PEQUEÑO DIARIO
Arrebujadas tus hojas,
en desorden, como las calles
al amanecer de las fiestas
de un pequeño pueblo, cualquiera.
Me arrodillo y te aliso las hojas,
te ordeno las páginas y te rescato
del barullo y del viento que amenaza
con fragmentar tu contenido.
Mañana si podrías estar en desuso,
pero hoy no puedo permitir
que tu especial día central
quede roto y esparcido. Hoy no.
Yo te cuido por ellos.
Vienen del bullicio de la noche,
cansados y embriagados
de una máscara que tapa sus ojos.
Equivocados.
No saben dónde está la fiesta.
No en sus trasnochados días,
¡tan viejos! que los creen nuevos.
No saben dónde está la fiesta.
Equivocados.
La fiesta está en el alba,
en el amanecer, en el rocío
de una nueva mañana.
En la dignidad del alma
Nace de viejas brasas.
En el pequeño río, somnoliento,
en el agua cantarina y mágica
de una fuente renovada y fría
con su agua especial y transparente.
En la magia del agua.
Y en la luz que ilumina sus senderos,
sinuosos recodos y febriles cuestas.
Alli anida la canción del viento
que levanta a los vespertinos pájaros.
Del descanso y del silencio.
Vuela alto la fiesta,
no en el desorden de vasos y papeles;
de botellas rotas y acabadas.
No en el enloquecedor ruido
que deja un desaliento inmenso
al trastocar las risas por el llanto.
¿Sufre el pueblo en un amanecer
al ver roto su perfecto orden...
Cuando cambia la limpieza
por un puñado de pobres harapos?
Yo sufro por sus polvorientas lágrimas,
necesarias,
por el murmullo de las hojas
arremolinadas entre escoria.
Sufro por la falta de alegría
cuando acaba la fiesta,
cuando veo ojos de jóvenes, engañados,
afanados por disfrazar de colores y de ruido
el pequeño y silencioso pueblo
con su especial noche, sin estrellas.
Y amanece el pequeño diario
con la cara sucia y sus hojas
revueltas y tiradas en medio
de una acera cualquiera.
Y sufro.
Carmen García
Arrebujadas tus hojas,
en desorden, como las calles
al amanecer de las fiestas
de un pequeño pueblo, cualquiera.
Me arrodillo y te aliso las hojas,
te ordeno las páginas y te rescato
del barullo y del viento que amenaza
con fragmentar tu contenido.
Mañana si podrías estar en desuso,
pero hoy no puedo permitir
que tu especial día central
quede roto y esparcido. Hoy no.
Yo te cuido por ellos.
Vienen del bullicio de la noche,
cansados y embriagados
de una máscara que tapa sus ojos.
Equivocados.
No saben dónde está la fiesta.
No en sus trasnochados días,
¡tan viejos! que los creen nuevos.
No saben dónde está la fiesta.
Equivocados.
La fiesta está en el alba,
en el amanecer, en el rocío
de una nueva mañana.
En la dignidad del alma
Nace de viejas brasas.
En el pequeño río, somnoliento,
en el agua cantarina y mágica
de una fuente renovada y fría
con su agua especial y transparente.
En la magia del agua.
Y en la luz que ilumina sus senderos,
sinuosos recodos y febriles cuestas.
Alli anida la canción del viento
que levanta a los vespertinos pájaros.
Del descanso y del silencio.
Vuela alto la fiesta,
no en el desorden de vasos y papeles;
de botellas rotas y acabadas.
No en el enloquecedor ruido
que deja un desaliento inmenso
al trastocar las risas por el llanto.
¿Sufre el pueblo en un amanecer
al ver roto su perfecto orden...
Cuando cambia la limpieza
por un puñado de pobres harapos?
Yo sufro por sus polvorientas lágrimas,
necesarias,
por el murmullo de las hojas
arremolinadas entre escoria.
Sufro por la falta de alegría
cuando acaba la fiesta,
cuando veo ojos de jóvenes, engañados,
afanados por disfrazar de colores y de ruido
el pequeño y silencioso pueblo
con su especial noche, sin estrellas.
Y amanece el pequeño diario
con la cara sucia y sus hojas
revueltas y tiradas en medio
de una acera cualquiera.
Y sufro.
Carmen García