SILVA ARROMANZADA de Federico Acosta dedicada a la
La manta zamorana
Un lugar preferente
en mi sencilla casa
sirviendo de tapete a una mesita
yo tengo una mantilla zamorana.
Parece terciopelo
con franjas verde y grana
que orlan un centro de azabache negro
mientras se hace en su contorno blanca.
Ella escucha mis versos
y mis acentos guarda
acariciando el velludo terciopelo
las endechas mas íntimas del alma.
Sobre ella las cuartillas
con la pluma su hermana
y mullido colchón de mis ideas
sobre ella trenzo mis triviales charlas.
Porque la considero
en buena lid ganada
yo le concedo honores de bandera
que mi pluma ganó con su batalla.
A veces me parece
que mi pequeña manta
es como aquella de la que Campoamor
en sus versos románticos hablaba.
La manta en que envolvió
los pies de aquella dama
cuando buscando alivio de su amor
en tren expreso de París tornaba.
Otras veces lo negro
la hace seca y árida
como esos campos de tierra del Pan
que nos gritan sin voces: ¡Dadnos agua!
Mientras sus franjas verdes,
entre rojo aisladas,
se erizan en glaciares como fiordos
majestuoso pregón, de la Sanabria.
Y el rojo junto al verde
en siete tiras delgadas
las parte la ilusión y la hace enseña
y el brazo de Viriato la levanta.
Lo blanco en su contorno
es como una plegaria
que funde los colores de una tierra
en un canto divino de alabanza.
Por eso quiero mucho
mi manta zamorana
compañera inseparable de mis versos,
compañera inseparable de mis charlas.
Yo quiero que figure
unida a mis medallas
como símbolo de gloria de un poeta
que supo amar las tierras zamoranas.