ocultos graznan,
cuando hacen sombra
todas las matas
y se menean
todas las ramas!...
Los viejos hombres
de la majada
la quieren mucho
porque es tan guapa,
porque es tan buena,
porque es tan sabia.
Pero a un despierto
zagal de cabras,
que cumple trece
para la Pascua,
no sé con ella
lo que le pasa,
que algunas veces,
al contemplarla,
se pone trémula
su cara pálida
y entre sus párpados
tiemblan dos lágrimas...
Nadie ha sabido
que la regala
dijes y cruces
de Caravaca
de bien pulido
cuerno de cabra.
Cuando ella viene
con la vianda
¡le da más gusto!...
¡Le da más ansia,
le da más pena,
cuando se marcha!...
¡Como que toda
la noche pasa
llorando quedo
sobre la manta
sin que lo sepan
en la majada!
II
¡Ay pobre madre,
cómo gritaba,
despavorida,
desmelenada!
¡Ay los cabreros
cómo lloraban,
apostrofando,
ciegos de rabia!
¡Cómo corrían
y golpeaban
con los cayados
peñas y matas!
¡Y eran muy pocas
todas las lágrimas
que de los ojos
se derramaban!
¡Y eran pequeñas
todas las ansias
y las torturas
de las entrañas!
¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
¡ay!, devorada!
Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!
¡Toda en pedazos
sobre la grava:
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada!...
¡Los zapatitos,
las pobres sayas
todas revueltas
y desgarradas!...