EL PORQUÉ DE LA COSA...

EL PORQUÉ DE LA COSA

Miá, Celipe, ¡qué gusto!, tres manojos
d'espigas rapañás en un instante,
dende misa mayor al meyodía,
tres manojos lo mesmo que tres jaces.

Y ná más. Tú trebaja
que yo barro p'alantre
y presto jorraremos pa la suerte
los cuatro mil rïales.

Y na más. Que rechiflen y reguñan,
cabilando burrás los jolgazanes,
iciendo que los probes mueren jartos
de trebajo y de jambre:
¡ellos sí que revientan de su rabia
lo mesmito qu'estrumpe un triquitraque!

¿Pero qué refunfuñas entre dientes?
¿Qué congojas te anúan el gagnate
que ni me palras, ni siquiá, Celipe,
te güerves pa mírame?

D'un periquete voy a ve'l puchero
y atrancar el postigo de la calle,
pa dispués que me siente en tus roïllas,
que no mus coja naide,
icirte yo las cortas ocurrencias
de mis cortos arcances.

¡Ajajá! Celipillo, tú tiés argo,
tú no pués engañame,
o el amo te miró con mala cara,
o bajó el manijero los jornales;
pero tú tienes argo, Celipillo,
argo que yo no pueo devinate
por más que me caliento la mollera
rebuscando el porqué de tus pesares.

Pero dame la cara, ¡por Dios, hombre!;
dam'un beso y abrázame,
y dame un estrujón juerte, mu juerte,
pa ve si al estrujame
quié reventá de gorpe la vejiga
de jieles qu'avinagra tu caraite.

¿Es que gorvemos otra ves, Celipe,
a las mesmas junciones d'andenantes,
porqu'eres ergulloso y no te gusta
que tu mujé trebaje?

¿Es qu'aún no juyó de tu caletre
el resquemor que tiés que m'asolane
por dir a rebuscar a los rastrojos
las espigas de trigo? ¡Qué diantre!
Pos si es asín, t'amuelas, Celipillo,
que n'hay más qu'aguantase.

Descurre una miajina tan siquiera
pensando en esa cosa que tú sabes.
¡Ay, Celipillo, Celipillo tonto,
que pal mes de los Santos semos padres,
qu'hay que jorrar, ¡receontra!, pa la suerte
los cuatro mil rïales,
qu'el corazón me ice qu'es un macho
lo que yo voy a dalte.

Un macho mu jorzúo, con agallas,
con genio, con reaños, con coraje;
más vivo que los vientos,
más listo que los frailes,
más duro que las piedras,
más güeno que los ángeles,
qu'ha de saber podar como su agüelo
y ha de saber segar como su padre.
Y será campusino mu castúo,
y será labraor, ¡qué duda cabe!,
pa labrar esta suerte que mercamos
con la yunta qu'habemos de mercale.

Páece que ya no gruñes, Celipillo,
páece que ya t'atreves a mirame,
y me jaces cosquillas con las barbas
de tanto como quieres arrimate...