Dice jj Vázquez.
Actualizado a 10 de abril de 2020, 13:04
Entiendo que Pedro Sánchez no llame a Casado. Yo haría lo mismo. Imagino que tengo que hablar con él y me entra un vacío superexistencial, o sea, muy existencialista. Lo mismo me sucede si pienso que tengo que descolgar el teléfono para hablar con Teodoro García Egea o Cayetana Álvarez de Toledo. Fíjate lo poco que me apetecería hablar con ellos que prefiero que me expulsen del Tinder de por vida, para que te hagas una idea del perezote.
Que estas tres personas ocupen cargos de tanta responsabilidad no es malo para el PP, sino para el país entero, que ha perdido la ilusión de quitar a los unos para meter a los otros porque los otros son como esa atracción de feria que te conduce a un triste pasado. Al pasado donde impera una estricta moral, unas costumbres que ellos consideran buenas y una estricta separación de clases en la que los más pudientes puedan criar Jaguars en los garajes de sus salones
Casado habla de España como si fuera una parcela familiar. Y como esa parcela es suya, cree que todos deben pensar como él, sentir como él y vivir como él y su paterfamilias –Aznar– dictaminen. Y los que no lo hagan serán tachados de irresponsables, hippies u okupas. Yo no quiero pertenecer a su España/parcela y no por eso no me considero español, que es algo que no sé por qué no le entra en la cabeza. Soy español como quiero serlo. Casado me aburre y eso, siendo yo votante de izquierdas, no me alegra, sino que me parece descorazonador. Porque lo que necesita un gobierno es una oposición implacable que le obligue a vivir permanentemente en alerta. Y cuando digo lo de ‘oposición implacable’ no me refiero a competir por ver quién la tiene más larga. Es saber estar en silencio cuando corresponde, tarea fácil cuando uno tiene el don de la oportunidad, que no es el caso.
Ir tomando nota, no añadir zozobra a una realidad inquietante. ¡Ay, el miedo! Desconfiad de aquellos que lo utilicen como arma para teneros dominados. Pablo Casado no cumple ninguno de los requisitos para proporcionar confianza a un país atemorizado. La peor versión de Pedro Sánchez es la mejor de Pablo Casado. Deberían ir advirtiéndoselo y empezar a buscarle recambio, porque la versión milenial de José María Aznar ya está amortizada.
Actualizado a 10 de abril de 2020, 13:04
Entiendo que Pedro Sánchez no llame a Casado. Yo haría lo mismo. Imagino que tengo que hablar con él y me entra un vacío superexistencial, o sea, muy existencialista. Lo mismo me sucede si pienso que tengo que descolgar el teléfono para hablar con Teodoro García Egea o Cayetana Álvarez de Toledo. Fíjate lo poco que me apetecería hablar con ellos que prefiero que me expulsen del Tinder de por vida, para que te hagas una idea del perezote.
Que estas tres personas ocupen cargos de tanta responsabilidad no es malo para el PP, sino para el país entero, que ha perdido la ilusión de quitar a los unos para meter a los otros porque los otros son como esa atracción de feria que te conduce a un triste pasado. Al pasado donde impera una estricta moral, unas costumbres que ellos consideran buenas y una estricta separación de clases en la que los más pudientes puedan criar Jaguars en los garajes de sus salones
Casado habla de España como si fuera una parcela familiar. Y como esa parcela es suya, cree que todos deben pensar como él, sentir como él y vivir como él y su paterfamilias –Aznar– dictaminen. Y los que no lo hagan serán tachados de irresponsables, hippies u okupas. Yo no quiero pertenecer a su España/parcela y no por eso no me considero español, que es algo que no sé por qué no le entra en la cabeza. Soy español como quiero serlo. Casado me aburre y eso, siendo yo votante de izquierdas, no me alegra, sino que me parece descorazonador. Porque lo que necesita un gobierno es una oposición implacable que le obligue a vivir permanentemente en alerta. Y cuando digo lo de ‘oposición implacable’ no me refiero a competir por ver quién la tiene más larga. Es saber estar en silencio cuando corresponde, tarea fácil cuando uno tiene el don de la oportunidad, que no es el caso.
Ir tomando nota, no añadir zozobra a una realidad inquietante. ¡Ay, el miedo! Desconfiad de aquellos que lo utilicen como arma para teneros dominados. Pablo Casado no cumple ninguno de los requisitos para proporcionar confianza a un país atemorizado. La peor versión de Pedro Sánchez es la mejor de Pablo Casado. Deberían ir advirtiéndoselo y empezar a buscarle recambio, porque la versión milenial de José María Aznar ya está amortizada.
No es la línea roja de EMPRESARIO
Yo creo que te gustará más esta.
Nueva normalidad, vieja política
Todo cambia a su alrededor, pero el Congreso parece instalado en un eterno día de la marmota
CARLOS E. CUÉ
Madrid - 09 ABR 2020 -
El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención este jueves en el pleno del Congreso.
Mientras los ciudadanos viven en un mundo irreal, inédito, confinado, en el que todo es nuevo e incierto, la política española, y en especial la oposición del PP, sigue en el mismo punto de siempre. Como si nada hubiera pasado. El presidente Pedro Sánchez habla de la “nueva normalidad” a la que tendrán que enfrentarse los españoles tras el confinamiento, un mundo desconocido de mascarillas, nuevas formas de relacionarse y grave crisis económica.
Todo indica que las vidas de los españoles sufrirán un cambio profundo. Ya está pasando. Todo cambia, menos el Congreso. Allí las cosas siguen donde siempre. Estos días de vuelta a la crispación, a esa distancia aparentemente insalvable entre el PSOE y el PP, algunos políticos veteranos han recordado una fecha muy marcada en la política española reciente. El 27 de mayo de 2010, después de anunciar duros recortes acuciado por la prima de riesgo -el recordado “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”- José Luis Rodríguez Zapatero sufría para convalidar el decreto de ajuste en el Congreso. Mariano Rajoy recibió todo tipo de llamadas para que se abstuviera y facilitara la votación, muy igualada. Incluida la de Emilio Botín, el padre de Ana, la actual presidenta del Banco Santander. No hubo manera.
Por entonces, Rajoy había asumido que la crisis hundiría al PSOE y el PP volvería al poder sin mover un dedo. El PP votó no, y el decreto salió de milagro, por un solo escaño, gracias a la abstención de CiU, CC y UPN. Un solo voto. Si llega a perder la votación, los mercados habrían devorado la deuda española ese mismo día. Rajoy acertó: un año y medio después lograría una aplastante mayoría absoluta, y el PSOE quedó muy tocado: no volvió a ganar unas elecciones hasta abril de 2019. Pero a la vez que se desgastaba el Gobierno, cada vez más solo, lo hacía la economía española.
La batalla a muerte entre el PSOE y el PP siguió todo este tiempo, con tres breves momentos de pacto, siempre con los socialistas en la oposición: el acuerdo entre Rajoy y Rubalcaba para la abdicación del rey Juan Carlos en 2014, la abstención del PSOE para que Rajoy pudiera gobernar en 2016, y los acuerdos de 2017 para la aplicación del artículo 155 en Cataluña. La moción de censura de 2018 acabó de romper los puentes y desde entonces el PP no quiere saber nada de ningún acuerdo. Ni siquiera ahora, con la peor epidemia en 100 años. En privado, Pablo Casado explica a los suyos -son varios los que creen que el líder del PP debería ofrecer algún tipo de acuerdo de reconstrucción- que no se fía de Sánchez y no quiere acercarse a él porque le traicionará. Más o menos el mismo discurso que hacía en privado hace unos meses Albert Rivera. Sánchez tampoco disimula su enorme distancia con Casado, y apenas le llama.
Casado parece demasiado preocupado por frenar a Vox como para arriesgarse a un pacto de reconstrucción con Sánchez. Pero mientras el líder del PP mira todo el tiempo a su derecha, deja el centro para Ciudadanos, ahora reinventado en el papel de bisagra que no quiso jugar Albert Rivera. En el pleno, Edmundo Bal, el portavoz de los naranjas ante la ausencia de Inés Arrimadas, prometió incluso que su grupo presionará al Gobierno holandés, liderado por los liberales aliados de Cs, para flexibilizar su posición. Algo que Casado podría hacer con mucha más fuerza dentro del Partido Popular Europeo. Sánchez se lo pidió, pero la tensión entre ambos es tan fuerte que el líder del PP ni siquiera recogió el guante.
Algunos en el PP aconsejan a Casado que ofrezca un acuerdo con la condición de que Sánchez rompa su coalición con Unidas Podemos, algo que dejó caer Ciudadanos. Pero el líder del PP parece haber optado por la vía de Rajoy en 2010: esperar que la crisis desgaste al Gobierno hasta que el poder le caiga en las manos como fruta madura.
Los acuerdos en política llegan casi siempre de forma discreta. Las palabras grandilocuentes suelen abrir paso al desacuerdo. Y este jueves hubo muchas. “No dilapide el poder, señor Sánchez, por esto les juzgarán sus nietos dentro de 43 años”, dijo Casado, recordando los Pactos de La Moncloa. “Señor Casado, este error le perseguirá toda su vida. El pueblo español no se lo va a perdonar”, le lanzó Adriana Lastra, la portavoz socialista. Todo cambia a su alrededor. Y lo hará aún más en los próximos meses. Pero la política española parece vivir en un eterno día de la marmota.
Nueva normalidad, vieja política
Todo cambia a su alrededor, pero el Congreso parece instalado en un eterno día de la marmota
CARLOS E. CUÉ
Madrid - 09 ABR 2020 -
El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención este jueves en el pleno del Congreso.
Mientras los ciudadanos viven en un mundo irreal, inédito, confinado, en el que todo es nuevo e incierto, la política española, y en especial la oposición del PP, sigue en el mismo punto de siempre. Como si nada hubiera pasado. El presidente Pedro Sánchez habla de la “nueva normalidad” a la que tendrán que enfrentarse los españoles tras el confinamiento, un mundo desconocido de mascarillas, nuevas formas de relacionarse y grave crisis económica.
Todo indica que las vidas de los españoles sufrirán un cambio profundo. Ya está pasando. Todo cambia, menos el Congreso. Allí las cosas siguen donde siempre. Estos días de vuelta a la crispación, a esa distancia aparentemente insalvable entre el PSOE y el PP, algunos políticos veteranos han recordado una fecha muy marcada en la política española reciente. El 27 de mayo de 2010, después de anunciar duros recortes acuciado por la prima de riesgo -el recordado “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”- José Luis Rodríguez Zapatero sufría para convalidar el decreto de ajuste en el Congreso. Mariano Rajoy recibió todo tipo de llamadas para que se abstuviera y facilitara la votación, muy igualada. Incluida la de Emilio Botín, el padre de Ana, la actual presidenta del Banco Santander. No hubo manera.
Por entonces, Rajoy había asumido que la crisis hundiría al PSOE y el PP volvería al poder sin mover un dedo. El PP votó no, y el decreto salió de milagro, por un solo escaño, gracias a la abstención de CiU, CC y UPN. Un solo voto. Si llega a perder la votación, los mercados habrían devorado la deuda española ese mismo día. Rajoy acertó: un año y medio después lograría una aplastante mayoría absoluta, y el PSOE quedó muy tocado: no volvió a ganar unas elecciones hasta abril de 2019. Pero a la vez que se desgastaba el Gobierno, cada vez más solo, lo hacía la economía española.
La batalla a muerte entre el PSOE y el PP siguió todo este tiempo, con tres breves momentos de pacto, siempre con los socialistas en la oposición: el acuerdo entre Rajoy y Rubalcaba para la abdicación del rey Juan Carlos en 2014, la abstención del PSOE para que Rajoy pudiera gobernar en 2016, y los acuerdos de 2017 para la aplicación del artículo 155 en Cataluña. La moción de censura de 2018 acabó de romper los puentes y desde entonces el PP no quiere saber nada de ningún acuerdo. Ni siquiera ahora, con la peor epidemia en 100 años. En privado, Pablo Casado explica a los suyos -son varios los que creen que el líder del PP debería ofrecer algún tipo de acuerdo de reconstrucción- que no se fía de Sánchez y no quiere acercarse a él porque le traicionará. Más o menos el mismo discurso que hacía en privado hace unos meses Albert Rivera. Sánchez tampoco disimula su enorme distancia con Casado, y apenas le llama.
Casado parece demasiado preocupado por frenar a Vox como para arriesgarse a un pacto de reconstrucción con Sánchez. Pero mientras el líder del PP mira todo el tiempo a su derecha, deja el centro para Ciudadanos, ahora reinventado en el papel de bisagra que no quiso jugar Albert Rivera. En el pleno, Edmundo Bal, el portavoz de los naranjas ante la ausencia de Inés Arrimadas, prometió incluso que su grupo presionará al Gobierno holandés, liderado por los liberales aliados de Cs, para flexibilizar su posición. Algo que Casado podría hacer con mucha más fuerza dentro del Partido Popular Europeo. Sánchez se lo pidió, pero la tensión entre ambos es tan fuerte que el líder del PP ni siquiera recogió el guante.
Algunos en el PP aconsejan a Casado que ofrezca un acuerdo con la condición de que Sánchez rompa su coalición con Unidas Podemos, algo que dejó caer Ciudadanos. Pero el líder del PP parece haber optado por la vía de Rajoy en 2010: esperar que la crisis desgaste al Gobierno hasta que el poder le caiga en las manos como fruta madura.
Los acuerdos en política llegan casi siempre de forma discreta. Las palabras grandilocuentes suelen abrir paso al desacuerdo. Y este jueves hubo muchas. “No dilapide el poder, señor Sánchez, por esto les juzgarán sus nietos dentro de 43 años”, dijo Casado, recordando los Pactos de La Moncloa. “Señor Casado, este error le perseguirá toda su vida. El pueblo español no se lo va a perdonar”, le lanzó Adriana Lastra, la portavoz socialista. Todo cambia a su alrededor. Y lo hará aún más en los próximos meses. Pero la política española parece vivir en un eterno día de la marmota.
Clara lee la línea roja de EMPRESARIO