Manuela Carmena comparece ante los medios tras la noche electoral. OLMO CALVO
Después de las municipales del domingo, entre los partidarios de Manuela Carmena, muy enojados, comenzaron a circular augurios siniestros que hacían pensar en una ciudad acongojada por la entrada de invasores desfilando con el paso de la oca -e Ilsa Lund vestía de azul-. Como quiera que cuajó el mito de que fue Carmena quien "nos trajo las libertades", como permanece arraigada la creencia de que nada positivo o evolutivo existe hasta que lo fabrica la izquierda, llegó a decirse que, en adelante, quedaría prohibido el Orgullo Gay. Y ello a pesar de que esta fiesta vindicativa está perfectamente integrada en el calendario de las grandes fechas de Madrid desde mucho antes de que el PP perdiera el ayuntamiento. Si el tal Ortega Smith, personaje residual, extraviado en un anacronismo de vuesas mercedes y espadas de Dios, quiere desplazarla a la Casa de Campo, basta con que se lo impidan quienes dispondrán para ello de concejales suficientes.
Más allá de la inquietud excesiva, un detalle resultaba significativo. Entre las cosas que los votantes de Carmena temían perder si ella no repetía como alcaldesa había muy pocas de índole social. Las referencias eran al Orgullo, a la polución, a la ciudad de bicicletas -también estaban antes- y flâneurs, a la modernidad europea, al casticismo taurino que iba a aflorar... Nada acerca de los miles de niños famélicos que volverían a deambular por los barrios -y que en realidad nunca existieron-. Nada sobre desahucios -porque en realidad jamás cesaron, aunque ahora volverán a interesar al "periodismo humano"-.
Si a este dato se añade el reportaje publicado ayer por Roberto Bécares, se entiende cuán falaz es el relato de que la utopía municipal de Carmena ha sucumbido bajo las botas de la reacción. Carmena perdió la alcaldía, escisiones aparte, por la abstención de sus barrios ideológicos. Rechazada en lugares tan del mito asambleario de Podemos como Puente de Vallecas. No perdió contra esos fachas del Barrio de Salamanca contra los cuales rescataron el No pasarán, sino contra obreros que se sintieron abandonados, que vieron a sus salvadores mudarse al chalet, que comprendieron que sólo servían de coartada para conceder a dedo subvenciones en el cotarro podemita y que no se sintieron aludidos por un proyecto pijo, gauchista en la acepción del marxismo rococó, compuesto por impostura hipster, muffins y motores eléctricos
Después de las municipales del domingo, entre los partidarios de Manuela Carmena, muy enojados, comenzaron a circular augurios siniestros que hacían pensar en una ciudad acongojada por la entrada de invasores desfilando con el paso de la oca -e Ilsa Lund vestía de azul-. Como quiera que cuajó el mito de que fue Carmena quien "nos trajo las libertades", como permanece arraigada la creencia de que nada positivo o evolutivo existe hasta que lo fabrica la izquierda, llegó a decirse que, en adelante, quedaría prohibido el Orgullo Gay. Y ello a pesar de que esta fiesta vindicativa está perfectamente integrada en el calendario de las grandes fechas de Madrid desde mucho antes de que el PP perdiera el ayuntamiento. Si el tal Ortega Smith, personaje residual, extraviado en un anacronismo de vuesas mercedes y espadas de Dios, quiere desplazarla a la Casa de Campo, basta con que se lo impidan quienes dispondrán para ello de concejales suficientes.
Más allá de la inquietud excesiva, un detalle resultaba significativo. Entre las cosas que los votantes de Carmena temían perder si ella no repetía como alcaldesa había muy pocas de índole social. Las referencias eran al Orgullo, a la polución, a la ciudad de bicicletas -también estaban antes- y flâneurs, a la modernidad europea, al casticismo taurino que iba a aflorar... Nada acerca de los miles de niños famélicos que volverían a deambular por los barrios -y que en realidad nunca existieron-. Nada sobre desahucios -porque en realidad jamás cesaron, aunque ahora volverán a interesar al "periodismo humano"-.
Si a este dato se añade el reportaje publicado ayer por Roberto Bécares, se entiende cuán falaz es el relato de que la utopía municipal de Carmena ha sucumbido bajo las botas de la reacción. Carmena perdió la alcaldía, escisiones aparte, por la abstención de sus barrios ideológicos. Rechazada en lugares tan del mito asambleario de Podemos como Puente de Vallecas. No perdió contra esos fachas del Barrio de Salamanca contra los cuales rescataron el No pasarán, sino contra obreros que se sintieron abandonados, que vieron a sus salvadores mudarse al chalet, que comprendieron que sólo servían de coartada para conceder a dedo subvenciones en el cotarro podemita y que no se sintieron aludidos por un proyecto pijo, gauchista en la acepción del marxismo rococó, compuesto por impostura hipster, muffins y motores eléctricos
¡Genial!