Famosas últimas palabras
El encuentro del ser humano con la muerte es formidable. Llegada la hora inevitable de asomarse a ese acantilado, uno puede arrojarse por él de cabeza con el consuelo de haber sido, mientras que otros reculan inútilmente, dejándose las uñas en la tierra, por la desesperación de no querer dejar de ser. Tres lustros se ha pasado Hugo Chávez, ese soberbio e irrepetible King África caribeño en chándal (o King América si se prefiere), cantando esas canciones suyas tan sentidas, tan bailables, tal altaneras y con tantas erres: Morirrrrrrrrrrr porrrr la patrrria, Morirrrrrr porrrr la Rrrrrevolusssión, Morirrrr por los pobrrrrres… y resulta que llegada la hora de entregar la cuchara, un indeseable que andaba por allí va y cuenta que sus últimas palabras fueron: No quiero morir. Por favor, no me dejen morir. La historia completa del verborreico personaje queda en entredicho y pendiente de revisión integral por culpa de esa locución final de apenas cinco segundos que lo cambia todo, o lo reinterpreta todo. Este vértigo final me hace recordar ese crepuscular tema del mítico grupo Supertramp llamado Don’t leave me now, cuya letra traducida acaba así: No me dejes ahora, colgando de un corazón vacío cuando el telón comienza a caer. No me dejes ahora solo en este loco mundo, cuando estoy viejo y frío y gris y el tiempo se ha ido. Ya es curioso que el título del álbum que cerraba esa canción fuese Famous Last Words, famosas últimas palabras.
Mientras tanto, al otro lado del planeta, King Asia, o como quiera que se llame el dictador de Corea del Norte, no arrastra las erres porque no sabe, pero también quiere lanzar su booooooooombaaa, y amenaza a EEUU, ergo a la humanidad, con un ataque nuclear con más megatones que el repartidor de Cropán. Es su respuesta al plante de las Naciones Unidas contra su régimen de onírica opereta de terror. Aseguran los entendidos en política internacional, geoestrategias y tertulias de a tanto la sentada que la apocalíptica baladronada del chavalote apesta a salida desesperada de un régimen tambaleante, como aquellos inofensivos desplantes de chulo de colegio a los que eran tan aficionados tiranazos como Sadam o Gadafi, con los resultados por todos conocidos. Esta vez, sin embargo, se aprecia una diferencia elemental: que mientras las valentonadas de estos otros mafiosos eran claros movimientos tácticos y perseguían una finalidad concretísima en cada momento, nadie se explica por qué ha hecho esto el líder norcoreano. Y eso me inspira auténtico terror. De momento, puede que solo sea la forma que tiene un oriental de proclamar que está dispuesto a morirrrrrr por la patrrrria, pero no sé qué pasará cuando el abismo inexorable e inminente se abra bajo sus pies y vea que no ha sido nunca nada. Temo a los locos. Temo sus famosas últimas palabras.
(Cesar R.)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
El encuentro del ser humano con la muerte es formidable. Llegada la hora inevitable de asomarse a ese acantilado, uno puede arrojarse por él de cabeza con el consuelo de haber sido, mientras que otros reculan inútilmente, dejándose las uñas en la tierra, por la desesperación de no querer dejar de ser. Tres lustros se ha pasado Hugo Chávez, ese soberbio e irrepetible King África caribeño en chándal (o King América si se prefiere), cantando esas canciones suyas tan sentidas, tan bailables, tal altaneras y con tantas erres: Morirrrrrrrrrrr porrrr la patrrria, Morirrrrrr porrrr la Rrrrrevolusssión, Morirrrr por los pobrrrrres… y resulta que llegada la hora de entregar la cuchara, un indeseable que andaba por allí va y cuenta que sus últimas palabras fueron: No quiero morir. Por favor, no me dejen morir. La historia completa del verborreico personaje queda en entredicho y pendiente de revisión integral por culpa de esa locución final de apenas cinco segundos que lo cambia todo, o lo reinterpreta todo. Este vértigo final me hace recordar ese crepuscular tema del mítico grupo Supertramp llamado Don’t leave me now, cuya letra traducida acaba así: No me dejes ahora, colgando de un corazón vacío cuando el telón comienza a caer. No me dejes ahora solo en este loco mundo, cuando estoy viejo y frío y gris y el tiempo se ha ido. Ya es curioso que el título del álbum que cerraba esa canción fuese Famous Last Words, famosas últimas palabras.
Mientras tanto, al otro lado del planeta, King Asia, o como quiera que se llame el dictador de Corea del Norte, no arrastra las erres porque no sabe, pero también quiere lanzar su booooooooombaaa, y amenaza a EEUU, ergo a la humanidad, con un ataque nuclear con más megatones que el repartidor de Cropán. Es su respuesta al plante de las Naciones Unidas contra su régimen de onírica opereta de terror. Aseguran los entendidos en política internacional, geoestrategias y tertulias de a tanto la sentada que la apocalíptica baladronada del chavalote apesta a salida desesperada de un régimen tambaleante, como aquellos inofensivos desplantes de chulo de colegio a los que eran tan aficionados tiranazos como Sadam o Gadafi, con los resultados por todos conocidos. Esta vez, sin embargo, se aprecia una diferencia elemental: que mientras las valentonadas de estos otros mafiosos eran claros movimientos tácticos y perseguían una finalidad concretísima en cada momento, nadie se explica por qué ha hecho esto el líder norcoreano. Y eso me inspira auténtico terror. De momento, puede que solo sea la forma que tiene un oriental de proclamar que está dispuesto a morirrrrrr por la patrrrria, pero no sé qué pasará cuando el abismo inexorable e inminente se abra bajo sus pies y vea que no ha sido nunca nada. Temo a los locos. Temo sus famosas últimas palabras.
(Cesar R.)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.