· «Remedando a Kennedy: “No preguntes lo que Europa puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por Europa”».
«Si apenas existe Europa, se decía en la destruida, ocupada por rusos y norteamericanos, dividida Europa tras la Segunda Guerra Mundial, hay que inventarla. Aunque sólo sea para que la tragedia no se repita». Un sueño. Pero Schuman, Monnet, Adenauer, pusieron manos a la obra. Conocedores de la historia, sabían que todos los intentos individuales de unificar Europa –Carlos I, Napoleón, Hitler– habían fracasado, así que, en 1951, crearon la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, con Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, para sustituir la producción de armas por la de artículos de consumo.
El éxito de ese «mercado común» fue tal que ayer cumplió 60 años. Pasó a llamarse Comunidad Económica Europea, creció hasta tener 28 miembros y se convirtió en la zona más próspera, más libre, más social del planeta, hacia la que se dirigen gentes que huyen del hambre, la guerra y la opresión en sus países de origen.
Hoy, sin embargo, ese oasis de paz y democracia atraviesa tal crisis que uno de sus principales socios, el Reino Unido, se dispone a abandonarla, las divisiones Norte-Sur, Este-Oeste se ahondan y las corrientes antieuropeas se multiplican. ¿Por qué? La principal razón es que Europa ha sido víctima de su propio éxito: ha crecido demasiado rápida y extensamente.
Unir un puñado de naciones centroeuropeas que compartían valores y formas de vida fue fácil. Pero cuando empezaron a unirse otras del extrarradio la cosa se hizo cada vez más difícil, sobre todo con las de escasa experiencia democrática. Aunque el golpe de gracia se lo dio la crisis de 2008, que trajo recortes por todas partes. Bruselas dejó de enviar fondos para enviar ajustes. Encima, en Washington hay un presidente convencido de que Europa vive a costa de su país, y en Moscú, uno que sueña con la Unión Soviética.
¿Tiene arreglo? Sí: reinventar la Unión Europea, adaptarla a la nueva situación. No podemos pensar que los norteamericanos seguirán encargándose de defendernos, tenemos que encargarnos nosotros. La mayor amenaza es la guerra que nos ha declarado el yihadismo, celoso de que le quitemos a sus hijos, que recupera para matarnos en nuestras propias ciudades. Y, menos todavía, podemos seguir creyendo que el «estado de bienestar» seguirá cuidándonos de la cuna a la sepultura. No tiene dinero para ello, como se ve en los déficits de la seguridad social.
Necesitamos estados más sobrios y democracias más responsables. Los males de la UE se curan con más Europa. Con un núcleo de países dispuestos a la plena integración, impositiva, tecnológica, medioambiental, al que podrán irse uniendo los que acepten esas condiciones. Remedando a Kennedy: «No preguntes lo que Europa puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por Europa». Ese es el nuevo sueño y desafío. La alternativa es volver a la Europa de 1939. O a la de 1914. Elijan.
Por José María Carrascal.
«Si apenas existe Europa, se decía en la destruida, ocupada por rusos y norteamericanos, dividida Europa tras la Segunda Guerra Mundial, hay que inventarla. Aunque sólo sea para que la tragedia no se repita». Un sueño. Pero Schuman, Monnet, Adenauer, pusieron manos a la obra. Conocedores de la historia, sabían que todos los intentos individuales de unificar Europa –Carlos I, Napoleón, Hitler– habían fracasado, así que, en 1951, crearon la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, con Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, para sustituir la producción de armas por la de artículos de consumo.
El éxito de ese «mercado común» fue tal que ayer cumplió 60 años. Pasó a llamarse Comunidad Económica Europea, creció hasta tener 28 miembros y se convirtió en la zona más próspera, más libre, más social del planeta, hacia la que se dirigen gentes que huyen del hambre, la guerra y la opresión en sus países de origen.
Hoy, sin embargo, ese oasis de paz y democracia atraviesa tal crisis que uno de sus principales socios, el Reino Unido, se dispone a abandonarla, las divisiones Norte-Sur, Este-Oeste se ahondan y las corrientes antieuropeas se multiplican. ¿Por qué? La principal razón es que Europa ha sido víctima de su propio éxito: ha crecido demasiado rápida y extensamente.
Unir un puñado de naciones centroeuropeas que compartían valores y formas de vida fue fácil. Pero cuando empezaron a unirse otras del extrarradio la cosa se hizo cada vez más difícil, sobre todo con las de escasa experiencia democrática. Aunque el golpe de gracia se lo dio la crisis de 2008, que trajo recortes por todas partes. Bruselas dejó de enviar fondos para enviar ajustes. Encima, en Washington hay un presidente convencido de que Europa vive a costa de su país, y en Moscú, uno que sueña con la Unión Soviética.
¿Tiene arreglo? Sí: reinventar la Unión Europea, adaptarla a la nueva situación. No podemos pensar que los norteamericanos seguirán encargándose de defendernos, tenemos que encargarnos nosotros. La mayor amenaza es la guerra que nos ha declarado el yihadismo, celoso de que le quitemos a sus hijos, que recupera para matarnos en nuestras propias ciudades. Y, menos todavía, podemos seguir creyendo que el «estado de bienestar» seguirá cuidándonos de la cuna a la sepultura. No tiene dinero para ello, como se ve en los déficits de la seguridad social.
Necesitamos estados más sobrios y democracias más responsables. Los males de la UE se curan con más Europa. Con un núcleo de países dispuestos a la plena integración, impositiva, tecnológica, medioambiental, al que podrán irse uniendo los que acepten esas condiciones. Remedando a Kennedy: «No preguntes lo que Europa puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por Europa». Ese es el nuevo sueño y desafío. La alternativa es volver a la Europa de 1939. O a la de 1914. Elijan.
Por José María Carrascal.