Seguir al corazón, escuchar a la cabeza.

ANÁLISIS.

PABLO R. SUANZES.- Corresponsal Bruselas.

12 JUN. 2018 08:13.

Si uno atiende a las reacciones, lo ocurrido ayer fue una magnífica noticia. Para el presidente Pedro Sánchez, que dio una lección de dignidad, preocupación y solidaridad en una Europa dividida y enfrentada como nunca en cuestiones migratorias. Para Malta, que no pudo ocultar su alivio y que agradeció de corazón a España su labor. Para el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, que lo vendió como una respuesta a su petición directa de intervención a sus colegas. Para Matteo Salvini, quien lo festejó al grito de "victoria" y "primer objetivo alcanzado". E incluso para la propia Unión, que por boca del comisario Dimitris Avramopoulos dio la "bienvenida a una muestra de solidaridad real hacia personas desesperadas y los socios comunitarios", apenas unas horas después de lavarse ella misma las manos. Pero si uno cambio mira con detalle los hechos y las implicaciones, todo lo que pasó ayer fue muy preocupante y dejó bastante poco que celebrar. El presidente español tomó una decisión valiente y generosa. Demostró en un entorno marcado por un debate viciado y vicioso que hay posturas diferentes a la de los 'halcones' migratorios y que hay gobiernos dispuestos a defenderlas. Lo hizo sin ambigüedad ni tibieza, con un mensaje político clarísimo en todas las direcciones. Comunicó que España, el país que celebró manifestaciones en favor de los refugiados mientras el resto del continente lo hacía en su contra, está lista para ir mucho más allá con el nuevo Ejecutivo socialista. Lo que fue acogido con alegría nada contenida entre funcionarios comunitarios y muchos eurodiputados (que lo debatirán el miércoles). Pero Sánchez también tomó una decisión arriesgadísima cuyo impacto es posible que no haya calibrado adecuadamente. Malta e Italia llevaban días echando un pulso con la vida de más de 600 personas a bordo del Aquarius. Sánchez, para "evitar una catástrofe humanitaria", dio instrucciones para que el puerto de Valencia reciba al barco. Las consecuencias de esa decisión son imprevisibles y sería negligente obviarlo. Su impacto sobre las rutas, las expectativas de los emigrantes, los intereses de las mafias y la reacción en los países vecinos es imposible de calcular. Da la sensación de que el Gobierno actuó siguiendo a su corazón pero sin escuchar las advertencias de la cabeza. Matteo Salvini, líder de la Liga y ya líder sin careta de Italia, aplaudió su "victoria", porque eso fue lo que obtuvo. No quería el barco, dijo que no desembarcaría y le dio a sus millones de simpatizantes lo prometido. Salvini ha llegado al poder con un discurso xenófobo, duro, proponiendo echar a medio millón de personas y cerrar los accesos, y no consiguió votos pese a ello, sino precisamente gracias a ello. Con su movimiento, Sánchez desatascó una situación dramática, con 600 vidas en juego. Pero también facilitó el triunfo a la Liga y la derrota del Derecho Internacional. La "cuestión migratoria" e identitaria es el gran debate en Europa y lo va a ser el próximo lustro. Es el que ha tumbado y aupado gobiernos y parlamentos en Alemania, Francia, Holanda, Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Austria, Eslovenia, Suecia o Dinamarca. Es la cuestión que marca la agenda y que ha desplazado el eje del centro político varios puntos a la derecha. No es baladí, no se puede arreglar con gestos, por bienintencionados que sean, ni sin un plan muy detallado. Ni con giros de timón según la corriente o contra ella, como aprendió Angela Merkel. Europa estaba y está atascada. En el caso del Aquarius pero sobre todo en la cuestión fronteriza, de solidaridad y en la reforma del Reglamento y el Sistema de Dublín, que sirve para determinar qué Estado miembro, entre otras cosas, es responsable del examen y la aceptación de solicitud de protección internacional. Los jefes de Estado y de Gobierno debían tomar una decisión importante el próximo día 28, pero "el debate está muerto", según las ufanas palabras de Theo Franken, el extremista secretario de Estado belga de Interior. Europa necesita gestos como el de Sánchez, compromiso altruista entre vecinos y apuestas sin complejos por la acogida de quienes están en peligro. Pero necesita aún más una estrategia y un acuerdo a medio y largo plazo. La crisis migratoria ha tensado como nunca antes la cuerda y el espacio de libre circulación ha sobrevivido por los pelos. Por eso la Comisión se pone de perfil y dice que no tiene competencias y por eso casi todos en la Unión parecen resignados a un acuerdo de verdaderos mínimos los próximos meses.

Grecia e Italia, desde 2015, han sufrido las consecuencias de la indiferencia y la soledad. De la presión de los extremos y el deterioro de las instituciones. Si Sánchez, que también está en minoría en Europa, minusvalora la amenaza de la reacción populista, si no tiene una estrategia completa y muy bien definida, si ha improvisado, probablemente tampoco sea consciente de lo que se le puede venir encima.