¡A Fátima!, gritó Mariano enfervorizado RELATOS DE DON LEANDRO (José María Izquierdo)
A Om le decías vaticano y ya: venga a blasfemar, que cada día se inventaba una jaculatoria nueva, a cual más salvaje
La situación era terrible.
—Presidente, la prima…
— ¡Calla, que no quiero ni oír lo que ha subido! —le gritó Mariano a la secretaria.
—No, no, que es la prima de Ana Pastor, la ministra de Fomento, que me ha dicho que ahora mismo viene…
— ¿Y por qué llama su prima, que es que aquí cada día pasan cosas más raras?
—Es que te recuerdo que ya hemos reconvertido en taxis el 50% de la flota de coches, y como hemos echado a la mitad de los chóferes, a la ministra la trae una prima suya que tiene un Fiat 500…
—Vale, vale, no sigas… Que entren Montoro y Guindos.
—También vienen Fernández Díaz y Gallardón…
—Pues que pasen también cuando lleguen…
—No sé si baja el riesgo y la prima se da un batacazo con Bruselas, que depositaba fondos en los recortes del BCE, mientras Valencia recorta y Cataluña me hace un corte de mangas que a la vez se la revendo a Galicia y así el déficit, dijo Montoro, que tenía las gafas torcidas y un aspecto absolutamente zarrapastroso.
—Pero Cristóbal, hijo, qué te ha pasado…
—Es que me voy a reunir con los consejeros de Hacienda y dejarles quiero claro la ruina a las que comunidades nos han llevado las autónomas… ¡Ayyyyyyyy, qué dolor!, suspiró el ministro de Hacienda.
—Outsourcing, due diligence, offshoring expert, murmuraba Guindos en voz baja…
— ¿Qué dices, Luis, que no se te oye?
— ¡Digo que la madre que parió a Schaüble y a todos los banqueros vivos y muertos desde Tarifa hasta los Urales!, gritó el ministro de Economía.
—Bueno. Tranquilos, dijo el presidente. He tomado una decisión definitiva que va a acabar con nuestras penas.
Los tiempos exigen medidas heroicas y vuestro Mariano Rajoy está dispuesto a todo, que como ya dije en un momento histórico, cuando la II Guerra Mundial, nos esperan épocas de sangre, sudor y lágrimas…
—En realidad lo dijo Winston Churchill, presidente, le corrigió Guindos, que es muy leído…
—Es lo mismo. Son palabras de grandes estadistas. Winston, Mariano… qué importa.
— ¿Y esa medida heroica, presidente…? Inquirió Montoro, que hacía cualquier cosa para retrasar su cita con los consejeros autonómicos.
—Atentos. Me he dado cuenta de que los seres humanos somos sobre todo personas, con alma y con sentimientos, y esto es muy bonito y me reconforta mucho
—… Eso sí, claro, acertaron a decir Guindos y Montoro, que se habían quedado francamente pasmados…
— ¡Así que vamos a ir todo el gabinete en procesión a Fátima! Necesitamos un milagro. ¿Y cómo nos lo va a negar la Virgen de Fátima, teniendo, como tenemos, a Jorge Fernández Díaz, a Ruiz Gallardón, a Fátima Báñez y al resto de ministros, que más católicos ya no se puede ser, que esto más que un gobierno parece un sínodo… ¡Todos a Fátima!
— ¡Ave María Purísima!, se asomó el ministro del Interior.
—Sin pecado concebida, dijo el de Justicia.
— ¡El trece de Mayo, la Virgen María bajó de los Cielos a Cova de Iría!, cantaban los a dúo cuanto entraron en el despacho, que ya estaban al tanto de la procesión.
— ¡Canten todos, hombres también!, dirigió la operación el presidente.
Así que cuando entró Ana Pastor se encontró al presidente y a medio Gobierno cantando a coro, brazos abiertos y mirada al cielo:
— ¡A tres pastorcitos la Madre de Dios descubre el misterio de su corazón!
La ministra de Fomento no se lo pensó ni un momento:
—Ave, Ave, Ave María... El Santo rosario, constantes, rezad, y la paz del mundo el Señor dará.
Yo me había quedado agazapado detrás de las cortinas, que a mí estas cosas sobrenaturales me dan un poco de yuyu, que ya me las conozco yo… Tuve que devolverle al mundo a Mariano, susurrándole al oído, que les veía dispuestos a enzarzarse con el rosario, que 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, versión corta, era un exceso… Yo me lo sabía de memoria, que cuando Ana Botella estaba por aquí no paraban de venir amigos y amigas, que si del Opus, que si de los legionarios de Cristo…
-—Bueno, a lo nuestro, a lo nuestro, dijo el presidente. Como ministra de Fomento, y dado que vamos a ir en tren, te toca organizar el viaje a ti, Ana…
—Horario germánico, presidente, ni un minuto de retraso, que en seguida organizo yo un plan que….
—Vale, vale. Y vosotros, Jorge y Alberto, a rezar. Mucho, muchísimo. Y a interceder con Rouco, que seguro que tiene mano.
—Presidente, está don Antonio María Rouco…
—Si antes lo menciono…
—Os doy la bendición… a todos, dijo el cardenal un tanto intimidado ante el numeroso personal que se hallaba en el despacho.
—Estábamos hablando de Fátima, cardenal, que si usted nos echara una mano con lo del milagro, ya sabe, las Bolsas, la ruina…
—Bueno, presidente, no digo que sí ni que no, pero antes… esto del IBI…
—Quite, quite, olvídelo, eso es cosa de los socialistas, unos comecuras…
—Y lo de los colegios…
—También solucionado, que ya le digo yo a Wert…
—Bueno, y verá, presidente, esto de la asignatura de Religión… Y el aborto… y el matrimonio homosexual…
—Hagamos un pacto, cardenal. Usted intercede mucho por la primas de riesgo y yo le digo a Soraya que me estudie bien esas leyes…
—… Ya lo he hecho, presidente, que me sé totalmente todos los artículos del Concordato, informó la vicepresidenta. Verás. Artículo 2, apartado segundo: 2. “En particular, la Santa Sede podrá libremente promulgar y publicar en España cualquier disposición relativa al gobierno de la Iglesia y comunicar sin impedimento con los Prelados…”
—Está bien, está bien, que no te habíamos visto…
—He entrado detrás de Jorge Fernández y Alberto, que como van siempre tan juntos lo tapan todo…
Se organizó un poco de lío al irse Rouco, porque unos y otros querían rendirle pleitesía. Hubo que arrancarle a Fernández la mano del cardenal, que no es que la besara, no, es que la rechupaba cual alita de pollo.
—Déjame, Jorge, déjame un poco de anillo, que también es mi cardenal, protestaba Gallardón…
—Y yo qué, protestaba Soraya, que el resto de ministros no hacía más que ponerse delante y Rouco oía la voz pero no sabía de dónde le llegaba…
No tuve más remedio que echar la vista atrás y acordarme de algunas cosas que pasaban con los curas, obispos, arzobispos, cardenales y hasta el Papa en otras épocas. Azorín nos explicó que en su época los obispos estaban muy contentos, que les hizo mucha ilusión cuando le pidieron al mismísimo cardenal Antonio María Rouco —ya digo que le conocía de antiguo— que oficiara la boda de Anita en el El Escorial, que momentos así no hay que desaprovecharlos. Para motivar un poco a la Divina Providencia. A Alfonso Guerra se le daban muy bien los obispos. Los trataba con un desdén volteriano y los obispos le correspondían con un desdén vaticano. Él creía que les tomaba el pelo, dice Por Consiguiente, pero en realidad le sacaban hasta los higadillos.
Om se agita un poco cuando le recuerdo a María Teresa y la mantilla. ¡Lo que me hacía sufrir!, dice. Era decirle que tenía que tratar alguna cosa con los curas, por no hablar de la Santa Sede, y un color se le iba y otro se le venía. Era terrible, me dice Om. Le decías Vaticano y ya: venga a blasfemar, que cada día se inventaba una jaculatoria nueva, a cual más salvaje. Y no paraba de romper cosas, que había que sujetar con clavos todo lo que estaba a su alcance, que estaba maltratando a cualquier ministro, como era habitual, y de pronto se acordaba: ¡La peineta! ¡La xxxx madre que parió a los xxxxxxxxxx, la xxxxx, el xxxxxxxxx y hasta a las monjas que xxxxxxxxxxxxxxxxx!, y allá que se iba contra la pared otro teléfono, que no ganábamos para reponerlos.
Así que en breve saldríamos rumbo al santuario portugués, que por nada del mundo me iba a perder aquella cosa. La peregrinación prometía…
Me preguntó Mariano.
— ¿Y a ti que te parece esto de la procesión a Fátima?
—A mí no me preguntes, le dije, que ya sabes que yo no creo en nada sobrenatural…
— ¡Hombre, Leandro…!
(Continuará)
Próxima entrega, mañana: La Virgen y la prima de riesgo.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
A Om le decías vaticano y ya: venga a blasfemar, que cada día se inventaba una jaculatoria nueva, a cual más salvaje
La situación era terrible.
—Presidente, la prima…
— ¡Calla, que no quiero ni oír lo que ha subido! —le gritó Mariano a la secretaria.
—No, no, que es la prima de Ana Pastor, la ministra de Fomento, que me ha dicho que ahora mismo viene…
— ¿Y por qué llama su prima, que es que aquí cada día pasan cosas más raras?
—Es que te recuerdo que ya hemos reconvertido en taxis el 50% de la flota de coches, y como hemos echado a la mitad de los chóferes, a la ministra la trae una prima suya que tiene un Fiat 500…
—Vale, vale, no sigas… Que entren Montoro y Guindos.
—También vienen Fernández Díaz y Gallardón…
—Pues que pasen también cuando lleguen…
—No sé si baja el riesgo y la prima se da un batacazo con Bruselas, que depositaba fondos en los recortes del BCE, mientras Valencia recorta y Cataluña me hace un corte de mangas que a la vez se la revendo a Galicia y así el déficit, dijo Montoro, que tenía las gafas torcidas y un aspecto absolutamente zarrapastroso.
—Pero Cristóbal, hijo, qué te ha pasado…
—Es que me voy a reunir con los consejeros de Hacienda y dejarles quiero claro la ruina a las que comunidades nos han llevado las autónomas… ¡Ayyyyyyyy, qué dolor!, suspiró el ministro de Hacienda.
—Outsourcing, due diligence, offshoring expert, murmuraba Guindos en voz baja…
— ¿Qué dices, Luis, que no se te oye?
— ¡Digo que la madre que parió a Schaüble y a todos los banqueros vivos y muertos desde Tarifa hasta los Urales!, gritó el ministro de Economía.
—Bueno. Tranquilos, dijo el presidente. He tomado una decisión definitiva que va a acabar con nuestras penas.
Los tiempos exigen medidas heroicas y vuestro Mariano Rajoy está dispuesto a todo, que como ya dije en un momento histórico, cuando la II Guerra Mundial, nos esperan épocas de sangre, sudor y lágrimas…
—En realidad lo dijo Winston Churchill, presidente, le corrigió Guindos, que es muy leído…
—Es lo mismo. Son palabras de grandes estadistas. Winston, Mariano… qué importa.
— ¿Y esa medida heroica, presidente…? Inquirió Montoro, que hacía cualquier cosa para retrasar su cita con los consejeros autonómicos.
—Atentos. Me he dado cuenta de que los seres humanos somos sobre todo personas, con alma y con sentimientos, y esto es muy bonito y me reconforta mucho
—… Eso sí, claro, acertaron a decir Guindos y Montoro, que se habían quedado francamente pasmados…
— ¡Así que vamos a ir todo el gabinete en procesión a Fátima! Necesitamos un milagro. ¿Y cómo nos lo va a negar la Virgen de Fátima, teniendo, como tenemos, a Jorge Fernández Díaz, a Ruiz Gallardón, a Fátima Báñez y al resto de ministros, que más católicos ya no se puede ser, que esto más que un gobierno parece un sínodo… ¡Todos a Fátima!
— ¡Ave María Purísima!, se asomó el ministro del Interior.
—Sin pecado concebida, dijo el de Justicia.
— ¡El trece de Mayo, la Virgen María bajó de los Cielos a Cova de Iría!, cantaban los a dúo cuanto entraron en el despacho, que ya estaban al tanto de la procesión.
— ¡Canten todos, hombres también!, dirigió la operación el presidente.
Así que cuando entró Ana Pastor se encontró al presidente y a medio Gobierno cantando a coro, brazos abiertos y mirada al cielo:
— ¡A tres pastorcitos la Madre de Dios descubre el misterio de su corazón!
La ministra de Fomento no se lo pensó ni un momento:
—Ave, Ave, Ave María... El Santo rosario, constantes, rezad, y la paz del mundo el Señor dará.
Yo me había quedado agazapado detrás de las cortinas, que a mí estas cosas sobrenaturales me dan un poco de yuyu, que ya me las conozco yo… Tuve que devolverle al mundo a Mariano, susurrándole al oído, que les veía dispuestos a enzarzarse con el rosario, que 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, versión corta, era un exceso… Yo me lo sabía de memoria, que cuando Ana Botella estaba por aquí no paraban de venir amigos y amigas, que si del Opus, que si de los legionarios de Cristo…
-—Bueno, a lo nuestro, a lo nuestro, dijo el presidente. Como ministra de Fomento, y dado que vamos a ir en tren, te toca organizar el viaje a ti, Ana…
—Horario germánico, presidente, ni un minuto de retraso, que en seguida organizo yo un plan que….
—Vale, vale. Y vosotros, Jorge y Alberto, a rezar. Mucho, muchísimo. Y a interceder con Rouco, que seguro que tiene mano.
—Presidente, está don Antonio María Rouco…
—Si antes lo menciono…
—Os doy la bendición… a todos, dijo el cardenal un tanto intimidado ante el numeroso personal que se hallaba en el despacho.
—Estábamos hablando de Fátima, cardenal, que si usted nos echara una mano con lo del milagro, ya sabe, las Bolsas, la ruina…
—Bueno, presidente, no digo que sí ni que no, pero antes… esto del IBI…
—Quite, quite, olvídelo, eso es cosa de los socialistas, unos comecuras…
—Y lo de los colegios…
—También solucionado, que ya le digo yo a Wert…
—Bueno, y verá, presidente, esto de la asignatura de Religión… Y el aborto… y el matrimonio homosexual…
—Hagamos un pacto, cardenal. Usted intercede mucho por la primas de riesgo y yo le digo a Soraya que me estudie bien esas leyes…
—… Ya lo he hecho, presidente, que me sé totalmente todos los artículos del Concordato, informó la vicepresidenta. Verás. Artículo 2, apartado segundo: 2. “En particular, la Santa Sede podrá libremente promulgar y publicar en España cualquier disposición relativa al gobierno de la Iglesia y comunicar sin impedimento con los Prelados…”
—Está bien, está bien, que no te habíamos visto…
—He entrado detrás de Jorge Fernández y Alberto, que como van siempre tan juntos lo tapan todo…
Se organizó un poco de lío al irse Rouco, porque unos y otros querían rendirle pleitesía. Hubo que arrancarle a Fernández la mano del cardenal, que no es que la besara, no, es que la rechupaba cual alita de pollo.
—Déjame, Jorge, déjame un poco de anillo, que también es mi cardenal, protestaba Gallardón…
—Y yo qué, protestaba Soraya, que el resto de ministros no hacía más que ponerse delante y Rouco oía la voz pero no sabía de dónde le llegaba…
No tuve más remedio que echar la vista atrás y acordarme de algunas cosas que pasaban con los curas, obispos, arzobispos, cardenales y hasta el Papa en otras épocas. Azorín nos explicó que en su época los obispos estaban muy contentos, que les hizo mucha ilusión cuando le pidieron al mismísimo cardenal Antonio María Rouco —ya digo que le conocía de antiguo— que oficiara la boda de Anita en el El Escorial, que momentos así no hay que desaprovecharlos. Para motivar un poco a la Divina Providencia. A Alfonso Guerra se le daban muy bien los obispos. Los trataba con un desdén volteriano y los obispos le correspondían con un desdén vaticano. Él creía que les tomaba el pelo, dice Por Consiguiente, pero en realidad le sacaban hasta los higadillos.
Om se agita un poco cuando le recuerdo a María Teresa y la mantilla. ¡Lo que me hacía sufrir!, dice. Era decirle que tenía que tratar alguna cosa con los curas, por no hablar de la Santa Sede, y un color se le iba y otro se le venía. Era terrible, me dice Om. Le decías Vaticano y ya: venga a blasfemar, que cada día se inventaba una jaculatoria nueva, a cual más salvaje. Y no paraba de romper cosas, que había que sujetar con clavos todo lo que estaba a su alcance, que estaba maltratando a cualquier ministro, como era habitual, y de pronto se acordaba: ¡La peineta! ¡La xxxx madre que parió a los xxxxxxxxxx, la xxxxx, el xxxxxxxxx y hasta a las monjas que xxxxxxxxxxxxxxxxx!, y allá que se iba contra la pared otro teléfono, que no ganábamos para reponerlos.
Así que en breve saldríamos rumbo al santuario portugués, que por nada del mundo me iba a perder aquella cosa. La peregrinación prometía…
Me preguntó Mariano.
— ¿Y a ti que te parece esto de la procesión a Fátima?
—A mí no me preguntes, le dije, que ya sabes que yo no creo en nada sobrenatural…
— ¡Hombre, Leandro…!
(Continuará)
Próxima entrega, mañana: La Virgen y la prima de riesgo.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.