Era un trece de agosto, luna llena,
una noche de toros de verano,
un gran astado al que de DIOS su mano
apartó al hombre-niño de la escena.
Tembló el tendido viendo la faena
junto al desvarío en el ser humano,
gritó el graderío y rezó el pagano
ante ese chiquillo inerme en la arena.
No se tiñó de rosas el albero,
la noche siguió oliendo a jazmín;
lo guardaba DIOS, LA LUNA Y UN LUCERO.
El festejo llegaba ya a su fín
y ese niño que quiso ser torero,
a la luna observaba en su confín.
Salvando las distancias, poema emulando el estilo de RAFAEL MORALES.
lo guardaba DIOS, LA LUNA Y UN LUCERO. (HAGO SINALEFA EN AYU)
una noche de toros de verano,
un gran astado al que de DIOS su mano
apartó al hombre-niño de la escena.
Tembló el tendido viendo la faena
junto al desvarío en el ser humano,
gritó el graderío y rezó el pagano
ante ese chiquillo inerme en la arena.
No se tiñó de rosas el albero,
la noche siguió oliendo a jazmín;
lo guardaba DIOS, LA LUNA Y UN LUCERO.
El festejo llegaba ya a su fín
y ese niño que quiso ser torero,
a la luna observaba en su confín.
Salvando las distancias, poema emulando el estilo de RAFAEL MORALES.
lo guardaba DIOS, LA LUNA Y UN LUCERO. (HAGO SINALEFA EN AYU)