Los Evangelios contienen una doctrina muy edificante para el espíritu. Hay que saber entresacar de sus párrafos lo verdaderamente trascendente y así no se dejará uno condicionar por lo manipulado. Dios nos ha concedido el raciocinio y el libre albedrío. Con ambos podemos hacer grandes cosas o irnos derechos al abismo. Y hay que recordar siempre que aquél que cree que se lo sabe todo nunca podrá aprender nada.