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TAN SOLO DOS DÍAS

Ayudado por su hija, la levantaron sentándola en el sofá, ya que la nieta, por mucho empeño que puso en ello, no pudo hacerlo ella sola debido al peso de su abuela y a que la pierna izquierda no la podía doblar - así podría haber hecho algo de ayuda la mujer-, debido a que no tenía el juego de rodilla, a consecuencia de la metralla de una bomba que cayó en la casa donde vivía su familia, allá por el año 37 del S XX, durante la guerra fratricida, culpable parte del estamento militar levantado en armas, insurgente, rebelde y sublevado al gobierno establecido democráticamente por el pueblo, pronunciado a través de las urnas.

Cuando la hubieron sentado, pudo fijarse más detenidamente en el estado de su madre, comprobando que este era lamentable.

Tenía un diente roto -como ella ya le había informado a través del móvil-; los labios, además de inflamados los tenía con sangre líquida, reciente, debido a algún derrame, o alguna herida, habiéndose resecado en los bordes; sangre que no dejaba de brotar por ellos, pues se los había roto contra los dientes y el suelo, al tiempo que se acumulaba con la que le venía a la boca procedente del estómago, que era el principal motivo por el que el suelo estuviese salpicado de cuajarones, al igual que la ropa que llevaba puesta, las patas de los muebles, la puerta del baño, los faldones de la mesita...

Interrogó de nuevo a su madre preguntándola qué era lo que había tomado de su medicación diaria y qué no, pues si había tomado el Sintrón prescito, más la medicación para la tensión arterial y la circulación sanguínea más el omeprazol como protector, no podía habérsele producido tal hemorragia.

La cuestión estaba clara. Debido a su estado de ánimo de los últimos días, venía padeciendo un nerviosismo y dolor de cabeza, de los que eran culpables las ideas y las preocupaciones que la habían imbuido, pocos días atrás sus otros hijos, aunque ya les había advertido que no la diesen “más la lata y lo que sea será a su tiempo” -según sus mismas palabras-, antes de las navidades.

Hacía tres días que había dejado de tomar cierta medicación para sus dolores de cabeza, siendo que la podía tomar junto con el Sintrón, al tiempo que se había suprimido por su cuenta el Omeprazol, el cual la protegía el estómago y del Sintrón no sabía qué dosis se estaba tomando.

La había suprimido, porque –le dijo- el protector de estómago y el calmante la producían ardores, siendo que eran para todo lo contrario, y en cambio las aspirinas que se había tomado, más un antiinflamatorio poco beneficioso para ella, no se los producían y además, la “sentaban” bien y había llegado a encontrarse mejor. Al menos eso creyó en un principio, aunque “ya ayer me salía algo de sangre al toser”, concluyó la abuela.

Tras decirla que era todo lo contrario y que cómo había podido hacer eso sin consultar al doctor, como así tenía advertido, le respondió: –“Porque no sé ni lo que me hago estos días hijo, tengo la cabeza hecha un bombo y más pallá que pacá”.

Se había tomado una medicación -Feldene y las aspirinas- que la habían producido dos úlceras sangrantes en el estómago, como así les informó el cirujano de urgencias a ella y a su hijo, tras realizarla una radiografía y una analítica de urgencia, prescritas al comprobar el deplorable y lamentable estado en que se encontraba al llegar al hospital, además de que “los síntomas eran inequívocos” -razonó el cirujano-, debido a las explicaciones dadas por ellos y al primer vistazo clínico.

La solución no era nada halagüeña, informándoles, que si la operaban sería a tumba abierta, pues estaba muy débil y grave, y la situación se agravaba aún más a causa del Sintrón pues le licuaba la sangre, más por la cantidad que había perdido de ella. Se le administrarían unas cuantas bolsas de sangre, antes de operarla, -las cuales sumaron 14 en total- ya que el hematocrito estaba demasiado bajo como para intentarlo antes.

Después decidirían conjuntamente, la enferma, los familiares y los cirujanos, si se la operaba, de poder llevar a cabo la operación, pero que aun pudiendo operarla, no había garantías de éxito. Se sopesó todo; su edad, pues con 89 años, a poco para llegar a los 90, ya de por sí la operación se hacía peligrosa; lo débil que estaba y por contra a todo esto, la urgencia de cerrar las úlceras pues seguían sangrando. No obstante, a pesar de los contras, y las dudas que pudiesen tener al respecto, enferma y familiares, se la preparó para quirófano, antes de haberla administrado las dosis necesarias de sangre, porque “se nos va”, según les conminaba el cirujano.

La pobre mujer lo escuchó estoicamente, ya que estaba y había estado consciente en todo momento y por tanto se la comentaba todo lo que la tenían que hacer, para su aprobación o denegación, pues así lo había pedido. Acto seguido la decía el cirujano:

-Abuela, hay que ir al quirófano antes de lo previsto: ¿está dispuesta? Respondiendo la abuela:

–A ver hijo, que sea lo que tenga que ser; alguna vez tendré que morirme y ya he vivido bastante. Así que, cuando quiera doctor; me pongo en sus manos y usted sabrá lo que hace”.

Lo que hizo, o lo que hicieron en quirófano, a los familiares les quedó claro que lo hicieron bien, pues tras cinco horas les notificaron que ya estaba operada, se encontraba consciente y no sangraba.

Se la había trasladado a la UCI, pues es el sitio adecuado para los posoperados, además de que el estado de gravedad persistía y no había que cantar victoria aún. Debido al Sintrón; a la debilidad del organismo y a los bajos parámetros del hematocrito, podrían no unir bien las incisiones e irse las suturas, o sangrar por ellas, y todo lo que se había hecho no habría valido para nada, pues volvería a sangrar y por más sitios que antes, debido a la sutura, tanto interna como externa, aunque se la estuviese administrando sangre ahora mismo y todo el tiempo que fuese necesario, siempre dentro de unos límites razonables. Siempre y cuando hubiese esperanzas, debido a una situación estable al menos.

Así les dijo el cirujano en su despacho a los familiares y tras dejarles pasar a ver a la convaleciente se lo repitió ante ella, ya que así había sido su deseo; que en lo que estuviese consciente, si se iba a morir como si salía de esta, se lo comunicasen todo. Cuando se acercaron a su cama lo primero que hizo fue mirar a su hijo mayor, diciéndole estas palabras cuando estuvo a la cabecera de la cama: –" ¡Hombre, has venido tú también!" Tras escuchar al doctor le dijo que él ya había hecho bastante y le dio las gracias. Habló muy poco con los familiares y lo que dijo fue a modo de despedida, siendo las últimas palabras que la oyeron decir, pues cuando pudieron pasar de nuevo a verla a las pocas horas, aunque consciente, no pudo pronunciar palabra alguna.

Esto ocurría en la mañana del día 6, día de Reyes. A primeras horas de la tarde, el cirujano comunicaba a los familiares que volvía a sangrar, descartando una nueva intervención, pus no serviría de mucho, por no decir para nada, al menos positivo para la paciente y así, además no se la haría sufrir inutilmente.

También había que tener en cuenta la dificultad para localizar todos los puntos interiores y exteriores sangrantes, los del estómago y el vientre, siempre y cuando pudiesen ver dónde y cómo pudiesen cerrarlos, pues ya no se localizaban dos únicos puntos ulcerosos. En la placa de rayos X que la efectuaron, no pudieron localizar todos con claridad, al estar el estómago inundado de sangre.

Tampoco se le podía estar administrando al tiempo que la perdía durante la operación, como la estaba perdiendo en ese momento, desde hacía una hora aproximadamente.

El responsable de la UCI, en un acto a todas luces compasivo, comunica a los hijos de la paciente, con una mano sobre el hombro de uno de ellos y mirándolo directamente, como si con ese gesto se dirigiese a él concretamente -quizás por haberle notado cariacontecido, muy afectado por la situación que había pasado su madre, su hija y él mismo y que en vista de lo que había no serviría para nada-, que al menos no sufriría, debido al estado de inconsciencia en que se encontraba.

Por la noche entró en coma profundo, falleciendo en la madrugada del día 8, minutos después de que su hijo -sus dos piernas de repuesto, como ella le decía- hubiese pasado a verla; quizás a despedirse de ella, sin saberlo ninguno de los dos, antes de que muriera.

Había llegó al hospital un momento antes, en estado febril y desorientado, tras haber pasado todo el día anterior en casa, en cama, con fiebre que le sobrevino sin explicación alguna, al menos para él no la tenía, así como el cómo había llegado a casa y cómo había vuelto al hospital conduciendo su automóvil.

AdriánPozuelo (Adrián M. A.)