Qué tengo yo que mi
amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del
inviernos oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus
plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía”!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!