Sigue.
Sin embargo, y aunque también construyó una granja con conejos y pollos para los enfermos, se queda con cómo trabajaba Simón: “Eran unas condiciones que te hacen ver que está curado de espantos. Aprendió a manejarse sobre la marcha con un instrumental muy anticuado”.
Una noche de esa semana, una enfermera fue a buscarle para que atendiera el parto de una mujer embarazada, ya que tenía que ser por cesárea porque se había complicado y precisaba de la ayuda del doctor.
“A la mañana siguiente me dijo que vivían todos de milagro. Cuando ella estaba abierta se fue la luz porque funcionaba con un generador de corriente de gasolina que alguien había robado. Se quedaron a oscuras, la mujer con la tripa abierta, sangrando y sin ver. Recurrieron a un candil de queroseno, que también habían robado. Mantuvo la calma y a los pocos minutos consiguió hacer luz y los salvó. Él lo atribuía a que había tenido suerte, pero demuestra los conocimientos que tiene para afrontar una situación extrema”, explica Pascual.
En otra ocasión llegó una mujer al hospital que se tuvo que sentar en una silla similar a la de un ginecólogo porque dio a luz en su casa y del esfuerzo se le salió el útero.
“Fernando se remangó hasta el codo y se lo volvió a meter con cuidado, como pudo. La mujer tenía una cara de dolor que a mí me daban ganas de llorar porque ahí casi no había anestesia. Muchas cosas de estas le pasaban a diario y eso que yo estuve una semana”, describe.
Días antes había sido tiroteado en Bujumbura, la capital
En noviembre del 1991, un grupo de rebeldes se levantó contra el Gobierno y asesinó a más de 200 personas provocando grandes consecuencias en la capital, Bujumbura. En ella y en las semanas siguientes, salvo excepciones, no se podía circular en coches particulares y había un toque de queda.
A mediados de diciembre, Simón necesitaba abastecerse de medicinas, así que bajó a la capital donde había otro médico español. Sacaron dinero y se fueron a comprarlas. Sin embargo, por el camino unos militares les dispararon impactando las balas en la parte trasera del coche en el que viajaban.
“Si el coche hubiera estado parado los pudieron haber masacrado. Después, cuando llegaron los militares a su coche, los revisaron y les hicieron identificarse. Les encontraron el bolso con el dinero que habían sacado y se lo requisaron. Él lo contaba como un hecho más porque aprendes a convivir con estas cosas, pero podía haber dejado la vida perfectamente. Fue un susto muy gordo”, relata Pascual.
Simón hacía todo eso y más por, calcula el aventurero, aproximadamente la mitad de lo que cobra un médico en España: “No iba por el dinero, iba porque quería. Se toma el trabajo muy a pecho y a él no se concedía ni un minuto. De hecho el día de Navidad estaba invitado por misioneros de Mallorca a una fiesta a unos 70 kilómetros de Ntita. Él no pensaba cogerse fiesta y al final le convencimos de ir... pero trabajó por la mañana”.
Además, una vez terminó su estancia en Burundi estuvo otra temporada en Somalia trabajando para Médicos Sin Fronteras en la época más violenta de la guerra civil del país. “Ahí debió de ser más peligrosa la situación. De hecho no podía ir por carretera y se desplazaba a trabajar alquilando una avioneta desde Yibuti (país vecino) al punto de trabajo. A su padre le dijo que no viajara a verlo”, confiesa Pascual.
Todo esto le ha llevado al aventurero a afirmar en el artículo que publicó el pasado dos de marzo en El Diario del AltoAragón que de todas las personas que ha conocido a lo largo de sus de 30 años viajando por el mundo (ha dado dos vueltas al mundo) por ninguna ha sentido “tanta admiración” como por el doctor Fernando Simón.
“Me reafirmo. He encontrado muy buena gente, pero gente que sea muy buena y que entregue su vida tan intensamente a ayudar a los demás, no he conocido a nadie más. Es incontable la cantidad de vidas que ha salvado”, sentencia sin dudarlo ni un segundo. Por ello lamenta que haya gente como Pablo Motos que le cuestione y se burle de él.
Sin embargo, y aunque también construyó una granja con conejos y pollos para los enfermos, se queda con cómo trabajaba Simón: “Eran unas condiciones que te hacen ver que está curado de espantos. Aprendió a manejarse sobre la marcha con un instrumental muy anticuado”.
Una noche de esa semana, una enfermera fue a buscarle para que atendiera el parto de una mujer embarazada, ya que tenía que ser por cesárea porque se había complicado y precisaba de la ayuda del doctor.
“A la mañana siguiente me dijo que vivían todos de milagro. Cuando ella estaba abierta se fue la luz porque funcionaba con un generador de corriente de gasolina que alguien había robado. Se quedaron a oscuras, la mujer con la tripa abierta, sangrando y sin ver. Recurrieron a un candil de queroseno, que también habían robado. Mantuvo la calma y a los pocos minutos consiguió hacer luz y los salvó. Él lo atribuía a que había tenido suerte, pero demuestra los conocimientos que tiene para afrontar una situación extrema”, explica Pascual.
En otra ocasión llegó una mujer al hospital que se tuvo que sentar en una silla similar a la de un ginecólogo porque dio a luz en su casa y del esfuerzo se le salió el útero.
“Fernando se remangó hasta el codo y se lo volvió a meter con cuidado, como pudo. La mujer tenía una cara de dolor que a mí me daban ganas de llorar porque ahí casi no había anestesia. Muchas cosas de estas le pasaban a diario y eso que yo estuve una semana”, describe.
Días antes había sido tiroteado en Bujumbura, la capital
En noviembre del 1991, un grupo de rebeldes se levantó contra el Gobierno y asesinó a más de 200 personas provocando grandes consecuencias en la capital, Bujumbura. En ella y en las semanas siguientes, salvo excepciones, no se podía circular en coches particulares y había un toque de queda.
A mediados de diciembre, Simón necesitaba abastecerse de medicinas, así que bajó a la capital donde había otro médico español. Sacaron dinero y se fueron a comprarlas. Sin embargo, por el camino unos militares les dispararon impactando las balas en la parte trasera del coche en el que viajaban.
“Si el coche hubiera estado parado los pudieron haber masacrado. Después, cuando llegaron los militares a su coche, los revisaron y les hicieron identificarse. Les encontraron el bolso con el dinero que habían sacado y se lo requisaron. Él lo contaba como un hecho más porque aprendes a convivir con estas cosas, pero podía haber dejado la vida perfectamente. Fue un susto muy gordo”, relata Pascual.
Simón hacía todo eso y más por, calcula el aventurero, aproximadamente la mitad de lo que cobra un médico en España: “No iba por el dinero, iba porque quería. Se toma el trabajo muy a pecho y a él no se concedía ni un minuto. De hecho el día de Navidad estaba invitado por misioneros de Mallorca a una fiesta a unos 70 kilómetros de Ntita. Él no pensaba cogerse fiesta y al final le convencimos de ir... pero trabajó por la mañana”.
Además, una vez terminó su estancia en Burundi estuvo otra temporada en Somalia trabajando para Médicos Sin Fronteras en la época más violenta de la guerra civil del país. “Ahí debió de ser más peligrosa la situación. De hecho no podía ir por carretera y se desplazaba a trabajar alquilando una avioneta desde Yibuti (país vecino) al punto de trabajo. A su padre le dijo que no viajara a verlo”, confiesa Pascual.
Todo esto le ha llevado al aventurero a afirmar en el artículo que publicó el pasado dos de marzo en El Diario del AltoAragón que de todas las personas que ha conocido a lo largo de sus de 30 años viajando por el mundo (ha dado dos vueltas al mundo) por ninguna ha sentido “tanta admiración” como por el doctor Fernando Simón.
“Me reafirmo. He encontrado muy buena gente, pero gente que sea muy buena y que entregue su vida tan intensamente a ayudar a los demás, no he conocido a nadie más. Es incontable la cantidad de vidas que ha salvado”, sentencia sin dudarlo ni un segundo. Por ello lamenta que haya gente como Pablo Motos que le cuestione y se burle de él.