En
España, parece que los
sindicatos considerados mayoritarios a pesar del oscurantismo de las
elecciones sindicales, no han hecho examen de conciencia alguno. Convertidos en poder fáctico por los partidos, incluido UCD, que comenzó el riego de dinero en la transición a la
democracia, se estructuran hoy como una plataforma de intereses burocráticos para la cual el cambio es mucho más peligroso que el paro. De hecho, hemos asistido a un espectáculo lamentable en el que los actores sindicales han convivido felizmente con el crecimiento del
desempleo hasta los más de cinco millones de personas sin poner el grito en el cielo. Pero eso sí, nada más iniciado un proceso de
reforma laboral, nada radical por cierto, en lugar de aplicar una lógica elemental según la cual habría que atender a los resultados, se atiende a los intereses de una izquierda sonada antes que a las necesidades de los
trabajadores. El paro no es indignante, como no lo es el
PSOE y su herencia. Lo indignante, siempre, es el
PP.