A ESOS DEPRAVADOS.
Cuando uno presencia la obscenidad de unos gorilas uniformados emprendiéndola a porrazos con una niña que pasaba por allí, probablemente excitados y echando adrenalina por los belfos por la heroicidad de haberle abierto la cabeza a otro chiquillo cinco segundos antes, tiene dos opciones: o se va de España, cosa que no hace porque no puede permitírselo (tiene tela que uno no se pueda permitir irse de España), o escribe un artículo de opinión dirigiéndose a dichos energúmenos como lo que son: unos desalmados que deberían ir a escupir a la cárcel. Pero peores que estos salvajes sin corazón ni cerebro (y merecedores de más lúgubres mazmorras todavía) son, sin la menor duda, los amos que los pastorean, los adiestran y los azuzan, y que de vez en cuando, para mayor diversión, se toman la molestia de inventarse una o dos excusas estúpidas con las que dar por justificados los mordiscos de esas fieras sueltas de las que se sirven para acallar la rebeldía y, sobre todo, para meter miedo. Es más: no se cortan. Les importa medio comino que los sucesos descritos hayan quedado atestiguados por periodistas y cámaras de televisión, sabedores de la impunidad en la que se mueven tanto los amos como los siervos.
En 1809 nació en Francia un campesino tan enormemente honrado que con los años, sin dejar de trabajar humildemente, acabó siendo culto, preso, anarquista y hasta diputado, que ya es imponerse al destino. Este señor, Jean Proudhon, escribió: “Quienquiera que ponga su mano sobre mí para gobernarme es un usurpador y un tirano y lo declaro mi enemigo.” No es un grito contra la autoridad legítimamente ejercida, sino contra su depravación. Es lo que el Gobierno, que solo se mira en espejos mágicos, se empeña en no querer comprender: que no son los gestores de Española de Sumisos, S. A., ni promotores de la marca España, ni inversores del Ibex35, sino representantes del pueblo español, que son esos señores que están hasta las narices y que, en ocasiones, resultan golpeados con porras que se agitan en el aire imitando las frenéticas oscilaciones de los índices bursátiles. Así que, tan modestamente como corresponda a un simple ciudadano que apenas se representa a sí mismo (y no sin dificultad), digo que tanto a esos que apalearon a una niña como a quienes los mandan hacerlo y lo justifican luego los declaro usurpadores, tiranos y, desde luego, enemigos míos. Me siento agredido en sus víctimas, y considero una inmoralidad que nos gobiernen. Confío en que algún día, unos y otros respondan ante la justicia. “La libertad no es la hija del orden, sino su madre”, dijo Proudhon. Pero es que encima tampoco leen.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
Cuando uno presencia la obscenidad de unos gorilas uniformados emprendiéndola a porrazos con una niña que pasaba por allí, probablemente excitados y echando adrenalina por los belfos por la heroicidad de haberle abierto la cabeza a otro chiquillo cinco segundos antes, tiene dos opciones: o se va de España, cosa que no hace porque no puede permitírselo (tiene tela que uno no se pueda permitir irse de España), o escribe un artículo de opinión dirigiéndose a dichos energúmenos como lo que son: unos desalmados que deberían ir a escupir a la cárcel. Pero peores que estos salvajes sin corazón ni cerebro (y merecedores de más lúgubres mazmorras todavía) son, sin la menor duda, los amos que los pastorean, los adiestran y los azuzan, y que de vez en cuando, para mayor diversión, se toman la molestia de inventarse una o dos excusas estúpidas con las que dar por justificados los mordiscos de esas fieras sueltas de las que se sirven para acallar la rebeldía y, sobre todo, para meter miedo. Es más: no se cortan. Les importa medio comino que los sucesos descritos hayan quedado atestiguados por periodistas y cámaras de televisión, sabedores de la impunidad en la que se mueven tanto los amos como los siervos.
En 1809 nació en Francia un campesino tan enormemente honrado que con los años, sin dejar de trabajar humildemente, acabó siendo culto, preso, anarquista y hasta diputado, que ya es imponerse al destino. Este señor, Jean Proudhon, escribió: “Quienquiera que ponga su mano sobre mí para gobernarme es un usurpador y un tirano y lo declaro mi enemigo.” No es un grito contra la autoridad legítimamente ejercida, sino contra su depravación. Es lo que el Gobierno, que solo se mira en espejos mágicos, se empeña en no querer comprender: que no son los gestores de Española de Sumisos, S. A., ni promotores de la marca España, ni inversores del Ibex35, sino representantes del pueblo español, que son esos señores que están hasta las narices y que, en ocasiones, resultan golpeados con porras que se agitan en el aire imitando las frenéticas oscilaciones de los índices bursátiles. Así que, tan modestamente como corresponda a un simple ciudadano que apenas se representa a sí mismo (y no sin dificultad), digo que tanto a esos que apalearon a una niña como a quienes los mandan hacerlo y lo justifican luego los declaro usurpadores, tiranos y, desde luego, enemigos míos. Me siento agredido en sus víctimas, y considero una inmoralidad que nos gobiernen. Confío en que algún día, unos y otros respondan ante la justicia. “La libertad no es la hija del orden, sino su madre”, dijo Proudhon. Pero es que encima tampoco leen.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.