A Sancho lo encerraron en una habitación, lo amarraron a una cama y le cosieron la boca, dejando una pequeña abertura para que ingiriera líquidos por una pajita. Durante cuarenta días lo alimentaron exclusivamente a base de líquidos —siete infusiones diarias en las que combinaban agua salada, agua de azahar, agua hervida con verduras, de frutas…—. El tratamiento le causó al sufrido Sancho frecuentes vómitos y diarreas que aceleraron su adelgazamiento. También le aplicaban baños para relajarle y hacerle sudar, así como frecuentes masajes para mitigar la flacidez de una piel que —a medida que Sancho perdía peso— iba recubriendo menores extensiones de grasa.
Sancho permaneció en Córdoba haciendo amigos, adoptando costumbres musulmanas y aprendiendo la lengua árabe. Una vez hubo recuperado la salud y la movilidad, en el año 959 Sancho invadió su antiguo reino al frente de un ejército musulmán. Las ciudades se le fueron rindiendo hasta llegar a la capital, donde se volvió a coronar.
Al año siguiente, un Sancho I completamente recuperado se casó, concibiendo dos hijos que aseguraban la sucesión del reino y ofrecían una estabilidad muy necesaria.
Al año siguiente, un Sancho I completamente recuperado se casó, concibiendo dos hijos que aseguraban la sucesión del reino y ofrecían una estabilidad muy necesaria.