Foto de la M-30 tomada desde el coche, cerca de La Elipa.
Pues sí iba y cómo digo, también al Pleyel y al Montera, pero nunca tuve "un percance" con nadie.
Una vez fui con mi hermano pequeño, el que me seguía en edad, al Montera a ver una de Pili y Mili: "Whisky y vodka". Yo ya había estado entre semana y no tuve problema alguno en la puerta para entrar, así como tantos otros días y en los otros cines lo mismo, pero como mi hermano tenía aun más cara de niño de lo que era (tenía 13 años y yo 15), no nos dejaba entrar el portero porque, decía, que él era un niño y aunque yo tuviese la edad para poder ver la peli, él no y no podía pasar aunque fuese acompañado; fíjate, ¡la película era autorizada para mayores de 16 años! Le pregunté que: ¿qué edad cree usted que tengo yo? y me contestó tras "estudiarme" un poco: -Unos diez y siete o diez y ocho. Yo le dije, ¡vale, ha acertado, y aun así ¿no le deja entrar conmigo? Me hizo, o hizo, un guiño y me contestó que aunque fuese mi hermano, no podía dejarnos pasar, pues era muy comprometido para él (¿?). Tuve que descambiar las localidades en taquilla, me dieron el dinero y nos fuimos al Retiro a zanganear por allí y montar en barca por el estanque.
Yo siempre he aparentado más edad de la que tenía, incluso ahora parezco más viejo de lo que soy, y a los club Consulado; Victoria; Ciudad Lineal y Paraninfo, que eran de la misma cadena, entraba sin problemas con 16 y 17 años (a los 17 ya me había dejado de afeitar el bigote); no me pedían nunca el carnet en la puerta y en cambio a alguno que iba con nosotros, e incluso con más de 18 años, se lo pedían porque los porteros les decían que era mentira que los tuviesen, para lo que les pedían el DNI y si los tenía, "pa dentro".
Lo mismo pasaba en los club de alterne que visitábamos por Ciudad Lineal y alrededores, tras tomar algunas raciones de "amor" (morcilla picada y frita); algunos "cojonudos" (pequeños filetes de jamón de york a la plancha con mostaza y tomate (kepchu) y alguna ración de "huevudos" (huevos de codorniz cocidos, o guisados, de alguna forma que los hacía divinos), en los mesones de la calle Alcalá y adyacentes. Recuerdo que uno era "El cazador" (no recuerdo si estaba en la plaza Bambi), el cual, al traspasar la puerta, veías enfrente un sillón de madera con asiento y respaldo de cuero -estilo edad media- vacío. Como el que más y el que menos ya íbamos más baqueteados que las baquetas del batería de los Pequeniques, alguno salía disparado como una flecha hacia él, para que nadie le quitásemos el "trono". Cuando estaba sentado -en este caso un amigo mío, "el Yébenes"-, relajándose y estirando las piernas, noté algo raro en el ambiente y vi que el camarero, a pesar de estar el local y la barra de bote en bote, le observaba, con disimulo, pero no le quitaba el ojo de encima, según se movía por dentro de la barra como si estuviese haciendo algo, pero en cambio no lo hacía. Se hacía el loco como el del manicomio con la carretilla bocabajo.
Como yo he sido siempre muy observador, aun me quedaba "mirando las musarañas" en cualquier parte y por cualquier motivo sospechoso, me fijé bien en el trono aquél y vi que por encima del sillón había un sombrero de plástico, de esos de jugar los críos a pistoleros, pero puesto del revés. Desde él y hasta dentro de la barra, iba un hilo de sedal, que sujeto en el techo por alcayatas, o argollas, bajaba hasta cerca de la máquina del café exprés y terminaba en una anilla. Como a mí, al igual que a todos, y más a mi amigo Yébenes, ya que él era un cachondo, nos gustaban las bromas y el cachondeo, no le dije nada pues el camarero, al ver que yo me había dado cuenta del truco, me guiñó un ojo haciendo un gesto de complicidad, marcando con un dedo en la boca que guardase silencio. No sé si es que creyó que el incauto no venía conmigo o qué, el caso es que yo no le dije nada y el camarero cogiendo la anilla tiró del sedal, lo que provocó que el sombrerito se volteara y a mi amigo le cayese encima una ducha inesperada.
Entonces, todos los que había cerca, que parecía que estaban a lo suyo y a nosotros no nos habían visto y no nos daban bola, comenzaron a reírse al igual que los que íbamos en el grupo. Lejos de enfadarse mi amigo, se cachondeó con nosotros y nos dispusimos a esperar que otro incauto picase. Así fue, al rato de estar allí picando y bebiendo, entró otro grupo de amigos que seguramente venían igual de cansados que nosotros, o más pues ya pasaba de la media noche. Estos se disputaron el trono entre ellos y el más fuerte -el más fanfarrias, o fanfarrón de ellos, diría yo- se hizo el dueño y el fuerte en su conquista. Al ratito saltaba del asiento, pero con mucha mala leche, encorajinado y encarado hacia los que reíamos y hacia los camareros, buscando al que le había gastado la broma.
El otro mesón era el "Mesón de la vida", éste sí en la calle de Alcalá, cerca de Ciudad Lineal. Las mesas y los taburetes eran pequeñas lápidas de sepulturas y para más inri, de niños; el suelo estaba pavimentado de cemento y trozos de lápidas de mármol igualmente y las paredes estaban pintadas de negro; el ambiente estaba semi en penumbra y los camareros iban vestidos de negro, con una especie de hábito con capucha, parecidos a los franciscanos. Todo ese "buen ambiente" lo que hacía es que en algunos provocase tal canguelo que se iban apenas traspasada la puerta.
De los varios clubes, tan solo me acuerdo del nombre de dos de ellos: el "Cárnabi club" y el "Bambi" (en la plaza Bambi), también muy cerca de la cruz de Ciudad Lineal. Uno de ellos, creo que era el Cárnaby, estaba en una pequeña calle sin salida (¿la calle Borgonia podría ser?), al poco de entrar en la Avda. de Aragón, que creo que era así cómo se llamaba entonces, a lo que después sería la prolongación de la de Alcalá, llegando hasta la Avda. de América, donde le dieron salida directa, ya que en un principio no tenía, o la cortaron, cuando hicieron la gran avenida y la antigua carretera de Aragón se quedó al borde de la alambrada lateral de la nueva autovía por un tiempo.
Cuando yo repartía por allí en la Mercedes 405D, salía de una de aquellas calles de allá abajo, en Canillejas, a la antigua carretera de Aragón, (un pequeño trozo se había quedado de tierra y parecía un camino de pueblo), para dirigirme a la Galería Boltaña, sita en la calle del mismo nombre, que en lo que me "tragué" toda la construcción de la M-30, tuve que aguantar por allí infinidad de atascos y baches -además de polvo y barro-, ya que el reparto de las tiendas no admitía otros rodeos o atajos más llevaderos.
Saludos ("colega")
Pues sí iba y cómo digo, también al Pleyel y al Montera, pero nunca tuve "un percance" con nadie.
Una vez fui con mi hermano pequeño, el que me seguía en edad, al Montera a ver una de Pili y Mili: "Whisky y vodka". Yo ya había estado entre semana y no tuve problema alguno en la puerta para entrar, así como tantos otros días y en los otros cines lo mismo, pero como mi hermano tenía aun más cara de niño de lo que era (tenía 13 años y yo 15), no nos dejaba entrar el portero porque, decía, que él era un niño y aunque yo tuviese la edad para poder ver la peli, él no y no podía pasar aunque fuese acompañado; fíjate, ¡la película era autorizada para mayores de 16 años! Le pregunté que: ¿qué edad cree usted que tengo yo? y me contestó tras "estudiarme" un poco: -Unos diez y siete o diez y ocho. Yo le dije, ¡vale, ha acertado, y aun así ¿no le deja entrar conmigo? Me hizo, o hizo, un guiño y me contestó que aunque fuese mi hermano, no podía dejarnos pasar, pues era muy comprometido para él (¿?). Tuve que descambiar las localidades en taquilla, me dieron el dinero y nos fuimos al Retiro a zanganear por allí y montar en barca por el estanque.
Yo siempre he aparentado más edad de la que tenía, incluso ahora parezco más viejo de lo que soy, y a los club Consulado; Victoria; Ciudad Lineal y Paraninfo, que eran de la misma cadena, entraba sin problemas con 16 y 17 años (a los 17 ya me había dejado de afeitar el bigote); no me pedían nunca el carnet en la puerta y en cambio a alguno que iba con nosotros, e incluso con más de 18 años, se lo pedían porque los porteros les decían que era mentira que los tuviesen, para lo que les pedían el DNI y si los tenía, "pa dentro".
Lo mismo pasaba en los club de alterne que visitábamos por Ciudad Lineal y alrededores, tras tomar algunas raciones de "amor" (morcilla picada y frita); algunos "cojonudos" (pequeños filetes de jamón de york a la plancha con mostaza y tomate (kepchu) y alguna ración de "huevudos" (huevos de codorniz cocidos, o guisados, de alguna forma que los hacía divinos), en los mesones de la calle Alcalá y adyacentes. Recuerdo que uno era "El cazador" (no recuerdo si estaba en la plaza Bambi), el cual, al traspasar la puerta, veías enfrente un sillón de madera con asiento y respaldo de cuero -estilo edad media- vacío. Como el que más y el que menos ya íbamos más baqueteados que las baquetas del batería de los Pequeniques, alguno salía disparado como una flecha hacia él, para que nadie le quitásemos el "trono". Cuando estaba sentado -en este caso un amigo mío, "el Yébenes"-, relajándose y estirando las piernas, noté algo raro en el ambiente y vi que el camarero, a pesar de estar el local y la barra de bote en bote, le observaba, con disimulo, pero no le quitaba el ojo de encima, según se movía por dentro de la barra como si estuviese haciendo algo, pero en cambio no lo hacía. Se hacía el loco como el del manicomio con la carretilla bocabajo.
Como yo he sido siempre muy observador, aun me quedaba "mirando las musarañas" en cualquier parte y por cualquier motivo sospechoso, me fijé bien en el trono aquél y vi que por encima del sillón había un sombrero de plástico, de esos de jugar los críos a pistoleros, pero puesto del revés. Desde él y hasta dentro de la barra, iba un hilo de sedal, que sujeto en el techo por alcayatas, o argollas, bajaba hasta cerca de la máquina del café exprés y terminaba en una anilla. Como a mí, al igual que a todos, y más a mi amigo Yébenes, ya que él era un cachondo, nos gustaban las bromas y el cachondeo, no le dije nada pues el camarero, al ver que yo me había dado cuenta del truco, me guiñó un ojo haciendo un gesto de complicidad, marcando con un dedo en la boca que guardase silencio. No sé si es que creyó que el incauto no venía conmigo o qué, el caso es que yo no le dije nada y el camarero cogiendo la anilla tiró del sedal, lo que provocó que el sombrerito se volteara y a mi amigo le cayese encima una ducha inesperada.
Entonces, todos los que había cerca, que parecía que estaban a lo suyo y a nosotros no nos habían visto y no nos daban bola, comenzaron a reírse al igual que los que íbamos en el grupo. Lejos de enfadarse mi amigo, se cachondeó con nosotros y nos dispusimos a esperar que otro incauto picase. Así fue, al rato de estar allí picando y bebiendo, entró otro grupo de amigos que seguramente venían igual de cansados que nosotros, o más pues ya pasaba de la media noche. Estos se disputaron el trono entre ellos y el más fuerte -el más fanfarrias, o fanfarrón de ellos, diría yo- se hizo el dueño y el fuerte en su conquista. Al ratito saltaba del asiento, pero con mucha mala leche, encorajinado y encarado hacia los que reíamos y hacia los camareros, buscando al que le había gastado la broma.
El otro mesón era el "Mesón de la vida", éste sí en la calle de Alcalá, cerca de Ciudad Lineal. Las mesas y los taburetes eran pequeñas lápidas de sepulturas y para más inri, de niños; el suelo estaba pavimentado de cemento y trozos de lápidas de mármol igualmente y las paredes estaban pintadas de negro; el ambiente estaba semi en penumbra y los camareros iban vestidos de negro, con una especie de hábito con capucha, parecidos a los franciscanos. Todo ese "buen ambiente" lo que hacía es que en algunos provocase tal canguelo que se iban apenas traspasada la puerta.
De los varios clubes, tan solo me acuerdo del nombre de dos de ellos: el "Cárnabi club" y el "Bambi" (en la plaza Bambi), también muy cerca de la cruz de Ciudad Lineal. Uno de ellos, creo que era el Cárnaby, estaba en una pequeña calle sin salida (¿la calle Borgonia podría ser?), al poco de entrar en la Avda. de Aragón, que creo que era así cómo se llamaba entonces, a lo que después sería la prolongación de la de Alcalá, llegando hasta la Avda. de América, donde le dieron salida directa, ya que en un principio no tenía, o la cortaron, cuando hicieron la gran avenida y la antigua carretera de Aragón se quedó al borde de la alambrada lateral de la nueva autovía por un tiempo.
Cuando yo repartía por allí en la Mercedes 405D, salía de una de aquellas calles de allá abajo, en Canillejas, a la antigua carretera de Aragón, (un pequeño trozo se había quedado de tierra y parecía un camino de pueblo), para dirigirme a la Galería Boltaña, sita en la calle del mismo nombre, que en lo que me "tragué" toda la construcción de la M-30, tuve que aguantar por allí infinidad de atascos y baches -además de polvo y barro-, ya que el reparto de las tiendas no admitía otros rodeos o atajos más llevaderos.
Saludos ("colega")