POR QUÉ DEFIENDO A LOS ANIMALES
Porque prefiero la empatía al desprecio que nace del ignorante o del cruel.
Porque si me declaro no racista y no sexista, ¿cómo ser un especista?
Porque los principios que rigen la dominación de los hombres sobre los hombres, son idénticos a los que determinan la de los seres humanos hacia los animales.
Porque no es suficiente con “no causar daño” mientras se permite que otros lo hagan y utilizar la responsabilidad ajena como coartada propia para lavar la conciencia.
Porque mi miedo y mi dolor son como los suyos, y los leo en sus ojos al igual que se leerían en los míos si fuese yo quien ocupase su lugar.
Porque nada tengo en común con el verdugo salvo la especie. Ni tan siquiera esa mirada que sí me hermana con las víctimas de su infamia y su saña.
Porque he aprendido que el crimen siempre encuentra justificaciones en la boca del criminal. Derecho, se llaman, cuando emanan del Sistema.
Porque mientras al asesino se le permite expresarse, a sus víctimas sólo se les concede el silencio.
Porque el silencio en ellas es imposición y en mí, capacitado para hablar y sabedor de su sufrimiento, significaría cobardía o complicidad con el sayón y sus métodos.
Porque no comprendo que sea la ley de la oferta y la demanda la que determine la licitud o la ilegalidad de la violencia sobre un ser vivo.
Porque la fecha, el lugar, la luz o la música no otorgan belleza ni ética al terror y la agonía de una criatura.
Porque acariciar con ternura a un gato o introducirlo en agua hirviendo vivo y comérselo después sólo es una cuestión geográfica.
Porque un cerdo sufre en España del mismo modo que un perro lo hace en China.
Porque el negacionismo de los campos de exterminio del ayer, fue igual de miserable y letal que es el de los que existen hoy para aquellos que permanecen presos en su interior a la espera de su ejecución.
Porque soy un animal y me importa, y mucho, el ser humano.
Y porque sé que no estoy loco. Y si así fuese, escojo la demencia antes que una cordura cuyo precio sea la sangre de otros.
Porque prefiero la empatía al desprecio que nace del ignorante o del cruel.
Porque si me declaro no racista y no sexista, ¿cómo ser un especista?
Porque los principios que rigen la dominación de los hombres sobre los hombres, son idénticos a los que determinan la de los seres humanos hacia los animales.
Porque no es suficiente con “no causar daño” mientras se permite que otros lo hagan y utilizar la responsabilidad ajena como coartada propia para lavar la conciencia.
Porque mi miedo y mi dolor son como los suyos, y los leo en sus ojos al igual que se leerían en los míos si fuese yo quien ocupase su lugar.
Porque nada tengo en común con el verdugo salvo la especie. Ni tan siquiera esa mirada que sí me hermana con las víctimas de su infamia y su saña.
Porque he aprendido que el crimen siempre encuentra justificaciones en la boca del criminal. Derecho, se llaman, cuando emanan del Sistema.
Porque mientras al asesino se le permite expresarse, a sus víctimas sólo se les concede el silencio.
Porque el silencio en ellas es imposición y en mí, capacitado para hablar y sabedor de su sufrimiento, significaría cobardía o complicidad con el sayón y sus métodos.
Porque no comprendo que sea la ley de la oferta y la demanda la que determine la licitud o la ilegalidad de la violencia sobre un ser vivo.
Porque la fecha, el lugar, la luz o la música no otorgan belleza ni ética al terror y la agonía de una criatura.
Porque acariciar con ternura a un gato o introducirlo en agua hirviendo vivo y comérselo después sólo es una cuestión geográfica.
Porque un cerdo sufre en España del mismo modo que un perro lo hace en China.
Porque el negacionismo de los campos de exterminio del ayer, fue igual de miserable y letal que es el de los que existen hoy para aquellos que permanecen presos en su interior a la espera de su ejecución.
Porque soy un animal y me importa, y mucho, el ser humano.
Y porque sé que no estoy loco. Y si así fuese, escojo la demencia antes que una cordura cuyo precio sea la sangre de otros.