El duro regreso de las vacaciones...
En cuanto oyó lo de Gibraltar, Azorín arrancó una bandera de España aprovechando las oscuridades
Pues fíjate que en el campo hay hasta vacas, dijo Guindos, que este año no había podido viajar al extranjero —el CNI los tenía vigilados— y se había ido a una casita rural. Y no os lo vais a creer, pero también hay pollos. Crudos.
— ¡Qué asco!, dijo Ana Mato. ¿Y sin plástico?
—Pues yo he estado con mis cuñados, que tienen un apartamentito muy mono en Torrevieja, contó Montoro…
—Y yo en el Rocío, venga a sobar el manto, oraba Báñez…
— Pues yo he estado trabajando de peón en los plásticos de Almería…
— ¡Cañete l!, gritaron todos.
-Que era una broma, hay que ver cómo os ponéis por nada…
El presidente les llamó al orden.
—Basta. No perdamos más tiempo. Retomemos los planes para recuperar el prestigio…
Esas risillas os las guardáis, por favor… Habéis tenido unos días de vacaciones, pero la situación apremia, que el resca… eso, se acerca, y nuestro desgaste se produce a velocidad de Ferrari con Fernando Alonso. O de Dani Pedrosa en su Honda, o de Purito en su caballo de acero… Por cierto, ¿os he contado lo del gol de Alba?...
— ¡Síííííííííííí!, que se veían todos los ministros otra vez en el jardín.
— ¡Gibraltar español!, gritó Margallo desde la puerta. El ministro de Exteriores se había empeñado en contarles el plan sobre el Peñón que ya había anunciado antes de las vacaciones.
A mí me acompañaba Azorín —esto no me lo pierdo, dijo— que en cuanto oyó lo de Gibraltar arrancó una bandera de España de la puerta aprovechando las oscuridades nocturnas, y la guardó en el armario de las escobas donde tengo escondidos a los ectoplasmas. ¿Te he contado alguna vez cómo ordené la toma de Perejil?, le preguntaba Azorín cada media hora a Om. Que vino a verme. Leandro, por favor, dile que se calle, que soy pacifista, me dijo quejumbroso.
—…al muy reverendo señor Juan, obispo de Bristol, de su consejo privado y guarda del sello secreto, Deán de Windsor y secretario de la muy noble orden de la Jarretera…
— ¡Basta, Soraya, basta, ya veo que te sabes el Tratado de Utrech…! A ver, Margallo, ese plan…
—…Que ya veréis que es brillante a la par que emotivo, el corazón unido en un solo grito de todos los españoles…
— ¡Margallo, el plan!
—Pues verás, presidente, he pensado en dos columnas de ataque: una, multitudinaria, cargando sobre la oprobiosa colonia propiamente dicha, a la que hemos llamado Operación Tortillita de Camarones, y otra, más selecta y elegante, en Londres, atacando las puertas del Foreign Office y que hemos denominado Shrimp Omelette Operation. Por despistar.
— ¿Dos columnas, y una multitudinaria, dices?, preguntó el presidente que ya se estaba arrepintiendo de haber encargado aquel plan al ministro de Exteriores…
—La columna de Londres —Margallo siguió a lo suyo— se la podíamos encomendar al excelentísimo embajador don Federico Trillo y Figueroa, persona seria y responsable, que seguro que nos deja en un excelente lugar…
—… Siempre que no haya viajes en avión, dijo por lo bajinis Rajoy, que todavía se acordaba de lo obvio…
—He pensado que podían acompañarle los hermanos Gasol, que ya ves el tamaño, junto con las chicas del balonmano y las del waterpolo, que vaya carácter, además de los medallistas de taekwondo y la quesera de lucha libre, por si hay que pelearse con alguien…
—…Hombre, Margallo…
—…También he pensado que quizá el Rey o el Príncipe… Aunque hice un acercamiento muy sutil a la Casa Real y ya me dijeron que verdes las han segado, que si mi culo un futbolín, que no me parecieron formas para venir de La Zarzuela, todo sea dicho…
—No sé si el Tratado habla en algún punto de los camarones y Su Majestad, dijo Soraya que repasaba a toda marcha sus apuntes…
Pero a Margallo no había quien le parara.
—La columna del sur, El Camarón, para abreviar, la dirigiré yo personalmente. He pensado en montar una yegua jerezana, que galopa y corta el viento…
— ¡Olé!, gritó Cañete. Si quieres, yo te vendo una a buen precio, que tratándose de ti y si es por España…
--…Porque he pensado, insistía Margallo, en que podíamos echar mano de doscientos mil parados andando con pancartas hacia abajo…
—…Y al que no quiera se le quita el paro, que aquí hay mucha cara, decía Fátima Báñez entre suspiros…
—…La cosa es llegar a la verja y a una orden que yo les dé, todos a gritar, de forma estentórea, “Gibraltar español”. Ruido, hay que hacer mucho ruido. Quizá necesitamos alguna ayuda externa, he de decir. Quizá Manolo el del Bombo nos vendría bien. Y Rita Barberá…
— ¡Hombre, Rita tiene una voz que ya, ya, pero vamos…!
—No, no, si no es para que grite ella, no, es para que nos dé la dirección de una buena fábrica de fuegos artificiales...
—No sé yo, no sé yo, decía Mariano… Por cierto, Soraya, ¿Puedes decirme por qué habéis vuelto a poner el ficus?
— ¿Te he engañado, eh? Es el espía del CNI, le presentó la vicepresidenta, que también ha preparado un plan secreto… A ver, Pocoficus, el informe.
—Buenos días, señor presidente, soy Sinnombre, el del Cabrales y el cuchillo que casi le desgracia…
— ¡Ah, sí, sí, claro que me acuerdo! ¿Le han mandado ahora a Gibraltar?
—No, qué va, es que estaba yo allí haciendo de guía turístico, por ganarme unos eurillos, ya sabe…
—Los recortes, sí, no me lo vuelva a decir… Venga con el informe.
—A la orden. Pues eso, que estaba yo por allí, y me dije, ¿y si me pongo a ver cómo podemos envenenar a los cientos de Macaca Sylvanus, vulgo los monos de Gibraltar? Sería un durísimo golpe para la moral de los habitantes del Peñón, pensé. Tenía ya la ruta hecha para el traslado del veneno a través de los Great Siege Tunnels, cuando me llamó la señora vicepresidenta, aquí presente…
—Le dije que matar toros bueno, pero monos…
—… Así que tuvimos que dejarlo. Pero si ustedes quieren que acabemos con alguna colonia de algo, animales, personas o lo que dispongan, ya saben donde me tienen, que me da una pena tirar todo el veneno, que lo habíamos hecho con tanto cariño un primo mío que está en el paro y un servidor...
—Quite, quite, dijo Soraya…
—… No quiero terminar mi brillante exposición, terminó Margallo, sin contar nuestro acto estrella, que consistía en lograr el máximo de la intimidación: le he encargado a Pitingo una versión del himno británico para ponerla en la verja día y noche, con volumen de Rock in Rio, que hay que oírle en esa estrofa de God save our gracious Queen…
—Suena terrible, dijo Soraya, no sé yo si la convención de Ginebra…
Arriola no se cortó ni un pelo a la hora de valorar el plan de Margallo.
—Bazofia. Y antiguo. Lo de Gibraltar ya no motiva a nadie, excepto a cuatro zumbaos que se meten en vena a los ultras de la caverna… El botellón. Hay que organizar el botellón. La juventud. Ese es el futuro. Y si además le pegan al calimocho y no se dan cuenta de que van a seguir en el paro hasta el juicio final, tanto mejor…
—…Y como se vayan a refugiar con sus padres, zasca, les quitamos los 400 euros, por vagos…
—Pues venga, el botellón, zanjó Rajoy.
—De la cosa del catering ya me encargo yo, dijo Cañete.
—No tenemos dinero, dijo Montoro.
—Se lo pedimos a míster Adelson, le decimos que es para matar rojos y ya veréis la pasta que suelta…
—No tenemos dinero, repitió Montoro. Que dinero no tenemos, por si entender no habíais, recalcó.
—Bueno, a ver, lleguemos a un acuerdo. Vamos a hacer un ensayo de botellón. Baratito, Cañete, que te conozco. Tortillas y tinto de verano. Y lo hacemos entre nosotros y con algunos invitados que te busques, Wert…
—Me pongo a buscar nombres importantes. Pero eso sí, los chicos y las chicas separados, que a ver si Rouco se molesta y vamos a tener un disgusto…
—Quiero una organización eficiente, que parezca una reunión multitudinaria. Soraya, tú te encargas…
—Sin problemas, ahora mismo redacto yo un reglamento con estrictas normas de cumplimiento por parte de todo el personal convocado…
Mañana, siguiente capítulo: Y de despedida, ¡el gran botellón!
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
En cuanto oyó lo de Gibraltar, Azorín arrancó una bandera de España aprovechando las oscuridades
Pues fíjate que en el campo hay hasta vacas, dijo Guindos, que este año no había podido viajar al extranjero —el CNI los tenía vigilados— y se había ido a una casita rural. Y no os lo vais a creer, pero también hay pollos. Crudos.
— ¡Qué asco!, dijo Ana Mato. ¿Y sin plástico?
—Pues yo he estado con mis cuñados, que tienen un apartamentito muy mono en Torrevieja, contó Montoro…
—Y yo en el Rocío, venga a sobar el manto, oraba Báñez…
— Pues yo he estado trabajando de peón en los plásticos de Almería…
— ¡Cañete l!, gritaron todos.
-Que era una broma, hay que ver cómo os ponéis por nada…
El presidente les llamó al orden.
—Basta. No perdamos más tiempo. Retomemos los planes para recuperar el prestigio…
Esas risillas os las guardáis, por favor… Habéis tenido unos días de vacaciones, pero la situación apremia, que el resca… eso, se acerca, y nuestro desgaste se produce a velocidad de Ferrari con Fernando Alonso. O de Dani Pedrosa en su Honda, o de Purito en su caballo de acero… Por cierto, ¿os he contado lo del gol de Alba?...
— ¡Síííííííííííí!, que se veían todos los ministros otra vez en el jardín.
— ¡Gibraltar español!, gritó Margallo desde la puerta. El ministro de Exteriores se había empeñado en contarles el plan sobre el Peñón que ya había anunciado antes de las vacaciones.
A mí me acompañaba Azorín —esto no me lo pierdo, dijo— que en cuanto oyó lo de Gibraltar arrancó una bandera de España de la puerta aprovechando las oscuridades nocturnas, y la guardó en el armario de las escobas donde tengo escondidos a los ectoplasmas. ¿Te he contado alguna vez cómo ordené la toma de Perejil?, le preguntaba Azorín cada media hora a Om. Que vino a verme. Leandro, por favor, dile que se calle, que soy pacifista, me dijo quejumbroso.
—…al muy reverendo señor Juan, obispo de Bristol, de su consejo privado y guarda del sello secreto, Deán de Windsor y secretario de la muy noble orden de la Jarretera…
— ¡Basta, Soraya, basta, ya veo que te sabes el Tratado de Utrech…! A ver, Margallo, ese plan…
—…Que ya veréis que es brillante a la par que emotivo, el corazón unido en un solo grito de todos los españoles…
— ¡Margallo, el plan!
—Pues verás, presidente, he pensado en dos columnas de ataque: una, multitudinaria, cargando sobre la oprobiosa colonia propiamente dicha, a la que hemos llamado Operación Tortillita de Camarones, y otra, más selecta y elegante, en Londres, atacando las puertas del Foreign Office y que hemos denominado Shrimp Omelette Operation. Por despistar.
— ¿Dos columnas, y una multitudinaria, dices?, preguntó el presidente que ya se estaba arrepintiendo de haber encargado aquel plan al ministro de Exteriores…
—La columna de Londres —Margallo siguió a lo suyo— se la podíamos encomendar al excelentísimo embajador don Federico Trillo y Figueroa, persona seria y responsable, que seguro que nos deja en un excelente lugar…
—… Siempre que no haya viajes en avión, dijo por lo bajinis Rajoy, que todavía se acordaba de lo obvio…
—He pensado que podían acompañarle los hermanos Gasol, que ya ves el tamaño, junto con las chicas del balonmano y las del waterpolo, que vaya carácter, además de los medallistas de taekwondo y la quesera de lucha libre, por si hay que pelearse con alguien…
—…Hombre, Margallo…
—…También he pensado que quizá el Rey o el Príncipe… Aunque hice un acercamiento muy sutil a la Casa Real y ya me dijeron que verdes las han segado, que si mi culo un futbolín, que no me parecieron formas para venir de La Zarzuela, todo sea dicho…
—No sé si el Tratado habla en algún punto de los camarones y Su Majestad, dijo Soraya que repasaba a toda marcha sus apuntes…
Pero a Margallo no había quien le parara.
—La columna del sur, El Camarón, para abreviar, la dirigiré yo personalmente. He pensado en montar una yegua jerezana, que galopa y corta el viento…
— ¡Olé!, gritó Cañete. Si quieres, yo te vendo una a buen precio, que tratándose de ti y si es por España…
--…Porque he pensado, insistía Margallo, en que podíamos echar mano de doscientos mil parados andando con pancartas hacia abajo…
—…Y al que no quiera se le quita el paro, que aquí hay mucha cara, decía Fátima Báñez entre suspiros…
—…La cosa es llegar a la verja y a una orden que yo les dé, todos a gritar, de forma estentórea, “Gibraltar español”. Ruido, hay que hacer mucho ruido. Quizá necesitamos alguna ayuda externa, he de decir. Quizá Manolo el del Bombo nos vendría bien. Y Rita Barberá…
— ¡Hombre, Rita tiene una voz que ya, ya, pero vamos…!
—No, no, si no es para que grite ella, no, es para que nos dé la dirección de una buena fábrica de fuegos artificiales...
—No sé yo, no sé yo, decía Mariano… Por cierto, Soraya, ¿Puedes decirme por qué habéis vuelto a poner el ficus?
— ¿Te he engañado, eh? Es el espía del CNI, le presentó la vicepresidenta, que también ha preparado un plan secreto… A ver, Pocoficus, el informe.
—Buenos días, señor presidente, soy Sinnombre, el del Cabrales y el cuchillo que casi le desgracia…
— ¡Ah, sí, sí, claro que me acuerdo! ¿Le han mandado ahora a Gibraltar?
—No, qué va, es que estaba yo allí haciendo de guía turístico, por ganarme unos eurillos, ya sabe…
—Los recortes, sí, no me lo vuelva a decir… Venga con el informe.
—A la orden. Pues eso, que estaba yo por allí, y me dije, ¿y si me pongo a ver cómo podemos envenenar a los cientos de Macaca Sylvanus, vulgo los monos de Gibraltar? Sería un durísimo golpe para la moral de los habitantes del Peñón, pensé. Tenía ya la ruta hecha para el traslado del veneno a través de los Great Siege Tunnels, cuando me llamó la señora vicepresidenta, aquí presente…
—Le dije que matar toros bueno, pero monos…
—… Así que tuvimos que dejarlo. Pero si ustedes quieren que acabemos con alguna colonia de algo, animales, personas o lo que dispongan, ya saben donde me tienen, que me da una pena tirar todo el veneno, que lo habíamos hecho con tanto cariño un primo mío que está en el paro y un servidor...
—Quite, quite, dijo Soraya…
—… No quiero terminar mi brillante exposición, terminó Margallo, sin contar nuestro acto estrella, que consistía en lograr el máximo de la intimidación: le he encargado a Pitingo una versión del himno británico para ponerla en la verja día y noche, con volumen de Rock in Rio, que hay que oírle en esa estrofa de God save our gracious Queen…
—Suena terrible, dijo Soraya, no sé yo si la convención de Ginebra…
Arriola no se cortó ni un pelo a la hora de valorar el plan de Margallo.
—Bazofia. Y antiguo. Lo de Gibraltar ya no motiva a nadie, excepto a cuatro zumbaos que se meten en vena a los ultras de la caverna… El botellón. Hay que organizar el botellón. La juventud. Ese es el futuro. Y si además le pegan al calimocho y no se dan cuenta de que van a seguir en el paro hasta el juicio final, tanto mejor…
—…Y como se vayan a refugiar con sus padres, zasca, les quitamos los 400 euros, por vagos…
—Pues venga, el botellón, zanjó Rajoy.
—De la cosa del catering ya me encargo yo, dijo Cañete.
—No tenemos dinero, dijo Montoro.
—Se lo pedimos a míster Adelson, le decimos que es para matar rojos y ya veréis la pasta que suelta…
—No tenemos dinero, repitió Montoro. Que dinero no tenemos, por si entender no habíais, recalcó.
—Bueno, a ver, lleguemos a un acuerdo. Vamos a hacer un ensayo de botellón. Baratito, Cañete, que te conozco. Tortillas y tinto de verano. Y lo hacemos entre nosotros y con algunos invitados que te busques, Wert…
—Me pongo a buscar nombres importantes. Pero eso sí, los chicos y las chicas separados, que a ver si Rouco se molesta y vamos a tener un disgusto…
—Quiero una organización eficiente, que parezca una reunión multitudinaria. Soraya, tú te encargas…
—Sin problemas, ahora mismo redacto yo un reglamento con estrictas normas de cumplimiento por parte de todo el personal convocado…
Mañana, siguiente capítulo: Y de despedida, ¡el gran botellón!
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.