RELATOS DE DON LEANDRO (José María Izquierdo)
El irreprimible llanto de Fátima
Me di cuenta enseguida de que iba a haber nuevos datos sobre el paro.
—Me voy un par de días, presidente, porque si no me voy no podré llegar y entonces cómo vuelvo —oí que le decía Montoro al presidente.
—Yo tengo también un roadshow, ya sabes, que nos conviene que vaya a Kazajistán, que lo mismo hay que echar mano de un buen offshore… Y si no, oye, un buen abrigo de astracán… —explicó De Guindos.
—Así que van a salir los datos de la EPA —les dijo Mariano, que se creían que le iban a pillar desprevenido. A él, que se tiró años escaqueándose cuando fue vicepresidente. Y presidente, si a eso vamos.
— ¡No, de ninguna manera, cómo puedes pensar eso! —dijo De Guindos, colorado como un semáforo.
— ¡No, no —protestó Montoro—, cómo piensas nosotros solo a ti, que eso no podría ser porque estarías sin nadie!
—Ya te has vuelto a liar, Cristóbal, que has dicho justo lo contrario de lo que querías decir.
—Si es que me tienes hecho un lío, Mariano, que como siempre tengo que lo contrario del día decir anterior… Así no hay quien pueda hilar dos seguidos pensamientos.
—Eso te pasa porque te lo preparas poco, Cristóbal —le dijo De Guindos—, que sales a pecho descubierto ante las fieras y pasa lo que pasa. Fíjate y aprende, que en Lehman… perdón, allí, en aquel sitio sin nombre, teníamos que hacer mucho de esto. ¿Que los datos son un espanto? Pues nada, se dice que “hay un cambio de giro en la evolución cíclica”, que lo mismo te vale para una subida que para una bajada.
—Oye, Windows, que yo dije “no vamos a subir impuestos en España, vamos a cambiar la ponderación”…
—No está mal, no —intervino Rajoy—. A ver si me lo aprendo…
—Pues escucha esta, que la dije de corrido y mirando al infinito cuando anunciamos que íbamos a subir el IVA: “El Gobierno está planteando una modificación del sistema impositivo en España”. ¿Qué os parece?
—Oye, Luis, que has dicho un párrafo entero sin palabras en inglés…
—Perdón, perdón… Pero ahora os cuento lo de la due diligence. Bueno, o si preferís lo de los revolving credit…
Así que llegaron los datos de la EPA. Más parados. A miles. Qué digo a miles, a decenas de miles, a centenares de miles…
— ¿Pero hay tantos españoles, Fátima?
—Sí, presidente, sí, pero polvo somos y en polvo nos convertiremos —dijo Fátima entre grandes lloros. ¡Buaaaaa!
Que es que era aparecer la ministra de Trabajo en una reunión, como aquella del Consejo de Ministros, la sala se quedaba en media penumbra y se oían rayos y truenos en el exterior. Cómo sería la cosa que un día estuve a su lado, observándola, porque yo mismo pensé que lo mismo esta Báñez venía de algún mundo de las tinieblas, como los ectoplasmas y yo mismo. Y no. Es humana. Pero triste y ceniza como una recopilación de fados. Sepulcral, para qué ocultarlo. Arenas siempre se le aparecía por detrás, que la patrocinaba mucho, y la animaba: ¡Fatimita, campeona, a ver esa sonrisita! Ella se esforzaba, la verdad. Pero era peor.
—Toma un clínex, toma un clínex. A ver, venga, esas cifras…
—El número de cadáveres ha aumentado este trimestre…
— ¡Fátima!
—Y es que, compañeros de Gobierno, pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad.
—Al porche, sacarla al porche, a que la dé el aire…
—Porque los cuervos que revolotean en torno a nuestros niños, esperando su desfallecimiento por la maldita viruela…
—Fuera, fuera…
El momento fue tremendo, con todos los ministros lívidos ante el panorama de los pajarracos, que menos mal que el presidente se recupera con facilidad.
—Bueno, venga. Hagamos una tormenta de ideas, que cada vez que digo eso de la herencia recibida me da una punzada el hígado y empiezo a preocuparme…
—Eso te pasa, presidente, porque no hemos alargado lo suficiente esto de la herencia, intervino Soraya. Si le echamos la culpa a Sagasta, a lo mejor… Por cierto, que me he aprendido yo un par de artículos de una ley muy interesante de 1877, y si queréis os puedo…
—Otro día, Soraya, otro día…
—Verás, presidente, a mí se me ha ocurrido una idea —dijo Ana Mato.
Noté cómo se hizo el silencio. Espeso. Ni el vuelo de una mosca, que se dice. Mariano se quedó paralizado y a los ministros les entró como tortícolis, que nadie quería mirar al que tenía al lado, no fuera a ser que la cosa pasara a mayores…
—Lo que sí puedo asegurar, Mariano —rompió el hielo García Margallo, que para eso es el amigo del jefe—, es que cualquier cosa que pongamos en marcha me comprometo a venderla en el ancho mundo, comenzando por nuestros amigos hispanoamericanos, sangre de nuestra sangre, allí la espada y la cruz y la Madre patria…
—Bien, Margallo, bien, pero antes habrá que pensar en algo.
—Pues mira, se me ha ocurrido que lo mejor que podemos hacer es crear una comisión, todo privado, que conste, para que coordine a los asesores que coordinen a los comisionistas para que trabajen en un papel para que luego el presidente, con su superior criterio, toda nuestra confianza en tu capacidad, qué haríamos sin ti…
—Basta, Margallo, que ya nos conocemos…
— ¡Alabado sea el Santísimo! —interrumpieron entonces Gallardón y Jorge Fernández al unísono.
— ¿Y?
—Nada, que alabado sea el Santísimo… \[Gallardón \].
—Bueno, y que si contratamos a unas decenas de miles de policías, que me faltan manos para tanto alborotador… \[Fernández \].
—No sé si me habéis oído, pero he dicho que he tenido una idea —repitió Mato.
Silencio. Más denso aún. Caliginoso. Plúmbeo.
—Pues yo creo, presidente, que podíamos poner en marcha una cosa muy original que se me ha ocurrido y es un plan para pintar barandillas y poner bordillos y esas cosas y podíamos llamarlo Plan E…
— ¡Wert!
—Si lo hacía por animar el ambiente, es que cada día que viene Fátima no tenemos un momento de paz…
— ¿He oído paz? ¡La paz de los cementerios! —se oyó gritar a Báñez desde la entrada, que ya se había recuperado un tanto tras dos copazos de coñac, contribución desinteresada a la causa del cuerpo de conserjes.
Eché la vista atrás y la verdad es que pocos ministros de Trabajo salieron dicharacheros y jacarandosos, que ya me contarán el que entregó el relevo a Báñez, Valeriano Gómez. Le acompaño en el sentimiento, le decían en la calle. ¿Almunia, Chaves, Griñán?
El primero que lo llevó con garbo y galanura fue Javier Arenas, que lo vio clarito. “Les mato a desayunos, jefe, les mato a desayunos”, le decía a Aznar refiriéndose a los sindicatos. “Ni respirar les dejo, que paquí pallá y ahora pactamos y luego esperad un poco”. Vino luego un paréntesis pedregoso con los dimisionarios Pimentel y Aparicio. Pero de nuevo renació el mundo de la alegría, el jolgorio, la parranda y el bullicio, que pronto llegó Eduardo Zaplana.
Ya me he ido de Gobierno otra vez. Cada día estoy peor.
—… Acabamos entonces —estaba diciendo el presidente—. Hemos quedado en que seguimos con lo de la herencia recibida, y cuando lleguemos a los tres años nos lo volvemos a plantear. Que aquí paz y después gloria.
Se levantó el Consejo y todos hicieron como si no se oyeran los gritos que llegaban desde la calle, mientras el coche oficial se alejaba: “Los cielos se cerrarán sobre nosotros y una lluvia de fuego acabará con todas las oficinas del Inem…”.
—Qué buen tiempo hace —le decía Morenés a Ana Pastor.
Y es que hay que ver cómo se queda uno de tranquilo cuando encuentra soluciones sencillas a problemas tan complejos, que me dijo una noche Mariano en el intermedio de un Deportivo-Celta.
—Un partidazo, Leandro, un partidazo.
Mañana, siguiente capítulo: El Rey, mártir, se flagela.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
El irreprimible llanto de Fátima
Me di cuenta enseguida de que iba a haber nuevos datos sobre el paro.
—Me voy un par de días, presidente, porque si no me voy no podré llegar y entonces cómo vuelvo —oí que le decía Montoro al presidente.
—Yo tengo también un roadshow, ya sabes, que nos conviene que vaya a Kazajistán, que lo mismo hay que echar mano de un buen offshore… Y si no, oye, un buen abrigo de astracán… —explicó De Guindos.
—Así que van a salir los datos de la EPA —les dijo Mariano, que se creían que le iban a pillar desprevenido. A él, que se tiró años escaqueándose cuando fue vicepresidente. Y presidente, si a eso vamos.
— ¡No, de ninguna manera, cómo puedes pensar eso! —dijo De Guindos, colorado como un semáforo.
— ¡No, no —protestó Montoro—, cómo piensas nosotros solo a ti, que eso no podría ser porque estarías sin nadie!
—Ya te has vuelto a liar, Cristóbal, que has dicho justo lo contrario de lo que querías decir.
—Si es que me tienes hecho un lío, Mariano, que como siempre tengo que lo contrario del día decir anterior… Así no hay quien pueda hilar dos seguidos pensamientos.
—Eso te pasa porque te lo preparas poco, Cristóbal —le dijo De Guindos—, que sales a pecho descubierto ante las fieras y pasa lo que pasa. Fíjate y aprende, que en Lehman… perdón, allí, en aquel sitio sin nombre, teníamos que hacer mucho de esto. ¿Que los datos son un espanto? Pues nada, se dice que “hay un cambio de giro en la evolución cíclica”, que lo mismo te vale para una subida que para una bajada.
—Oye, Windows, que yo dije “no vamos a subir impuestos en España, vamos a cambiar la ponderación”…
—No está mal, no —intervino Rajoy—. A ver si me lo aprendo…
—Pues escucha esta, que la dije de corrido y mirando al infinito cuando anunciamos que íbamos a subir el IVA: “El Gobierno está planteando una modificación del sistema impositivo en España”. ¿Qué os parece?
—Oye, Luis, que has dicho un párrafo entero sin palabras en inglés…
—Perdón, perdón… Pero ahora os cuento lo de la due diligence. Bueno, o si preferís lo de los revolving credit…
Así que llegaron los datos de la EPA. Más parados. A miles. Qué digo a miles, a decenas de miles, a centenares de miles…
— ¿Pero hay tantos españoles, Fátima?
—Sí, presidente, sí, pero polvo somos y en polvo nos convertiremos —dijo Fátima entre grandes lloros. ¡Buaaaaa!
Que es que era aparecer la ministra de Trabajo en una reunión, como aquella del Consejo de Ministros, la sala se quedaba en media penumbra y se oían rayos y truenos en el exterior. Cómo sería la cosa que un día estuve a su lado, observándola, porque yo mismo pensé que lo mismo esta Báñez venía de algún mundo de las tinieblas, como los ectoplasmas y yo mismo. Y no. Es humana. Pero triste y ceniza como una recopilación de fados. Sepulcral, para qué ocultarlo. Arenas siempre se le aparecía por detrás, que la patrocinaba mucho, y la animaba: ¡Fatimita, campeona, a ver esa sonrisita! Ella se esforzaba, la verdad. Pero era peor.
—Toma un clínex, toma un clínex. A ver, venga, esas cifras…
—El número de cadáveres ha aumentado este trimestre…
— ¡Fátima!
—Y es que, compañeros de Gobierno, pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad.
—Al porche, sacarla al porche, a que la dé el aire…
—Porque los cuervos que revolotean en torno a nuestros niños, esperando su desfallecimiento por la maldita viruela…
—Fuera, fuera…
El momento fue tremendo, con todos los ministros lívidos ante el panorama de los pajarracos, que menos mal que el presidente se recupera con facilidad.
—Bueno, venga. Hagamos una tormenta de ideas, que cada vez que digo eso de la herencia recibida me da una punzada el hígado y empiezo a preocuparme…
—Eso te pasa, presidente, porque no hemos alargado lo suficiente esto de la herencia, intervino Soraya. Si le echamos la culpa a Sagasta, a lo mejor… Por cierto, que me he aprendido yo un par de artículos de una ley muy interesante de 1877, y si queréis os puedo…
—Otro día, Soraya, otro día…
—Verás, presidente, a mí se me ha ocurrido una idea —dijo Ana Mato.
Noté cómo se hizo el silencio. Espeso. Ni el vuelo de una mosca, que se dice. Mariano se quedó paralizado y a los ministros les entró como tortícolis, que nadie quería mirar al que tenía al lado, no fuera a ser que la cosa pasara a mayores…
—Lo que sí puedo asegurar, Mariano —rompió el hielo García Margallo, que para eso es el amigo del jefe—, es que cualquier cosa que pongamos en marcha me comprometo a venderla en el ancho mundo, comenzando por nuestros amigos hispanoamericanos, sangre de nuestra sangre, allí la espada y la cruz y la Madre patria…
—Bien, Margallo, bien, pero antes habrá que pensar en algo.
—Pues mira, se me ha ocurrido que lo mejor que podemos hacer es crear una comisión, todo privado, que conste, para que coordine a los asesores que coordinen a los comisionistas para que trabajen en un papel para que luego el presidente, con su superior criterio, toda nuestra confianza en tu capacidad, qué haríamos sin ti…
—Basta, Margallo, que ya nos conocemos…
— ¡Alabado sea el Santísimo! —interrumpieron entonces Gallardón y Jorge Fernández al unísono.
— ¿Y?
—Nada, que alabado sea el Santísimo… \[Gallardón \].
—Bueno, y que si contratamos a unas decenas de miles de policías, que me faltan manos para tanto alborotador… \[Fernández \].
—No sé si me habéis oído, pero he dicho que he tenido una idea —repitió Mato.
Silencio. Más denso aún. Caliginoso. Plúmbeo.
—Pues yo creo, presidente, que podíamos poner en marcha una cosa muy original que se me ha ocurrido y es un plan para pintar barandillas y poner bordillos y esas cosas y podíamos llamarlo Plan E…
— ¡Wert!
—Si lo hacía por animar el ambiente, es que cada día que viene Fátima no tenemos un momento de paz…
— ¿He oído paz? ¡La paz de los cementerios! —se oyó gritar a Báñez desde la entrada, que ya se había recuperado un tanto tras dos copazos de coñac, contribución desinteresada a la causa del cuerpo de conserjes.
Eché la vista atrás y la verdad es que pocos ministros de Trabajo salieron dicharacheros y jacarandosos, que ya me contarán el que entregó el relevo a Báñez, Valeriano Gómez. Le acompaño en el sentimiento, le decían en la calle. ¿Almunia, Chaves, Griñán?
El primero que lo llevó con garbo y galanura fue Javier Arenas, que lo vio clarito. “Les mato a desayunos, jefe, les mato a desayunos”, le decía a Aznar refiriéndose a los sindicatos. “Ni respirar les dejo, que paquí pallá y ahora pactamos y luego esperad un poco”. Vino luego un paréntesis pedregoso con los dimisionarios Pimentel y Aparicio. Pero de nuevo renació el mundo de la alegría, el jolgorio, la parranda y el bullicio, que pronto llegó Eduardo Zaplana.
Ya me he ido de Gobierno otra vez. Cada día estoy peor.
—… Acabamos entonces —estaba diciendo el presidente—. Hemos quedado en que seguimos con lo de la herencia recibida, y cuando lleguemos a los tres años nos lo volvemos a plantear. Que aquí paz y después gloria.
Se levantó el Consejo y todos hicieron como si no se oyeran los gritos que llegaban desde la calle, mientras el coche oficial se alejaba: “Los cielos se cerrarán sobre nosotros y una lluvia de fuego acabará con todas las oficinas del Inem…”.
—Qué buen tiempo hace —le decía Morenés a Ana Pastor.
Y es que hay que ver cómo se queda uno de tranquilo cuando encuentra soluciones sencillas a problemas tan complejos, que me dijo una noche Mariano en el intermedio de un Deportivo-Celta.
—Un partidazo, Leandro, un partidazo.
Mañana, siguiente capítulo: El Rey, mártir, se flagela.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.