LA CIUDAD Y SUS LUCES DE NEÓN...

LA CIUDAD Y SUS LUCES DE NEÓN
Una vez, amigo Libertad, me sentí atraída por las luces de neón, los tiovivos de la feria y el pan de Madrid. Tan tierno, y siempre del día. Al principio me gustaba, pero las luces me engañaron y no pude evitar rabia por tanta traición. Los tiovivos, un día, de repente dejaron de funcionar y yo estaba subida a un caballito que creía que tenía vida, pero súbitamente me arrojó al suelo. Menos mal, pensé, que eres también de plástico porque sino me hubieras pateado.
Y la magia por las luces en la noche se esfumaron, la música de la feria paró de repente, y el pan que tanto me gustó al principio, dejó de ser divino, para ser vulgar pan de Madrid. Y lo vi todo tan claro que decídí que esa clase de vida no era para mí.
En cuanto pude me fui a mi Ablanque, a disfrutar de mi maravilloso campo perdido en la espesura del bosque y lleno de vida y color verde. Transparente, como el agua de las mil fuentes que fluían en cualquier sitio donde te sentases a descansar. O límpida si decidías bañarte bajo las sabinas, los chopos y los pinos que se reflejaban en la balsa de puro cristal, porque al principio sentías frío pero luego la temperatura era la ideal. Daba gusto nadar y mirar el cielo, los pinos, los chopos y las sabinas. Dulce compañía para un nuevo despertar cada día en los brazos del pequeño río mío perdido entre las montañas.
Salía de Madrid como salen todos los madrileños cada fin de semana. Fines de semana, vacaciones, puentes; todo menos quedarme pisando el alquitrán recalentado y la ciudad envuelta en una oscura nube de contaminación.
Me perdía cada noche al intentar ver la vía láctea que contemplara en los límpidos cielos nocturnos de mi pueblo.
Estrellas y constelaciones que de noche no estaban en el cielo de Madrid y en el cielo de mi pueblo, si.
Y tuve el tiempo preciso.
Aquel que no disfruté antes, lo gané después; y con creces. Mis amaneceres contemplados desde una ventana abierta al cielo. Por la noche, bajaba a sentarme en la calle en medio de una soledad inmensa donde la luna se asomaba a su balcón del cielo. Y nos comunicábamos la luna y yo de una forma especial. Ella me contaba sus desdichas, y yo la escuchaba llorar, perdida entre las estrellas.
Yo le contaba mis tristezas y mis alegrías, y al final éramos dos amigas charlando animadamente, llorando y riendo por todo y por nada. Pero feliz de tener una amiga tan extraordinari, tan luminosa, y admirada por los moradores del cielo y de la tierra.
“Siniestra”le decía en broma. “Dicen que eres traidora pero yo no les creo”. Y nos reíamos las dos, como dos amigas.” Dicen”, le decía en nuestras conversaciones nocturnas “que todos tus enamorados sufren cuando te ven tan hermosa, callada y llena de luz. Y tiemblan, cuando tu apareces, tus enamorados; y te besan desde la tierra mientras, tu ingrata, les ignoras”.
Y nos reíamos ella y yo; pero nos juramos amistad eterna.
Ella me decía, “cuéntame que hablan de mi, cuéntame de mis enamorados, que yo desde este infinito no les puedo ver. Diles, que no puedo bajar desde tan alto. Si pudiera… bajaría de mi balcón y a lo mejor hasta me enamorara de alguno de ellos. Perdería mi condición de astro, quizás lo hiciera. Pero no puedo”. Lloro lágrimas humanas y risas angelicales. Y ella y yo nos reíamos y disfrutábamos de nuestros solos nocturnos y encuentros. Yo a la luz de la luna, y ella a la luz de la farola de mi casa.
Un saludo y hasta mañana