La bruma que quiso ser nube
Una mañana de enero, la bruma se deshilaba
En hebras que parecían las guedejas de la lana.
En el borde del arroyo, quiso acariciar el agua,
Y los mimbrales le hicieron una corona de plata.
Los juncos de la ribera, un verde beso le mandan,
Con aroma de tomillo que le prestó la montaña.
La vega se estremecía de mimos en la mañana,
Para hacerla prisionera de sus bondades románticas.
Y sin embargo la bruma, entre leve y entre ufana,
Ir a la altura quería; llegar al cielo soñaba.
La vega le apetecía, el arrollo le gustaba,
Pero pensando en ser nube, ¿Quién como yo? Proclamaba.
Estar junto a las estrellas, hablar con la luna pálida,
Tener debajo la tierra, ter encima… la nada.
Superar todos los páramos, empequeñecer las águilas.
Cargar con fértiles gotas, y en el suelo derramarlas.
Para darle a las cosechas, grandes reservas de agua.
Pero Dios la hizo tormenta, y colocó en sus entrañas,
Un aluvión de pedrisco junto a un torrente de agua.
Un torbellino de viento, mandó que la acompañara.
Para darle más potencia a su tenebrosa carga.
Tiñó el poniente de oscuro, retumbó la tarde plácida,
Y en unos pocos minutos la tierra quedó anegada.
Llena de fango las vegas, rota la espiga dorada,
Aterrados los labriegos; la nube desconsolada.
Y sobre el triste paisaje, de la tarde desolada;
Dejó sus últimas gotas, como reguero de lágrimas.
De Juan M Martín
Una mañana de enero, la bruma se deshilaba
En hebras que parecían las guedejas de la lana.
En el borde del arroyo, quiso acariciar el agua,
Y los mimbrales le hicieron una corona de plata.
Los juncos de la ribera, un verde beso le mandan,
Con aroma de tomillo que le prestó la montaña.
La vega se estremecía de mimos en la mañana,
Para hacerla prisionera de sus bondades románticas.
Y sin embargo la bruma, entre leve y entre ufana,
Ir a la altura quería; llegar al cielo soñaba.
La vega le apetecía, el arrollo le gustaba,
Pero pensando en ser nube, ¿Quién como yo? Proclamaba.
Estar junto a las estrellas, hablar con la luna pálida,
Tener debajo la tierra, ter encima… la nada.
Superar todos los páramos, empequeñecer las águilas.
Cargar con fértiles gotas, y en el suelo derramarlas.
Para darle a las cosechas, grandes reservas de agua.
Pero Dios la hizo tormenta, y colocó en sus entrañas,
Un aluvión de pedrisco junto a un torrente de agua.
Un torbellino de viento, mandó que la acompañara.
Para darle más potencia a su tenebrosa carga.
Tiñó el poniente de oscuro, retumbó la tarde plácida,
Y en unos pocos minutos la tierra quedó anegada.
Llena de fango las vegas, rota la espiga dorada,
Aterrados los labriegos; la nube desconsolada.
Y sobre el triste paisaje, de la tarde desolada;
Dejó sus últimas gotas, como reguero de lágrimas.
De Juan M Martín
Gracias Rosalí por transcribir esta maravillosa poesía de Juan M Martín.
Desconozco su existencia y naturalmente su obra.
Un saludo de Juan El Pavelo.
Desconozco su existencia y naturalmente su obra.
Un saludo de Juan El Pavelo.