... Cristo iba sobre unas parihuelas, a hombros de ocho hermanos. Cuatro cirios rojos enmarcaban su anatomía doliente, la belleza del rostro, la boca entreabierta, el abandono de las manos. Esas manos que recogen por las calles tanto amor, tantas emociones. El sonido ronco de los tambores acompasaba el paso de los cargadores, mientras la comitiva se dirigía hasta la Plaza de Viriato, atestada de gente. Allí tuvo lugar, cerca de las dos de la madrugada, el cántico del Miserere. Casi doscientas voces graves hermanadas en el salmo y la oración, en la partitura del padre Alcácer que cada
Jueves Santo le ofrece esta ciudad a su Cristo Yacente, mientras pasa ante todos los penitentes que le han acompañado por las calles, dejando regueros de cera sobre el pavimento en testimonio de su compañía.
Cristo Yacente......