¿Eso es de tu cosecha o te lo dictó algún iluminado...

DIOS, TE AMO.

Un día cualquiera tomé el arco y la flecha y me fui a la montaña más alta, concentré todas mis energías en un solo punto en el infinito, incentivé mis átomos de poder, les di la fuerza que le pedí a mi Dios, me uní a los guerreros más rudos, los más ágiles y altivos, dueños de las artes marciales y de la inteligencia suprema, indagué de la sabiduría de los más selectos maestros qué hacer para que mi energía, poder y fuerza fuera cósmica sin hacer tanto esfuerzo, sin tomar adictivos ni reconstituyentes, sólo necesitaba de mi voluntad para lograr la meta de alcanzar la Esencia amada cuando la flecha de mi amor la hiriera escribiendo un te amo junto en el pecho dónde palpita altivo su corazón que adoro, quiero y amo.

El universo entero conspira, las señales dan su venia para que practique una y otra vez con la suavidad y la armonía de un ballet. No se necesita violencia, no se necesita potenciadores hormonales que me sirvan de anabólicos que me den esa sinergia, de hechiceros, de brujos, de bebedizos ni brebajes, menos de pócimas de ninguna clase que altere mi biorritmo cardíaco.

Sólo necesito apoyarme en la fe del Todopoderoso, en la disciplina de absorber todo lo que los maestros de la sabiduría dejaron para ser un estudioso de sus ciencias ocultas, para superar lo hecho por Juan Salvador Gaviota de ser en la infinidad del tiempo una centelleante alma espiritual, de alcanzar cualquier dimensión en una exhalación o fracción centesimal de un segundo en el crono del tiempo.

Entreno mi voluntad como mi afecto por cruzar con mi flecha el espacio, ese día que tomé la decisión acertada de que no fallaré y que por más lejano que esté ese punto de encuentro mi saeta llegue al punto exacto dónde palpita los hálitos del corazón Divino, que por ventura yo amo.

Hay ayudas extras de los ángeles, de las hadas, de dioses mitológicos, de mis ancestrales aborígenes que me aconsejan que limpian el camino con el dios del viento Eolo, que me hace una calle de honor para que la atmósfera no interfiera, es como si el espacio sideral abriera un cañón de infinito alcance, sólo que es invisible, para un heroico propósito. La de escribir ese te amo.
Las estrellas hacen brillar esa calle de honor por donde mi flecha como cerbatana de alas y la fuerza más melodiosa y rítmica salta de mi estirado arco apuntando hacia el cielo, con dirección al Cosmos, todas las energías del Universo dan su voz de aliento. La flecha sólo tiene un imán de carga positiva y otro de carga negativa que hace la fuerza de atracción para que todo conspire a mi favor.

Mi arco se tensó mientras mi músculos se alimentan de energía cósmica y universal. Atila y Zeus, Apolo, Hércules y todo el séquito de dioses contribuyeron para que mi arco alcanzara el máximo tensor, cada quien puso en mi el conocimiento de medir el tiempo, la acción, de respirar profundo, de levitar la mente, de izar los nervios hasta hacerlos fuertes como el acero. Sólo era meditar abstracto, poner mi credibilidad al rojo vivo y mi fe en una oración al Creador para que nada me fallara.

La flecha salió del arco, cruzó el espacio y la fuerza centrífuga se alió a mi propósito, como un rayo, como una centella corrió tan rápido, fue un disparo perfecto, sin viento en contra, una estela de luces siguió su inexorable marcha. Muchos guías apostados en puntos estratégicos fotografiaban el vértigo vertiginoso y en el cielo la palabra "te amo, Padre" quedó escrita como lo hizo en Su pecho. Escribió la frase amorosa, más no se clavó, ni Le hirió: la flecha se devolvió para escribir en mi pecho “ Yo también te amo, hijo mío”.
De un salvaje que ama a su Dios.

¿Eso es de tu cosecha o te lo dictó algún iluminado dios del olimpo?